Miércoles 24 de abril | Mar del Plata
18/11/2015

Me quiere, no me quiere

Por la hora en que me llamó, intuí que de nuevo venía por mí. Ni siquiera alcancé a escuchar lo que decía. Tengo un drenaje mental que deriva hacia zonas sin retorno. Ese día el modo la había delatado, cierta urgencia pretendía disfrazar de trascendente lo que finalmente era una tontería. Igual terminé olvidando lo…

 

Por la hora en que me llamó, intuí que de nuevo venía por mí. Ni siquiera alcancé a escuchar lo que decía. Tengo un drenaje mental que deriva hacia zonas sin retorno. Ese día el modo la había delatado, cierta urgencia pretendía disfrazar de trascendente lo que finalmente era una tontería. Igual terminé olvidando lo que me dijo. Lo tomé como una nueva arremetida. Hay algunas ex que jamás se rinden. Juana intentaba construir un puente donde solo había dos puntos separados por un río de contrariedades. Yo había fallado con su pedido, lo recordé cuando me lo echó en cara.

-Supongo que acordarte de lo que te pedí habrá sido demasiado.

-Es que…

-Ya sé, ni siquiera sabés de lo que te estoy hablando, estoy segura –su tono había subido una octava-.Lo mismo hacías cuando estábamos juntos.

-Acabás de decir lo que realmente importa: ya no estamos juntos Juana.

-Ajá, o sea que te ha dado lo mismo. Ya veo qué clase de tipo sos.

Sobrevinieron algunos días de paz, mezclados con otros que trajeron una insufrible cantidad de llamados. Me asombraba la cantidad de palabras y temas que era capaz de hilar sin darme un respiro. Como era una buena mina, elongaba mi paciencia hasta límites inhumanos. La oreja me quedaba a dos grados por encima de la temperatura del infierno, hasta que se producía el milagroso silencio que venía después del, chau, nos vemos. Pero, ¿qué era eso de nos vemos?

Está claro que para malograr un amor solo hace falta que una de las partes deje de querer. O si quieren pongan amar donde dije querer, o pongan despabilarse hasta caer en una nueva realidad, un mundo donde el otro ha dejado de ser todos los horizontes a la vez. Será que no sabemos decir adiós, que somos ineptos en eso de dejar ir, acaso por la estúpida e inconsciente idea de no saber qué hacer, del temor de cargar las culpas, o de la incapacidad para deshacernos de lo que nos da refugio, o porque siempre estamos pensando que la duración de las cosas bien podría ser indefinida, prolongarse hasta los confines de nuestras vidas sin tener que tirar del carro, por la sola inercia de lo que nos supera. A veces la vida se parece a un tren que marcha a gran velocidad con las ventanillas selladas. Los pasajeros viajan, sienten la vibración de estar yendo hacia algún lugar, pero nunca se preguntan que hay en ese paisaje que no ven, ni reconocen la estación en la cual deberían haber bajado.

¿Era la razón por la cual ella insistía?

-Ayer pasé por tu casa, toqué timbre, pensé que podríamos tomar unos mates.

Habló con aire de renovada alegría, como si nada hubiera pasado en el medio. Fue del punto A al punto C, y del punto B, ni noticias. Es decir, no aceptaba haber perdido la batalla. Ah, pero las mujeres no pierden batallas, solo agitan la bandera blanca mientras te rodean con tropas que inventan de la nada hasta volverlas reales, de una eficacia minuciosa sorpresiva y letal.

-Capaz que no quisiste atenderme. Todo bien, pero es de mal gusto –me atacaba por los flancos.

-Ah, seguro que fue en el momento en que salí a comprar unas cositas.

-Raro, había luz –dijo- y juro que creí verte caminar por dentro de la casa –la sola insistencia, el hecho de haber espiado por las rendijas de las ventanas, me produjo la extraña sensación de ser ella quien estaba adentro, y yo el que estaba de visita, del lado de afuera.

-Bueno, no tiene importancia. ¿Qué buscabas?

-Cómo me decís ¿qué buscabas?, así como así. No soy una extraña o uno de esos odiosos predicadores que van casa por casa.

Creí que la comparación era exacta en algún sentido. Aguanté la risa, dije que todavía tenía mucho por hacer, y me fui.

A la mañana siguiente los llamados se multiplicaron. Con el pasar de los días se produjeron algunas casualidades. Detrás de todo debía existir una suerte de logística. Juana aparecía de repente en una esquina, en el mercadito de la vuelta de casa, a la salida del laburo. Lo hacía con aire distraído, y ahí estaba vestida de ese modo tan singular que le caía tan bien a su nombre, en medio de mi camino, para mirarme a los ojos como te mira una mascota.

-Ah, justo venía pensando en vos. ¿Cómo estás? –sin dudas merecía un premio Oscar por su actuación.

-Bien, volviendo a casa –hablé con pesada lentitud, como si viniera de hombrear bolsas de cemento en una obra.

-Buenísimo. Podríamos aprovechar para hablar de nosotros. Bah, siempre hemos hecho eso, ¿no es así?

-No te quiero desilusionar pero creo que eso pertenece al pasado Juana –solté la frase y sus ojos fueron los ojos del diablo-. ¿Qué te proponés –debía terminar con el asunto antes de volverme loco-, por qué insistís con algo que ya pasó?

-Es que prefiero que me odies –me dijo con una sonrisita sardónica.

-No sería capaz de hacer eso. No estoy capacitado para odiar. A lo sumo llegaré a detestarte, pero no más que eso.

-Bueno, pues yo voy a hacer que me odies.

-No te gastes Juana. Y además, porqué querrías que te odie, no tiene sentido.

Empecé a caminar como para sacármela de encima. Sus gritos resonaron a mis espaldas y un escalofrío me recorrió el cuerpo al escuchar lo que dijo.

-Claro que tiene sentido pedazo de idiota –los alaridos eran los de una fiera acorralada-, prefiero que me odies a que me olvides, y te juro que lo voy a lograr.

Ni siquiera atiné a darme vuelta. Caminé varias cuadras y me detuve en un café. Jamás he podido sentarme a tomar algo completamente solo. Pero esta vez sí que pude, y no estuvo nada mal.

18/11/2015