Sábado 20 de abril | Mar del Plata
17/10/2018

Repunte: el rostro de una lucha que trasciende al dolor propio

Como cara visible de las mujeres del Repunte, hace 16 meses que Gabriela Sánchez le hace frente a micrófonos, a funcionarios y a quienes cuestionan su causa con la misma vehemencia, dolor y, ahora también, con algo de tranquilidad.

Repunte: el rostro de una lucha que trasciende al dolor propio
(Fotos: QUÉ Digital)
Sebastián Alí

Por: Sebastián Alí

Desde el 17 de junio de 2017, Gabriela Sánchez busca justicia para su hermano desaparecido en el hundimiento del Repunte, buque que era el capitán. Desde ese momento es la cara visible de los familiares de cada una de las diez víctimas de la tragedia, y en su cara se reflejó, a través de estos 16 meses de manifestaciones y logros, cada paso de una lucha incansable que va más allá del impulso del dolor propio, sino que también brega por un cambio concreto en las condiciones de los trabajadores que se embarcan día a día y por justicia para aquellos que no volverán.

Como a tantas otras familiares, a Gabriela la tragedia del Repunte la atravesó por completo. Perdió a su hermano y hoy lucha por los que, como su marido, siguen navegando. Los hundimientos ingresaron incluso en su profesión de socióloga, en la que dejó atrás su tesis doctoral sobre religiones para investigar la relación de los funcionarios de la pesca entre el sector público y lo privado. Su vida se transformó rotundamente y sus gestos tomaron la misma dirección y fueron variando y simbolizando distintos aspectos de su lucha.

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Los alrededores de la sede de Prefectura fueron los primeros espacios donde empezó todo, donde el dolor y la incertidumbre todavía eran recientes y no habían mutado a la lucha y la indignación. Allí, las expresiones de Gabriela como del resto de los familiares eran homogéneas, grises como aquellos días de otoño en los que la Fuerza buscaba frente a las costas de Rawson a un buque que había dejado de emitir señal y que, sin proponérselo, marcaría un antes y un después para la discusión en torno a los trabajadores del Puerto.

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Los 17 de cada mes, quienes quedaron de este lado de la orilla con más tristeza que certezas marchan por las calles el Puerto, con el mismo dolor, con más o menos fuerza pero siempre con las banderas y los reclamos en alto y el megáfono en mano. Pero entre marcha y marcha también viajan al Congreso, buscan contactarse con funcionarios, van detrás de los legisladores y también movilizan junto a los familiares de otras víctimas de hundimientos, porque mientras siguen exigiendo un cambio concreto en las condiciones de trabajo, las tragedias también se siguen sucediendo.

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La lucha llevó a Gabriela por caminos que nunca hubiera imaginado. Y rápidamente, el primer frente a frente con un funcionario fue días después del hundimiento, a menos de un mes de la tragedia. Pero no tuvo suerte. Junto a un grupo de familiares fue a la Estación Ferroautomotora, donde María Eugenia Vidal iba a encabezar un acto, pero no accedió a un encuentro formal con las mujeres. Entre las decenas de trabajadores de la estación ahí estaban ellas, intentando que la gobernadora al menos viera, desde el micrófono, sus carteles, esos que pedían por ningún hundimiento más. A partir de ahí entendieron que iba a ser clave ir detrás de los funcionarios en la búsqueda de justicia y de acción.

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Después de reunirse con empresarios de la pesca y autoridades eclesiásticas, a Gabriela y a sus compañeras la funcionaria recién las recibió formalmente en enero, cuando llegó a Mar del Plata para la temporada. Cuando por fin escuchó las denuncias de Gabriela y del resto de los familiares, Vidal cayó en la cuenta de una verdad inocultable por el discurso político: las mujeres del Repunte tienen razón.

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Su segundo choque con la realidad política fue en el Concejo Deliberante, donde tomó la palabra en la Banca 25. Allí pidió el compromiso de los bloques políticos para que intercedieran y sumaran algo más que un granito de arena en esa lucha que recién comenzaba. Así, Gabriela empezaba progresivamente a imponerse como la cara visible frente a funcionarios de distintos estratos y responsabilidades.

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Mientras tanto, pasó el tiempo. Pasó el frío del invierno, se cumplieron los primeros cinco meses y con ellos llegó también otra tragedia marítima con la desaparición del submarino ARA San Juan. Por primera vez, aunque lamentablemente no la última, Gabriela debía ensayar miradas de compasión y acompañar a quienes empezaban a vivir la pesadilla de tener un familiar desaparecido por una tragedia marítima evitable.

