Jueves 28 de marzo | Mar del Plata
30/01/2018

“Tuve que matarlo”, crónica inmersiva de un pasaje a la acción

QUÉ Digital vivió desde adentro la experiencia de teatro inmersivo de los realizadores Ricardo Aiello y Fabián Carlos. Un robo y una fuga en colectivo desde Mar del Plata a Sierra de los Padres que vuelve cómplices por una noche a sus pasajeros espectadores

“Tuve que matarlo”, crónica inmersiva de un pasaje a la acción
(Fotos: Mauro Carusso)

¿Qué se sentiría ser cómplice de un robo sin preverlo ni llevarse parte del botín? Un plan que sale mal, una fuga obligada, un asesinato que tergiversa todos los planes de una banda de delincuentes inexpertos. ¿Qué se sentiría subir a un colectivo y quedar sumergido en la acción del delito? La sumisión de escapar junto a los malos sin alternativa. Un recorrido de tres horas en tiempo real por calles y avenidas que llega hasta Sierra de los Padres. Afuera del micro, Mar del Plata en una noche de verano. Adentro, pasajeros devenidos en espectadores y cómplices despojados de su pasividad, inmersos en la dramaturgia de “Tuve que matarlo”, una obra de teatro diferente, móvil, sensorial, que viaja por kilómetros perdidos en la noche mezclando la ficción con el aquí y ahora a través del estímulo permanente arriba de un colectivo, donde todo es posible y nada está anunciado antes de sacar pasaje.

Es jueves, faltan minutos para las 22 y unas 30 personas se encolumnan a metros del Teatro Auditorum y de la Rambla. Todos saben que verán “una obra de teatro arriba de un colectivo”; nadie sabe lo que verdaderamente les espera. Solo el autor (Ricardo Aiello), el productor (Fabián Carlos) y en principio tres actores (que se muestran como tales recién al primer kilómetro de viaje) tienen en claro lo que ocurre.

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Antes de subir al micro, un papel marca las tres recomendaciones del viaje: no apagar el celular (será parte de la “narrativa transmedia” de la obra), interactuar con los personajes cuando ellos lo requieran y seguir sus instrucciones durante el desarrollo. La lógica de “apagar los celulares” como en cualquier espectáculo se rompe por completo y se lleva totalmente a la inversa en “Tuve que matarlo”.

La bienvenida del productor con el colectivo ya en marcha da inicio a la obra. La unidad de servicio privado sin acondicionar recorre la costa y gira en la calle 25 de Mayo.

Nada extraño sucede en los primeros minutos, más allá del diálogo implícito que los personajes comienzan a tener entre sí, develando los primeros indicios sobre la historia. “Susi” y “Alma” discuten con “Hugo”, el distinto de la banda, quien cuenta chistes en medio de la tensión del escape. El público poco entiende hasta ese momento; intenta descubrir de qué se trata, pero nadie lo logra.

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Pasadas las 22 el colectivo frena sobre la avenida Luro a metros de la estación Ferroautomotora. ¿Una parada de emergencia? ¿Una rueda pinchada? (no esta vez, aunque sí les ha ocurrido en otras funciones, según cuenta el director).

“La logística es una parte fundamental de este dispositivo. Hay cosas que pueden salir mal, pero los actores tienen algo en claro: la obra siempre sigue adelante”, afirma y remarca en diálogo con QUÉ Digital Ricardo Aiello, el autor de esta innovadora propuesta de teatro inmersivo con actores marplatense, dirigida por Juan Di Lella.

Un hombre vestido de negro, calvo, silencioso y misterioso sube al colectivo en esta primera parada, a metros de la calle San Juan. No es un espectador que tomó un atajo, sino el cuarto integrante visible del elenco y de la banda de delincuentes que emprende la huida tras robar una joyería. El viaje sigue.

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Los celulares de los pasajeros suenan, vibran, se iluminan prácticamente a la vez. “El pelado tiene un arma”, dice un mensaje anónimo de Whastapp en el teléfono de todos los que van en el viaje. El estímulo viene desde la dirección de la obra, de incógnito; sorprende, obliga a tener reparo, a conservar distancia de “Milo”, el hombre vestido de negro que acaba de ascender al micro. De pronto, un pasajero se queja de lo que pasa: ¿es un espectador molesto o un actor encubierto? A lo mejor, las dos cosas.

A buena velocidad el colectivo avanza por la avenida Luro. Los diálogos breves, a veces inconexos, siguen a la par del recorrido. El viaje atraviesa Champagnat y luego Arturo Alió (ex180). Efectivamente el pelado, “Milo”, está armado. Una pistola negra sobresale de su cintura.

