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02/12/2017

Enterrar un pajarito

Fue hoy, en un momento del trabajo. Terminaba no se qué tarea y un encargado me lo señaló: “Mirá un colega tuyo muerto, un pajarito. A ver si le das un funeral”.

 

Fue hoy, en un momento del trabajo. Terminaba no se qué tarea y un encargado me lo señaló: “Mirá un colega tuyo muerto, un pajarito. A ver si le das un funeral”.

Resulta que en el trabajo me conocen por el apodo de “pajarito” porque cuando entré les conté que era cantante y les canté “Gorrión de pecho amarillo” de Pedro Infante, una antigua canción mexicana que siempre me conmovió. Quizá este asunto de los apodos merezca todo un apartado nuevo. pero creo que mi ego devorador se metería a hacer observaciones estúpidas.

Claramente era parte en chiste parte esa emoción incomoda que genera la muerte, y sobre todo de bestiecillas inocentes.

Agarrar el pajarito entre las manos me dio una tristeza enorme, me hizo pensar en estas últimas cosas que he leído sobre el budismo, sobre ser todos uno. También me hizo pensar en la muerte en general, Dolina dice en su libro “El fantasma” que en general la alegría es el patrón aceptable en las personas, que está establecida la alegría como conducta aprobable y en cambio él reivindica a las personas tristes y melancólicas, acaso.

Dolina afirma que la alegría y diversión no son otra cosa que desenfoques que nos hacen olvidar momentáneamente que moriremos y que esa angustia es la verdad y lo que eludimos a cada momento.

Yo no estoy de acuerdo con este postulado del señor Dolina, pero sí simpatizo con su postura.

Personalmente cuando camino hacia el mar y pienso en las cosas que hice y que hago me gusta imaginar mi alma eterna fundiéndose con todas las cosas y los seres, que esto que percibo que yo soy, está haciendo todo y no está haciendo nada a la vez, que estoy creando y estoy muriendo y que si en un segundo decido siento todos los placeres juntos y quiero brindar amor a la existencia; y si quiero desaparezco y vuelo y saboreo el fuego de los planetas.

Pero esto es algo que yo elijo imaginar y que elijo creer que disfruto, nunca intentaría decirle a el total de la humanidad como son las cosas.
Una bestiecilla, como dije, un inocente y frágil pajarito en mis manos. Lo imaginaba hasta en una postura humana, como siempre hacemos con los animales para sentirlos mas cercanos. Un gesto hasta de abandono con la existencia: las patitas recogidas, una ligera mueca de angustia y unos ojos cerrados a la fuerza buscando lo eterno.

Me imagine dándole un entierro digno, buscando las palabras para mandarlo adonde sea que vaya, para tener certeza de que él soy yo y que también sos vos que lee.

Me imaginé transmitiendo este valor a un hijo mio, diciéndole que elegimos enterrar a este pajarito y quizá a algunos otros animales no, y quizá tampoco a algunos insectos y ni siquiera a algunas personas, por la razón de una compasión que él solo tendría que buscar y construir.

Hijo, los rituales tienen sentido al dárselo, tenemos que sentirlo de otra forma no valen nada; no hagas esto que yo hago sino te parece, pero si estas conmigo busquemos unas palabras y digámosle gracias a esta alma que nos deja escoltarlo a otro lugar.

Después de imaginarme todo esto volví a la realidad.

Estaba pintando una carpa de estas de punta mogotes y el pajarito seguía atrás de una laja: aun ni me había animado a pensar donde enterrarlo. El jefe y sus amigos jugaban a las bochas ahí cerca y yo notaba como el tiempo pasaba y el sol recorría el cielo mientras yo seguía pensando qué decirle a este pajarito para que se vaya tranquilo.

Pense en decirle “Gracias”, y que esto era simple y lo mejor. Pero al bajarme de donde estaba pintando me di cuenta que me tenia que apurar, entonces lo volví a tomar en mis manos y las hormigas ya estaban comiendo sus ojos.

Me dio asco, lo enterre rapido en la arena.

No dije nada.

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02/12/2017