Viernes 29 de marzo | Mar del Plata
13/06/2016

Las miserias de/en Cheever

El escritor norteamericano (1912-1982) fue uno de los mejores cuentistas de su generación. Envidioso, competitivo, alcohólico y brillante.

 

QUIÉNBlog Cheever (1)

Es domingo de pascuas y la iglesia luce un aforo notoriamente superior al de los domingos ordinarios. El cristiano indolente logra resarcir su endeble devoción con la asistencia a las misas de pascua y navidad. Lo saben (y se les nota) los perfumados, bien vestidos y peinados hacia atrás, que llenan las asientos de madera. Los pensamientos y actos pecaminosos que estructuran su errar diario, durante dos mañanas al año, se olvidan.

El hombre de la cuarta fila —con asistencia perfecta— cree con pasión que la resurrección de Cristo es un acto de amor hacia la humanidad. Reza con los ojos cerrados y el pecho contraído. Pide a Dios que el deseo impuro se aleje. Ruega que su pene no se endurezca frente al cuerpo fibroso de un muchacho. Implora perdón por las blasfemias que interioriza y, principalmente, las que exterioriza a su esposa cuando, hastiada, le niega los favores sexuales.

Almorzaron opíparamente, luego del sermón entusiasta. El hombre ruega que sus hijos salgan a dar un paseo, se duerman o simplemente desaparezcan. Los mayores se ausentan, y la madre duerme al pequeño Federico. John se acerca a ella e intenta escurrir sus manos por debajo de la falda. Cansancio es el pretexto. Media botella de whisky escocés aplaca, momentáneamente, la frustración amorosa.  

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La locomotora gris metálico es el prefacio de la interminable concatenación de vagones. El transiberiano finalizará su extenso recorrido en la inclemente estepa. En el sector más cómodo del tren se escucha hablar en inglés; la comitiva norteamericana está compuesta por hombres que hacen sonar los huesos de sus manos y espaldas. Los dos grandes ganadores de la guerra intentan un acercamiento. El intercambio cultural es solo un bálsamo dentro de las hostilidades que durarán muchos años más. El tren se detiene y la delegación del enemigo piso suelo soviético.

John Cheever es un escritor de fama media. Todas las noches sueña con el Pulitzer. Cuando transita por las afueras de Nueva York lo reconocen los amigos y no mucho más. Poco tiempo atrás ganó el National Book Award, galardón que comenzó a posicionarlo en las letras de su país. Pero, ante su sorpresa, en las calles moscovitas los transeúntes lo reconocen. Le gritan una palabra ininteligible que el intérprete traduce Whapshot. Cheever creyó escribir una novela para los estadounidenses de su generación. La narración refiere a la idiosincrasia y costumbres de sus coterráneos. Pero el lado oscuro del american way of life es celebrado por los rusos. La notoriedad que le escamotean el público y parte de la crítica, se la dan los ignotos de piel nívea, con aliento a vodka, en una lengua incomprensible.

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“Cuando la autodestrucción entra en el corazón, al principio parece apenas un grano de arena. Es como una jaqueca, una indigestión leve, un dedo infectado; pero pierdes el de las 8:20 y llegas tarde para solicitar un aumento del crédito. El viejo amigo con quien vas a comer de repente agota tu paciencia y para mostrarte amable te tomas tres copas, pero el día ya ha perdido forma, sentido y significado. Para recuperar cierta intencionalidad y belleza bebes demasiado en las reuniones, te propasas con la mujer de otro y acabas por cometer una tontería obscena y a la mañana siguiente desearías estar muerto. Pero cuando tratas de repasar el camino que te ha conducido a este abismo, sólo encuentras el grano de arena”*

“El segundo domingo después del de Resurrección voy a la iglesia por primera vez desde que el médico decretó mi muerte por cáncer. Me arrodillo con la esperanza de entrar en un reino de humildad y gratitud más grande del que podría hallar por mi cuenta. El altar está deslumbrante. ¡La dorada luz de las velas!”*

*Fragmentos de Diarios de John Cheever, Emecé.

POR QUÉ

Blog Cheever 11 (1)¿Puede esbozarse un bosquejo de la idiosincrasia estadounidense? Una de las imágenes popularizadas en los últimos años muestra a niños obesos, absorbiendo cantidades industriales de grasa animal y bebiendo en un vaso de gaseosa la cantidad de azúcar recomendada para dos meses. Los armarios de la preparatoria, el baile de fin de curso. Las excursiones militares a lo largo y ancho del globo marcan el rasgo distintivo de su política exterior. Pero también el paisaje agreste, la vida rural de millones de agricultores componen el cuadro. La religión protestante es un rasgo insoslayable. El conflicto racial, la preponderancia en los medallero de los Juegos Olímpicos. Y un loco, siempre solitario, que por no encontrar nada más productivo que hacer, vacía el cargador de su arma sobre quienes lo rodean. Estados Unidos es un continente. Sus más de 300 millones de habitantes, distribuidos en 50 estados, conforman un macrocosmos ecléctico. El granjero de Kansas y el correr de bolsa de Nueva York solo se encuentran en un nacionalismo histérico.