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“¿Adónde vamos?”, dice el nuevo mensaje que llega a cada uno de los celulares. Algunos responden, nadie sabe realmente, otros ignoran el estímulo. La tensión de un recorrido incierto cuando pasan las 23 invade los teléfonos y las mentes de los pasajeros, que se miran entre sí, encontrando reacciones en algunos que hacen sospechar que también fueran parte del elenco. Todos son cómplices, pero no todos son actores. Raro, difícil de diferenciar, casi surrealista. La desconfianza se traduce en miradas. Ya nadie confía en el pasajero de al lado. Nadie.

Sierra de los Padres, dice el cartel. Sí, el colectivo llega a la vecina localidad serrana. Ingresa por el acceso principal y recorre cientos de metros hasta “La Rocchetta“, una rústica posada en donde los delincuentes acordaron encontrarse con “Silvio”, el líder de esta banda.

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En aquella casona de madera perdida entre los árboles el micro detiene su marcha por primera vez. El motor se apaga. ¿Qué pasó? “Es hora de comer”, dicen los delincuentes y obligan al público a bajar. La obra recién está empezando.

La gente, todos, obedecen con una risa nerviosa entre los labios. Los personajes forman fila entre los espectadores sobre el pasto, ingresan a la posada junto a ellos y hasta comen entre las mesas sin abandonar jamás el plan. Un mozo trae la entrada y las bebidas. “Hugo” hace chistes entre el público sentado en su misma mesa. De pronto, una carta llega a las manos de “Milo”. Algo tergiversa todos los planes y todo está por cambiar. “Silvio”, el inteligente y capaz líder, no está. “Tuve que matarlo”, dice un anónimo en la carta. “Silvio” está muerto y el plan se derrumba.

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La carta que reciben no es la única. De hecho, hay casi 30 cartas más. Una para cada uno de los espectadores, con sus nombres en el dorso del sobre. ¿Qué dicen estas cartas? No se sabe, porque los delincuentes piden no abrirlas por el momento pero sí tenerlas en las manos. Mientras tanto, se devela la primera parte de la historia: quiénes son estos ladrones y por qué huyen.

Esta banda de delincuentes acaba de robar una joyería y se llevó el objeto de mayor valor: una escultura de oro con forma de dragón, obra de arte milenaria que vale millones y a la cual dividieron en partes para que cada ladrón guarde la suya en una mochila, para que no la encuentren completa si la policía los detiene.

“Silvio” está muerto. El plan, sin su mochila con parte del dragón de oro, se adultera, se rompe. El colectivo ya no está afuera. Los espectadores, que ya sentados en las mesas disfrutan una cena amena con una energía de absoluto desconcierto, pasan a ser más cómplices que nunca mientras se desatan dos preguntas: cómo irse de Sierra de los Padres a la medianoche entre absolutos desconocidos y quién mató a “Silvio”.

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Para entonces, nadie ya confía en nadie. Ni siquiera en los mozos del lugar o en los comensales que ya estaban en Sierras. Miradas cruzadas, desconfianza potenciada, incertidumbre en alza, misterio, suspenso. ¿Quién forma parte del elenco realmente y quiénes son los espectadores? ¿Hay infiltrados? A esta altura, todos son cómplices. ¿Certezas sobre lo que vendrá?: ninguna, absolutamente.

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Teatro inmersivo: la audiencia ya no se compone más por espectadores pasivos sino que estos ahora forman parte de la dramaturgia, por pequeño que sea su papel y están sumergidos en la acción. El público, hoy, busca la experiencia y el teatro inmersivo la ofrece.

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Ricardo Aiello y Fabián Carlos decidieron hace algún tiempo poner en marcha la delirante idea de desarrollar el teatro inmersivo en Mar del Plata, género ya explotado en otros países de América y Europa, fundamentalmente con obras de terror.

La idea nació luego de que juntos participaran del encuentro de comunicación Mediamorfosis, donde asistieron a una charla sobre “teatro no convencional”. Las ganas de apostar por algo diferente, inusual y con actores que interactuaran con el público hasta entonces era solo eso, una idea.

Aiello se lanzó a escribir “Tuve que matarlo”, obra que en un comienzo no estaba pensada para un micro. Con la propuesta y el guión en mano, le acercaron la propuesta a la gente del Torreón del Monje con la intención de llevar la puesta en escena al reconocido espacio gastronómico de la ciudad.

“La propuesta con en el Torreón se cayó, pero Fabián Carlos consiguió La Rocchetta, un hermoso complejo de Sierra de los Padres. Ahí entonces nos preguntamos ¿cómo llevamos la gente hasta allá? Ahí aparece la posibilidad del micro”, contó el autor y director de la obra.

El texto se adaptó, la idea del micro comenzó a pulirse y con las primeras funciones sintieron que podía ofrecerse algo más que un misterioso recorrido en colectivo por las calles de Mar del Plata y el acceso a Sierras.

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“La gente reservaba su lugar con el celular y esa idea la fuimos incorporando. A través del Whastapp tenemos un feedback, ya vemos quienes responden e interactúan. Utilizamos el Whastapp como un elemento narrativo, lo que nos da la condición de la transmedia”, explicó después de la experiencia que QUÉ Digital vivió al participar de la totalidad del recorrido.

