Martes 23 de abril | Mar del Plata
22/07/2015

La verdad sobre Papá Noel

No se deja de ser niño con la muerte de una mascota. Ni cuando las chicas ven a sus muñecas como adornos. Tampoco cuando decidís lo que está bien y lo que está mal. Ni siquiera el día que besás a alguien con los ojos cerrados. Uno deja de ser niño por otras circunstancias, y…

 

No se deja de ser niño con la muerte de una mascota. Ni cuando las chicas ven a sus muñecas como adornos. Tampoco cuando decidís lo que está bien y lo que está mal. Ni siquiera el día que besás a alguien con los ojos cerrados. Uno deja de ser niño por otras circunstancias, y por decirlo de manera poco elegante, por estupideces que colonizan la vida de todos, costumbres y rituales, cierta parafernalia fantástica que inventa personajes que se llevan los créditos, y que algún día pasan a ser lo que son: fantasía. Y ya nada es igual.

Tarde o temprano, los niños buscan la verdad. Ese espacio incómodo para padres farsantes que mantienen mentiras hasta que el filo de la lengua callejera o el apriete infantil las destruyen. Desde La Liga de la Justicia, con Superman, Aquaman y todos esos changos, hasta Gravity Fall o Bob Esponja, los chicos han entendido, más allá de la fascinación, la categoría abstracta de los dibujos animados. Están ahí y son lo que son, hacen reír y con solo encender la tele vuelven a aparecer. Chocan los cinco con tipitos que se disfrazan en una fuente céntrica, y hasta puede que tengan algún muñeco de peluche con su animación favorita. Está claro. Pero llega el día en que una vuelta a la calesita es un embole y entonces razonan más de lo que deberían. Pero es bueno que lo hagan, porque un día cualquiera alguien les encajará un billete falso, o les dirán que en vez de amor solo ha habido una simulación.

Por eso, la inocencia es tan rica, tan bella, tan propia del no sufrimiento. Y es raro que la alteración y la imagen del mundo cambien, no cuando te dejan afuera de un picadito porque sos un queso, ni cuando la chica que te gustaba en la primaria te dio vuelta la cara, o cuando tus viejos te cortaron los víveres por haberte mandado flor de moco. Sino por las tiernas invenciones culturales. Por caso, el viejo gordo y cachetón que trae regalos para todos los niños (falsa afirmación) para después desaparecer entre las luces del firmamento arriba de su gran carro tirado por renos. A ese tipo me cargué en estos días. Sí señores, soy culpable. No me da pena por él, sino por mi hija. O por mejor decir, por la inocencia.

Juro que todavía me duele el corazón. Escribo y siento de nuevo que las palabras tendrían que haber sido dichas por otro. Un otro que puede ser un compañerito del colegio o un descuido de adultos. Pero no. Fui yo y lo hice adrede, queriendo, saldando cuentas con la verdad, poniendo al gordo en el lugar que corresponde.

Mi pequeña quiso saber. Me acorraló con preguntas asociadas al problema de cálculo en la entrega simultánea de regalos, y sobrevoló el favoritismo del panzón por los niños ricos. Llegó a decirme que a China llegaba porque allá era de día cuando acá era de noche, y otra serie de datos, digamos técnicos, valorativos, estadísticos, asombrosamente razonables, para cuestionar la aparición del señor moflete en las fiestas. ¿Por qué me lo preguntó en medio de una tarde helada de Julio mientras caminábamos a un lugar donde solo venden figuritas, y no en Navidad? Ni idea. Quizás la verdad esté siempre al acecho.

Insistía con el tema, quería saber. Yo le decía que estaba haciendo la pregunta incorrecta. Que no importaba si la barba del viejo llegaba al piso, si los renos volaban de verdad, o si vivía en el Polo Norte o debajo de un puente. Esas no eran las preguntas correctas. Se enojó muchísimo, quería la verdad. La verdad era que los padres se sacrificaban, y el viejo pasaba por caja. Pero no podía decirlo así como así. Debía acercarla a la puerta de esa verdad, pero no ser yo quien se la abriese.

—Bueno, última chance. ¿Vas a hacer la pregunta correcta o no? —le dije.

—¿Vos querés que yo la haga? —respondió.

Sentí que la inocencia es muy subjetiva, que si le decía que sí, ella me haría la pregunta correcta, pero si le decía que no, me convertiría en un cobarde que nunca más se atrevería a decir ninguna verdad.

—Hacela —le dije.

22/07/2015