Martes 16 de abril | Mar del Plata
08/06/2016

Amor de góndola

Parecía el comienzo de una típica película con Sandra Bullock. Mi carrito de las compras parado frente a la góndola de los lácteos y de repente un golpecito seco producto del descuido. —Uy, perdón —no terminó de completar la frase. Algo así como, no me di cuenta, o disculpá. Abrió los ojos sabiendo que era…

 

Parecía el comienzo de una típica película con Sandra Bullock. Mi carrito de las compras parado frente a la góndola de los lácteos y de repente un golpecito seco producto del descuido.

—Uy, perdón —no terminó de completar la frase. Algo así como, no me di cuenta, o disculpá.

Abrió los ojos sabiendo que era yo, y yo sabiendo que era ella, pero muchos años después. De no ser nadie, hubiera girado el carro y sonreído un poco, para luego plantarme en el sector de embutidos y perderme en mi propia imagen horas después,  mirando el partido y acompañando la picada con una cerveza helada. Pero no. El corazón me dio un vuelco insinuante, algo así como haber pisado en falso y estar a punto de caer en un pozo. Es un segundo, la rémora de viejos recuerdos, no más que eso, un sentir incómodo como el que pudiera tener un perro que escarbando porque sí da con un viejo y olvidado hueso.

—No te la puedo creer. Qué haces, qué ha sido de tu vida —me hablaba desde alguna lejana galaxia.

—Nada extraordinario. Voy muriendo de a poco como todo el mundo —dije, y su sonrisa asomó como cuando las cosas van bien y no hay que preguntarse nada al respecto.

—Sos un… —podría haber dicho guacho, el mismo tarado de siempre o cosas por el estilo. Pero la vida había mutado hacia otra cosa, y las palabras que brotan con espontaneidad cuando se observa la vida como desde la ventanilla de un tren, ya no son las mismas, han adquirido otro sentido, se deshacen a mitad de camino, son de otros.

—¿Soy un qué? —ella bajó la vista y agachándose un poco movió lo que llevaba en el carro para después engancharse el mechón de pelo por detrás de la oreja, como lo ha hecho siempre.

—Nada. No sé qué decirte o cómo seguir estar charla. Está bueno verte, pero bueno, no sé.

Estaba más buena que antes. Me pregunté si se debía al trato que le daba su actual pareja, o si las personas son lo que son, y punto. Miré alrededor, empezaba a sentirme raro, incómodo. Habría venido con su… ¿marido?

Cuando estábamos juntos la palabra marido era dicha tantas veces como la palabra esparadrapo. Ni siquiera se pensaba en eso. En realidad quién quiere hacerlo. Sí, ya sé. Los que le dan a cada cosa un lugar, una pertenencia, una categoría, un status. Sucede que la juventud se da el lujo de poner distancia de todo lo que suene convencional. Hay en eso un aire de patetismo que se esquiva de modo inconsciente. Para qué molestarse con el futuro cuando miramos de frente a la eternidad. Es el lujo, el divino tesoro de la juventud, y en aquel tiempo lo éramos.

—No hay que seguir esta charla más allá de lo que vale. No tengo por qué preguntarte nada. No hay nada que el tiempo no pueda vencer —me vi diciendo lo que no quería. Para qué herirnos, qué clase de compensación estúpida nos anima a decir lo que no queremos: Que si hubiéramos seguido juntos tal cosa, o si a esta altura tendríamos un “proyecto”, palabra de doble filo que a veces lo puede todo y otras lo echa todo a perder—. Para qué devanarse los sesos —dije y casi pronuncio su nombre al terminar la frase—. Es más simple, hay historias que merecen un futuro y otras que solo se preservan como un buen recuerdo.

—Claro, siempre fuiste de pensar así —retrucó con aire desafiante—. Sin embargo no estoy segura de que romper haya sido una buena idea. Tal vez nos apuramos y quizás hoy podríamos llevar un mismo carro para los dos.

Me quedé helado. Un instante de confusión me nubló la vista. Hay veces en que se siente algo con intensidad, una presencia de ánimo que creías dormida, y sin embargo estás invadido por una reminiscencia de otro tiempo, algo que al día siguiente no va a importarte un comino. El viejo y atractivo juego de la seducción metía su cola, era la oferta del día.

—Puede ser —dije—. Las dudas no son lo mío. En realidad mis únicas certezas son las dudas. Nunca sé que pudo haber sido mejor. Es como haber soñado con un número y no  haber entrado a una casa de quiniela. Un absurdo más. Fuiste muy importante para mí. Eso es lo que sé —lo dije sin esfuerzo, justo yo, a quien las confesiones sentimentales le caen peor que un vino picado.

Todo es muy extraño. Vivís con alguien, dormís, comés y cogés con esa persona, es tu delirio y tu perdición y de pronto todo se esfuma, a veces sin una razón aparente. Un día te das vuelta en la cama y hay otra mujer distinta que no se parece en nada a la anterior y que sin embargo, vive, come y coge con vos como si todo fuese muy normal, y nada hubiese sucedido en el medio. ¿Qué son esas gentes que se pierden en el camino? ¿impasses? ¿Ensayos del cinismo amoroso? ¿Cómo es posible que un día lo sean todo, y pasado el tiempo no signifiquen absolutamente nada?

—Vos también fuiste muy importante para mí —dijo—, te diría lo más importante. Pero, qué somos hoy —¿jugaba conmigo, esperaba que le devolviera la gentileza, estaba decepcionada de su vida actual? Pensé de nuevo en las películas de corte femenino mientras una mirada acaramelada terminó de empujarme hacia el abismo.

—¿Sabés que somos? Dos extraños que acaban de chocar sus carritos dentro de un supermercado.

—No lo creo —me respondió, y se alejó zigzagueando como las amas de casa que salen de compras para perder el tiempo.

08/06/2016