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A la hora de enfrentar los micrófonos, intenta resistir sin que se le quiebre la voz y cada vez le cuesta menos sostener el megáfono que grita verdades en la cara de la corrupción. Pero a veces, como cuando Prefectura les cerró en la cara las puertas de las terminales 1 y 2, a diez meses del hundimiento, las lágrimas de indignación vuelven a sobreponerse al semblante de lucha.

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Con el paso de los meses, además, Gabriela debió escuchar, prestar atención y, muchas veces, también aprender. Porque en el camino también debió instruirse, no sólo acerca de las tragedias marítimas, sino también respecto a las trabas de la política, las burocracias y las peripecias judiciales. Debió aprenderse de memoria las escalinatas del Congreso, detrás de senadores o diputados.

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Pero valdría la pena. Gabriela entendió que no debía limitarse a gritar contra la corrupción o llorar a su hermano. Debió escuchar, viajar o golpear puertas incansablemente para alcanzar y avanzar a pasos agigantados en su lucha.

Si no hubiese asumido ese rol, no se hubiera logrado la conformación de la Comisión de Investigación Independiente para que Prefectura no sea más juez y parte en los hundimientos, no hubiera podido hacer que los diputados de la Comisión de Intereses Marítimos sesionaran en Mar del Plata, ni que las atendiera la gobernadora Vidal o el presidente Mauricio Macri, ni que siquiera se planteara la necesidad de la renovación de la flota pesquera en el Senado o la conformación de un Comité de Crisis que sea eficiente en la asistencia de las familias.

Tampoco se hubiera logrado la obligación de equipar a los buques con trajes salvavidas acordes, ni que se avanzara hacia un proyecto de ley para agilizar la obtención de los certificados de presunción de fallecimiento en hundimientos, que cierran una etapa y permiten abrir muchas más. Ni tampoco se hubiera logrado que la Armada Argentina incorporara la tecnología adecuada para realizar pericias en el buque que harán que se juzgue a los responsables.

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Entre tanto, la lucha continuó en las calles. El primer aniversario del hundimiento encontró a Gabriela con tantas facetas como roles y sentimientos. El 9 de junio se hundió otro buque, el Rigel, y a partir de ese momento otras familias pasarían a recorrer un camino donde ya estaban marcadas sus huellas, y a caminar a la par de Gabriela a partir de ese momento, pidiendo ningún hundimiento más.

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En ese contexto, antes de hacer una nota con QUE Digital a un año del hundimiento, el peso de la mochila que cargan, tanto ella como cada una de las mujeres del Repunte, quedó a flor de piel.

La foto que ilustra esa nota se tomó en la Banquina de los Pescadores. Pero al momento de tomarla, hubo quienes se animaron a pedirles que no lo hicieran, con argumentos más cercanos a los de un empresario pesquero que a los de un trabajador que se embarca en navíos de 50 años: su rostro se transformó y, ante la insistencia de este personaje y con el respaldo de otras mujeres, le advirtió, con la vehemencia que requería la situación, que más allá de la foto no había barcos o lanchas de él o aquél, sino una lucha tan grande como desgastante. El hombre no aguantó y se fue. En la Banquina quedó ella, con los brazos vencidos, el cartel con la cara de su hermano en la mano y el consuelo de su madre.

Su llanto después de la discusión fue la clara muestra de una lucha que obliga a cargar con el dolor propio y la falta de conciencia ajena, día a día, poniendo la cara y, a veces también, el cuerpo.

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Pero también hubo momentos para sonreír. Fue días atrás cuando en una movilización por los cuatro meses del hundimiento del Rigel que partió desde la Base Naval, Gabriela y las mujeres del Repunte se encontraron con que el buque “Austral” de la Armada estaba frente a sus ojos, a la espera de recibir indicaciones para trasladar a los buzos y la tecnología para realizar las tan ansiadas pericias al casco. Y fue todo un gesto de que dejó en claro que, a partir de ahora, los logros empiezan a llegar con más fuerza y con ellos, también algunas muecas de felicidad.

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Este miércoles esta lucha cumple 16 meses. Como cada mes,Gabriela volverá a sostener con una mano su bandera y con la otra el megáfono. A su lado estarán decenas de mujeres y familiares que, entre el dolor y la indignación, siguen peleando para que sus seres queridos tengan justicia y para que las condiciones de trabajo en el Puerto cambien. Y lo seguirán haciendo para que sus banderas no sigan sumando nombres de buques hundidos, y para que en sus marchas no se sumen más familiares que lamenten la desaparición de seres queridosSeres queridos que salieron a trabajar en buques con 50 años de antigüedad, que se mantienen a flote porque la codicia de quien acumula ganancias y la corrupción de quienes deben controlar, sostienen negocios a costa de las vidas de los trabajadores.

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