Los escritores norteamericanos retratan un microcosmos de esa materia mayor, inasible. Exceptuando a Hemingway, que escribe sobre la Guerra Civil Española, las montañas africanas, París, las corridas de toros y la vida de los pesqueros cubanos. John Cheever delimita con certeza su campo de acción. Parte de la premisa de lo inabarcable de la realidad mundial, nacional y hasta local. Lo mejor de su obra se circunscribe al terreno pantanoso e intrincado de la institución familiar. Y con más precisión: las familias blancas, protestantes, de clase media-alta, que viven en las afueras de Nueva York.

La novela Bullet Park, la saga familiar (Crónica de los Wapshot y El escándalo de los Wapshot) y muchos de sus mejores cuentos se posicionan en ese terreno. La superficialidad de los vínculos, las tensiones y disfunciones sexuales, la pulsión homosexual; la deformidad del hombre civilizado son los tópicos en los que Cheever bucea. Sus personajes sufren en silencio: a pesar de los padecimientos, hay que arreglarse y perfumarse para el cóctel que los Williams, Robertson, Taylor o los Perry brindaran esta noche, en su bella casa, para los distinguidos vecinos.

Su prosa es precisa, con un dejo barroquismo que lo diferencia de sus lacónicos compañeros de generación. La escritura visceral y descarnada que certifican los diarios íntimos, en el caso de Cheever no se advierten las marcas de apuro y descuido. Las miles de páginas que componen sus anotaciones diarias (compiladas y comentadas de forma brillante por Rodrigo Fresán) tienen un gran valor tanto testimonial como literario. Su escritura fluye, armónica.

Del mismo modo que muchos de los escritores norteamericanos de posguerra, no logró desligar la idea una obra respetable en términos estéticos del éxito comercial. Sufrió envidia inocultable por la trascendencia de JD Salinger y Saul Bellow. Tuvo poca relación con sus colegas. El Pulitzer se convirtió en una obsesión. Luchó con el editor del The New Yorker por más dinero para sus cuentos, pero al mismo tiempo renegó de la condición de escritor menor que representaba ser escritor de revistas de publicación  masiva.

Con los conflictos e inseguridades a cuestas, creó una obra valiosísima que en los últimos años de su vida tuvo el éxito que merecía: obtuvo el Pulitzer en 1979 por la colección de relatos The stories of John Cheever y encabezó la lista de best-sellers durante meses. El corolario de un trabajo intenso, auténtico, honesto de un hombre inspirado y contradictorio. Algo olvidado en estos días, su postergación no obedece al valor sus páginas sino más bien a intríngulis editoriales.

POR DÓNDEBlog Cheever 11 (2)

La obra de Cheever traducida al español (cinco novelas y dos colecciones de relatos) es difícil de conseguir. Hace años que no se reeditan sus novelas y las colecciones de relatos escasean o su elevado precio dificulta su adquisición. A continuación recomendaciones para hurgadores de librerías de usados y ofertas por Internet:

El nadado (cuento): Un hombre —entrado en años pero aún atlético— decide recorrer el camino hasta su casa a nado, utilizando para la extraña empresa las piletas de los vecinos. En la historia bajo la superficie aflora el fracaso personal.

¡Adios, belleza! ¡Adiós, juventud! (cuento) Un ex atleta profesional— animado por el alcohol— finaliza los cócteles de vecinos realizando una prueba de carrera con obstáculos dentro de las casas. La destreza pretérita mutó en torpeza y la gloria, en fracaso.

Crónica de los Wapshot (novela) Su primera novela, galardonada con el National Book Award. Narra las desventuras de dos generaciones de Wapshot, una familia rural de Nueva Inglaterra.

Bullet Park (novela) Las ciudades residencial en las afueras de Nueva York —característica en sus cuentos— es el escenario de la novela que versa sobre las miserias ocultas de una familia de clase media. El oficinista que se droga con somníferos, el dilema de la fe religiosa y el desequilibrio mental de ricos desahuciados espiritualmente, son los tópicos con los que el autor ensancha la visión idílica de las familias estadounidenses.

Diarios Los diarios de Cheever son una monumental amalgama de viñetas sueltas, inconexas, resumidas en sus partes más valiosas en 500 páginas gracias al trabajo de Fresán. Su valor literario equipara al testimonial. Es una interesante puerta de ingreso al mundo cheeveriano.

13/06/2016