Ese contacto virtual con los pasajeros, que en la ficción pasa lógicamente inadvertido por los personajes, aportó algo todavía más innovador. Pero luego se incorporaron también actores que viajan de incógnito, hombres y mujeres que van sentados en el colectivo como supuestos espectadores y que en determinados momentos de la obra intervienen sorprendiendo y ratificando la intención de volver cómplices a todos y reafirmando la sensación de que en cierto punto ya nadie confía en nadie. Perfectos desconocidos que a partir de ciertos estímulos empiezan a desconfiar entre sí.

“Tuve que matarlo” sale al ruedo todos los jueves a las 21.30 desde las puertas del Hotel Casino, junto al Auditorium. “No avisen a la policía”, dice la invitación tras la reserva del lugar, que puede hacerse también a través de la fan page en Facebook de la obra. También algunos viernes, dependiendo la demanda, la obra se lleva adelante. Lo mismo ocurre algunos fines de semana con turistas que se alojan en determinados hoteles de la ciudad con los que la producción alcanzó un acuerdo para esta temporada.

La experiencia no solo es atractiva, sino única e inolvidable, además de tener el plus de incluir la cena en Sierra de los Padres. Lo impredecible se sostiene de principio a fin. La interacción a través del celular, también.  Si alguien se preguntaba alguna vez ¿qué se sentiría ser cómplice de un robo sin preverlo ni llevarse parte del botín? Bueno, “Tuve que matarlo” se acerca bastante a la respuesta en cada función, en cada fuga.

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El elenco, íntegramente marplatense, está integrando por Juan Di Lella, Jorge Tórtora, Susana Gorak, María Marta Follis, Ornela Cirese y Ricardo Casco. Y la participación especial del dramaturgo Marcelo Marán. Pero además el chofer, sin ser actor, es sin dudas otro integrante clave: Juan Manuel Machado. 

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FINAL: LA SINUOSA VUELTA A MAR DEL PLATA

La medianoche sorprende al elenco y al público todavía en La Rocchetta, en el acceso a Sierras. Un mensaje anónimo da cuenta de lo que la banda de delincuentes temía: la policía advirtió el robo y se dirige hacia la posada. Con el líder de la banda muerto y el plan destruido, lo único que queda es emprender la huida por la Ruta 226 en dirección a Mar del Plata.

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La vuelta difiere considerablemente a la ida, no solo por el desenlace de la trama -algo que en esta crónica por obvias razones no se develará- sino porque la tensión y lo inesperado, van en aumento.

Un desvío obligado -varios en realidad- para escapar de la policía. El sonido de las sirenas se siente en el interior del micro que va de regreso a Mar del Plata, con la frustración de los delincuentes por estar fracasando en el plan de robar el valioso dragón de oro de la joyería.

Las sorpresas, lo imprevisto y lo insólito se sostienen hasta último momento. Una audaz vuelta de tuerca en los minutos finales de la historia lo adulteran absolutamente todo, al margen de lo imposible e increíble.

Pasajeros que inesperadamente develan recién a la madrugada ser parte del elenco en forma encubierta; teléfonos celulares que siguen recibiendo mensajes anónimos. Suspenso, miedo, intriga, desconcierto. En más de tres horas de recorrido la tensión y la expectativa jamás desaparecen.

Resuelta la trama (habrá que vivir la experiencia para descubrir el final), sin telón y en movimiento los primeros aplausos se sienten todavía arriba del colectivo, que desacelera poco a poco y frena para finalizar el recorrido en el mismo punto del que partió.

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Los aplausos en señal de reconocimiento a los artistas de “Tuve que matarlo” y a sus creadores se desatan ahora sí abajo del colectivo, sobre las baldosas de uno de los sectores emblemáticos de la costa marplatense, frente a la Plaza Colón. La gente que pasa por el lugar poco entiende y confunde a los actores marplatenses con figuras del espectáculo.

Es más de la una de la madrugada. Los actores se abrazan y se fotografían con el público, ya distendido, creyéndose liberado de la complicidad del delito y después de haber vivido la experiencia de teatro inmersivo. Selfies, más aplausos y una cálida despedida. El público se dispersa y se aleja del colectivo. Algunos cruzan la plaza, otros caminan hacia la Peatonal y algunos hacia el sur. Hablan, se ríen, comentan, comparten.

Es tarde y ya el micro se pierde de vista a lo lejos, pero no está todo dicho: los celulares de quienes hasta hace minutos eran espectadores vuelven a sonar. Lo imprevisto otra vez, ¿qué pasó? Es que incluso después de saludar a los artistas, después de los aplausos, algo da cuenta de que la obra en realidad aún no terminó y que algo más volverá a sorprender desde lo imprevisto e impensado. El broche de oro incluye a una reconocida figura del teatro marplatense. Algo queda claro: los realizadores de “Tuve que matarlo” tienen todo fríamente calculado.

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