Jueves 25 de abril | Mar del Plata
08/07/2015

El ascensor

Chiquitín, me dice el viejito que acaba de bajar del ascensor, y me frota la cabeza con su mano áspera. La otra sostiene un bastón que le salva la vida cada tres segundos. Me acomodo el guarda polvos y enseguida subo y apoyo mi mochila en el piso. Aprieto el cero. El cero no debería…

 

Chiquitín, me dice el viejito que acaba de bajar del ascensor, y me frota la cabeza con su mano áspera. La otra sostiene un bastón que le salva la vida cada tres segundos. Me acomodo el guarda polvos y enseguida subo y apoyo mi mochila en el piso. Aprieto el cero. El cero no debería llevar a ningún lugar. Aquí voy con mi raya al costado que tanto odio. Me consuela haber visto a ese abuelo sin un pelo en la cabeza. Jamás llegaré a ser así, para eso faltan mil años. Pero ese viejito me ha hecho pensar en el futuro. No soy un niño normal. Me intriga saber cómo alguien llega del punto A al punto B, sin pelos y hecho una pasa de uva seca. ¿A eso le llaman futuro? Tal vez en diez años, ya cuando tenga 18, seré fuerte como un toro, y andaré detrás de las chicas y me pondré de novio y habré hecho eso que hacen los grandes, y que de solo pensarlo me da cosquilla en la panza. Por ese entonces ya no me peinaré hacia el costado, porque en realidad ya no será la mano de mi madre la que decida. Ella piensa que me queda hermoso, pero yo me veo medio cabezón y con la raya muy baja, y no me queda, bah, creo que ningún peinado me queda. Este espejo ayuda a verme mejor, me gusta este ascensor… A ver así… No, así no, mejor así, estos pelos para allá, ahí va, sí, era solo cuestión de correrlo un poco con las manos. Este jopito me da un aire más canchero. Nada mal. Hoy tengo que convencer a Betina para que sea mi compañera en el baile de egresados. Desde la primaria que vengo pensando en ella. Eso si no me ganaron de mano. Todos se mueren por invitarla, pero a nadie mira como a mí. A ella le gusta mi raya al costado, es como si fuese una enviada de mi madre. Pero eso ya quedó atrás, ya no soy un niño y decido sobre mis cosas. Además, ¿qué pretende? ¿Que toda la vida ande con el mismo look? Imposible. Todos cambiamos, es mejor así, o acaso yo le digo que le quedan mal todos esos peinados raros que se hace en la peluquería. Bien que me quedo callado, a pesar de que en estos doce años de casado nos hemos dicho de todo, con y sin niños delante. Además, ya ni siquiera recuerda aquella famosa raya al costado que tanto parecía gustarle y que usé por última vez en nuestro baile de egresados a pedido suyo. En realidad fue mi madre la que le pidió a ella que me lo pidiese a mí. ¡Ay, con estas mujeres! Todavía, después de tantos años es como si pudiera escuchar a mi madre diciendo: ahí va mi chiquito. ¿Mi chiquito? Grandote boludo, trajeado y con raya al costado diciendo adiós a los años de secundaria. ¡Qué épocas! Es increíble, pero esa raya se forma sola como si fuese una marca de fábrica o algún hilo hacia el pasado, un hilo que sostiene mi madre. De lo mal que me quedaba aquel peinado me doy cuenta ahora que soy una persona adulta, de chico era solo andar así, sin conciencia, o serán los años y el lugar desde el cual uno mira. Seguro es eso, claro, tan mal no me quedaría después de todo. Pero che, qué lento que es este ascensor, por dios. Alcanzo a verme toda la espalda en estos espejos. Epa, ¿qué es eso? Me falta pelo en la nuca, ¿Qué carajo pasó ahí? ¿Cuándo fue…? Desparramemos un poco y… voilà, essso es, ni se nota, per-fec-to. Habrá que aprender a pilotear el paso del tiempo. Ahora que alcanzo a verme bien, hasta hace varios añitos, yo me vestía distinto. En algún momento me convertí en esta otra cosa que viste con un pantalón que le sobrepasa ¿el ombligo? Yo había jurado no convertirme en este mamarracho. ¿Cómo ha venido a dar arriba del ombligo? Con razón mi chiquitina más grande me dijo el otro día que no usase los pantalones tan ridículamente altos. ¿Mi chiquitina? Está a punto de casarse y tiene una carrera casi terminada y yo le sigo diciendo mi chiquitina. Es que uno no se da cuenta prácticamente de nada. Tengo que ir a verlo al gordo, él tiene que tener una boina para prestarme, o algo para ponerme en la cabeza. ¿Una boina? Yo me la he pasado odiando por motivos que desconozco a todo aquel que use boina, y estoy a punto de pedir una boina a mi amigo que se ha ido quedando pelado antes que yo. ¿Qué hay con eso de tener un poco menos de pelo? A los cincuenta está bien, es parte del proceso. La puta que lo parió al proceso. Pero es lógico, así que ¿Por qué tanta historia? Nunca me preocupó tanto mi apariencia. Pero, madre mía con estas últimas catástrofes. Es más, si miro un poco mejor y eso es lo que me gusta de los ascensores, los espejos, esos espejos grandes dando la vuelta para poder mirarse desde otros ángulos, veo que en la parte de atrás ha quedado mal doblado el cuello de mi saco, y que mi bastón me da un aire a no sé qué. Pero también noto que me he ido encorvando. Es como si fuera otra persona. En fin, acá estoy, meta bajar este ascensor, achicándome, que es una de las consecuencias de volverse viejo, sentir la gravedad como una mano invisible que quiere aplastarte contra el suelo, y ver estas arrugas, cientos de ellas, ¿cuándo fue que se formaron?, dibujadas en mi cara con ese lápiz que el tiempo usa para ir tachando la juventud. Ni bien llegue a planta baja, o por mejor decir al piso cero, ese que me parecía un no lugar cuando era chico, voy a ir a comprarme un poquito de ese pan tan blando que venden a la vuelta. Y después sí, voy a ir al funeral del gordo, que se le ha dado por morirse faltando tan poco para que llegáramos a los ochenta. Justo él que le molestaban tanto los números impares. Me pica la cabeza del lado izquierdo. Es como si aquella raya al costado que me hacía mi madre para ir al colegio, anduviera ahí, recordándome algo que no sé bien para qué puede servir.

08/07/2015