Viernes 19 de abril | Mar del Plata
20/12/2015

Destino, la calle: sobrevivir en la indigencia frente a la Terminal

Es mapuche, se hace llamar “León” y vive en la calle desde hace varios años. Se define como “un indio salvaje humilde” y “un guitarrero cantor”. La historia de un hombre sabio y excluido que pasa sus días en la extrema marginalidad.

Destino, la calle: sobrevivir en la indigencia frente a la Terminal
(Fotos: Lucho Gargiulo)

La nota original fue publicada el 31/08/2015

¿Qué siente una persona que vive literalmente en la calle? No aquel que señalado por su aspecto es prejuzgado y casi acusado de estar en la calle. No, ese no. Qué sentirá el hombre que de verdad duerme a centímetros de los autos. Ese al que solo le queda sentirse abrigado por la marginalidad y unas pocas mantas. ¿Cómo subsiste esa persona con quien la suerte juega a las escondidas? Qué futuro tiene un hombre a quien la vida lo dejó en la calle y sin derechos para despertar sobre el cemento con una mirada que no le saca la indiferencia de encima.

El aspecto lo señala, lo excluye, lo desiguala. El frío lo aprieta, lo debilita, lo marca. El sol seca sus cosas, la lluvia lo baña. La vida pasa delante suyo y le deja monedas, unas pocas sonrisas y una indiferencia en cuotas. Tal vez su caso no sea el estereotipo de un hombre en situación de calle, pero ésta es su historia.

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Esta es mi vida, no me voy de la calle y no puedo dejar mi carro

Se hace llamar “León”, nació en Rio Negro, dice tener 42 años y llevar varios inviernos en la calle. Se define como “un salvaje humilde” y “un guitarrero cantor”. Los vecinos lo conocen como el “Mapuche” y lo adoptaron como uno más, aunque su casa no tiene techo, paredes ni intimidad y está ubicada en lo que quedó del frente de un geriátrico clausurado en San Juan entre 9 de Julio y 25 de Mayo, en diagonal al acceso principal de la estación Ferroautomotora de Mar del Plata.

Cuida los autos y los negocios de la cuadra. Barre la vereda. Prácticamente no bebe, no fuma. Los vecinos confían en él, le acercan comida, lo ayudan, lo conocen, lo escuchan, lo respetan. El “Mapuche” tiene siempre un gesto amable, una palabra sabia, una contestación educada, una valoración exacerbada de la esencia del hombre, un mate listo siempre a mano y una férrea enemistad con la policía que marca y repite en su relato.

Su pasado es su única intimidad. La historia de los años previos a su desembarco en Mar del Plata la cuenta solo con silencios. De joven solía venir a la ciudad y la idea de quedarse para trabajar lo sedujo hace casi 20 años. Dice haber vivido en diferentes barrios alejados y que la “malintención” de distintas personas lo dejó prácticamente sin nada. La calle no es un lugar para vivir. Pero al mismo tiempo lo es. Y ahí vive “León” hace ya varios años. Y de ahí duda que alguna vez saldrá.

La reconstrucción de su historia lleva días de visitas, de charlas, de mates tibios, de anécdotas, de contradicciones, de distintas versiones de los hechos. Cuenta su vida en capítulos desordenados y con un relato cíclico que varía de acuerdo al día. Recuerda, promete contar, aprende a confiar y de poco se olvida. Saluda en cada encuentro con un apretón de manos y se despide con otro seguido de un abrazo.

De pronto, se anima y reconoce: “Me gusta la calle, pero me cansa un poco. Lo que pasa es que me reprimen mucho y me roban mucho. El indio siempre vivió reprimido y hoy me siento prisionero”.

 UN MAPUCHE FUERA DE SU TIERRA 

“León” es un auténtico mapuche. Se crió en su cultura, con esa lengua de los pueblos originarios y aprendió a tocar la guitarra y a cantar a los cinco o seis años gracias al fuego y a su abuelo.

Recuerda las primeras guitarreadas, las canciones que le compuso a la naturaleza, al monte y a los pueblos con su pasión, con sus primeras guitarras, aquellas con las que afirma haber cantado en cafés y bares pero que ya no tiene, porque asegura que la policía se las robó.

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Cuenta que sufre “una persecución constante de la policía”, de la cual dice ser “un eterno enemigo”, aunque no de toda la institución, sino de aquellos que define como “policías traidores”, los que -según afirma- le quitaron tres guitarras sin explicación alguna.

“Esos delincuentes policías me las robaron por atrevidos y envidiosos. No me dieron ni una razón. Si me hubieran dicho ‘usted no puede cantar porque…’ yo lo hubiese entendido, pero no, así de la nada me sacaron las guitarras y me dejaron sin voz”, explica y da los nombres de los efectivos de tres comisarias de Mar del Plata (primera, segunda y cuarta) a quienes acusa de haberle robado.

Podrá hacer frío, podrá llover y tener que mojarse. Podrá faltarle casi todo, pero dice que lo que más sufre es que le robaron “la voz, la guitarra y las ganas de cantar”. Su desilusión es tal, que pone en duda si volverá a hacerse oír como cantor.

Sin embargo, en otra de las visitas para la recontrucción de su historia confesó que le encantaría tener una guitarra para tocar. “No soy detallista ni pretencioso, cualquier guitarra sana, solo en buenas condiciones, está bien”, pide apelando a la solidaridad de quien conozca esta parte de su vida.

