Martes 19 de marzo | Mar del Plata
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09/05/2017

Miedo a flote

Cuando saqué la cabeza afuera del agua ella me miró como si en vez de un compañero de carril se hubiese topado con un sujeto provisto de branquias. Es que yo la observaba con cierto fastidio y sin entender por qué detenía su marcha perfecta silenciosa y fluida en cada extremo de la pileta y…

 

Cuando saqué la cabeza afuera del agua ella me miró como si en vez de un compañero de carril se hubiese topado con un sujeto provisto de branquias. Es que yo la observaba con cierto fastidio y sin entender por qué detenía su marcha perfecta silenciosa y fluida en cada extremo de la pileta y sin acusar falta de aire o cansancio. Me esforcé por disimular mi curiosidad y seguí nadando. Casi al instante percibí que me rebasaba por el costado izquierdo. Herido en mi orgullo apuré las brazadas y llegamos a la otra punta al mismo tiempo. Recordé la película Días de trueno, en la que Tom Cruise, piloto de la NASCAR, y su rival Michael Rooker, terminan corriendo una ridícula carrera en sillas de ruedas después de coincidir en un pasillo del hospital donde terminaron internados por sacarse chispas en la pista. Humillado, intenté dejarla atrás y volví a máxima velocidad con un estilo desenfrenado y caótico. De repente sentí en mis pies el movimiento sutil de una pequeña oleada. Era ella de nuevo, grácil y aparentemente embadurnada de aceite –pues daba la impresión de no tocar el agua-, desafiando mi hombría y llegando al borde un segundo antes que yo. Con indignación me quité las antiparras y la miré a los ojos.

-Es increíble cómo nadás ¾tomé una bocanada de aire porque estaba que me moría¾. ¿Te puedo preguntar algo?

-Sí, obvio. Ya que estamos, me llamo Nuria. ¿Vos?

Al decir mi nombre resoplé y cometí la imprudencia de escupirle un poco de agua en la cara. Me dilculpé por la torpeza pero ella subió la apuesta y remató con otro chiste.

-No te hagas problema. Acá nadamos entre los moquitos de los demás.

Me reí, pero a la vez sentí un asquete que los nadadores damos por sobreentendido.

-Te decía… -quise evitar lo escatológico-, que me da mucha curiosidad saber por qué parás tan seguido.

-Ah… ¾se rio volcando la cabeza hacia atrás¾. Es una locura mía. Me rio  ¾dijo ¾, porque en algún momento todos me preguntan lo mismo. Es por culpa de un sueño horrible que tuve cuando era chica. Por eso aprendí a nadar.

-¿Y se puede saber de qué se trata?

-Sí. En el sueño me ahogaba después de un naufragio. Lo más loco es que hoy por hoy viajo en barco como parte de mi profesión.

-Ah, sí. ¿Por?

-Tengo una compañía de cruceros…

-Ah, mirá vos ¿Y cuál es el nombre?

-Costa Argentina… ¾siguió con el relato que yo había interrumpido sin necesidad-. Te decía que… por mi trabajo, hago viajes de placer, ya sea para acompañar a mis clientes o a mis amigas, pero el pánico de que algo malo va a sucederme sigue intacto.

-Ajá. Pero todavía no me respondés por qué parás cuando llegas a la punta de la pileta.

-Ah, claro. Porque le tengo fobia al agua y creo que de no parar me ahogaría. Ya sé que es una idea tonta, pero para mí es simple y a la vez complejo. Todo está acá ¾se tocó la sien con la punta del dedo índice.

-Bueno, no te preocupes. Si alguien tiene que ahogarse, ese seré yo ¾festejó la broma y cada cual continuó con lo suyo.

Acostumbro a leer los portales bien temprano. Es lo primero que hago cuando me levanto. Una revisión ligera para centrarme en una realidad que da sorpresas diarias. Que la mierda del 2×1 a los genocidas, que la deuda y la inflación que no paran de subir, que la gente no llega a fin de mes y reapareció el trueque, que se consumen cuatro litros menos de leche que el año pasado, que el déficit fiscal es de 500 mil millones de pesos y de la deuda externa mejor ni hablar, que el consumo, la industria y las pymes siguen en caída libre, que se hundió un crucero argentino… en jurisdicción… de… aguas bra-si-le-ñas. La puta madre. No podía creer lo que veía. La foto de la embarcación llevaba el nombre de la empresa de mi compañera de nado. Pero no tenía por qué ser parte de la tripulación. Según entendí, sus viajes de placer eran esporádicos. Administrar su negocio en tierra y de vez en cuando disfrutar de la vida. El copetito de la noticia añadía que no había sobrevivientes y que el hundimiento todavía resultaba inexplicable. Me repetí en silencio la frase “no hay sobrevivientes”. Volví a pensar en Nuria. El viernes último, o sea, dos días atrás, no había concurrido a la pileta. Creí que el mal clima podría haberla tentado a quedarse en su casa. Pero también podía ser que estuviera…

No pude evitar pensar en la desesperación de tener que abandonarse a las profundidades del mar después de agotar los recursos físicos. Pensé también en el preciso momento en que una persona se entrega a la muerte que iguala a los buenos y los malos nadadores, y sobre todo sentí un escalofrío ante la certeza de que aquella espeluznante impresión que le había causado la pesadilla cuando aún era una niña, se repitiese en el momento exacto en que empezaba a hundirse para siempre.

09/05/2017