El “Mapuche” está lejos de su tierra. Conserva entre sus pocas pertenencias -guardadas en bolsas y cubiertas por lonas y mantas- algunos instrumentos de viento que fabricó con sus propias manos para tocar la música de su cultura y así sentirse por minutos más cerca de su raíz.

“La palabra de un indio es honor y vive en su cosmovisión celestial. Y quien jode está condenado a pagar muy caro tal vez no aquí, pero sí en el tribunal celestial”, dice.

Le han ofrecido pasar las noches en un hogar. Le han ofrecido salir de la calle. Le han prometido trabajo. Pero no. “Ya tengo trabajo, cuido los coches y los comercios”, se justifica. León valora el intento de ayuda, pero lo ve distinto: “Eso está muy bien, pero esta es mi vida, no me voy de la calle y no puedo dejar mi carro”.

 SU CARRO, ESE CARRO 

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Se siente orgulloso de lo poco que tiene. Y su carro, no cualquiera sino ese carro, es prácticamente una historia aparte. Lo defiende, lo justifica, lo contempla, lo describe, lo elogia, lo protege, aunque ya casi no camina.

El carro tiene dos neumáticos, es fuerte y está unido a una bicicleta que prácticamente no funciona. Lleva mucho dentro de él. Dice que ahí va parte de su vida. “En realidad tendría que tirarlo un caballo, no un ser humano. Pero como soy un indio salvaje en la ciudad, tiro yo de él. Carros como este ya no hay. Mi carro es mi casa, mi vida, mi esfuerzo y mi sudor”, cuenta.

Una vez más podrá hacer frío y faltarle comida. Podrá sufrir que le bajen la mirada o algunos lo vean con desprecio. Podrá sobrevivir en la calle y necesitar mucho de lo que no tiene, de lo que nunca tuvo. Pero junto a una guitarra, una bicicleta fuerte que funcione bien y le permita trabajar con su carro es hoy una necesidad primordial para “León”, el mapuche de la Terminal.

 MATE AMARGO 

El mate no le puede faltar. Dice que si no toma, le duele la cabeza. El mate es un compañero de vida, de soledad, de calle, de día y de noche. Cuenta que la única pava que tiene (otras se las robaron), sin tapa, “está viejita pero calienta bien el agua”. Algún vecino o comerciante se encarga de recargársela varias veces al día.

Al reconstruir su historia, en cada visita compartir el mate con el “Mapuche” es casi una ceremonia. Y la mateada se repite, pero no de cualquier manera.

“Hay una tremenda equivocación de la sociedad occidental, deberíamos poder vivir tranquilos, sin que unos se crean más que otros”

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Entonces prepara tres tachos de pintura que se convierten de pronto en asientos junto a un garage cerrado y ubicado al costado de la puerta en la que guarda sus escasas pertenencias. Así la misma calle se transforma por un momento en un pequeño living, en su humilde hogar. “Los invito a mi casa a tomar unos mates”, propone con una sonrisa y la intención de recibir a los invitados con la mayor de las comodidades que la marginalidad le dejó a su alcance.

“Si no fuera indio ya estaría enfermo”, dice al referirse al frío, a la noche, a los peligros de la calle, al mate en sí mismo. “Nosotros ocupamos la tierra del padre. Es su tierra y hay una tremenda equivocación de la sociedad occidental, porque deberíamos poder vivir tranquilos, sin que unos se crean más que otros”, sostiene y solo de eso se queja. De eso y de la policía otra vez. “Yo solo quiero que no me molesten más”, reclama. El agua se entibia pero no abandona la ronda. La historia, sigue.

 SOBREVIVIR EN LA CALLE 

Cada abrazo de despedida en una nueva visita para reconstruir su historia y difundirla en QUÉ dejó un sabor amargo. No es el resabio del mate, sino un nudo en la garganta lo que deja. El “Mapuche” de la Terminal, ese hombre sabio atormentado por un pasado que no cuenta, siente la calle. Vive en ella. Duerme en ella.

Tal vez “León” debería poder tener la libertad de elegir, pero no la tiene. Duerme poco, duerme mal. Come las sobras de una sociedad que lo excluyó, que lo dejó afuera quizás sin proponérselo. Viste la ropa que otro ya no usa. Le queda lo que otros descartan. Le cuesta confiar, porque la vida lo defraudó. Le cuesta creer, porque le mintieron, porque le robaron, porque dice que le arrancaron la voz.

A este “indio salvaje humilde” de 42 años y nacido entre los mapuches de Río Negro con una infancia entre campos de trigo, solo le queda un carro quieto y un mate caliente. A este hombre de corazón noble, rasgos duros y relato pausado, lo dejaron en la calle.

Los vecinos lo ayudan, pero no alcanza. También le ofrecieron un hogar para personas en situación de calle, pero no alcanza. Sus derechos, hoy no existen. Tal vez haya cometido errores. Tal vez la sociedad se equivocó con él. Hay algo que claramente está mal.

Lo cierto, es que teme morir en la calle. Las muestras gratis de solidaridad solo le mejoran la vida en forma transitoria. “León” abraza fuerte y pide que no lo olviden, solo eso. Tal vez el “Mapuche” no sea el estereotipo de una persona de la calle, o sí, pero ésta es su historia y su camino. Ésta es hoy parte de su vida, donde frente a la partida de micros a todo el país de la ya no tan nueva Terminal de Mar del Plata encontró a la indigencia como único destino.

mapuche final

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20/12/2015