Viernes 29 de marzo | Mar del Plata
17/05/2015

El Vagón de los Títeres: historias sobre el andén

Los artistas de la sala estacionada hoy en Luro y Misiones que desde hace casi 20 años le da vida al teatro de títeres, compartieron con QUÉ el trasfondo de este lugar único en el mundo, donde la fantasía de los niños se vuelve realidad entre las vías.

El Vagón de los Títeres: historias sobre el andén
(Fotos: Kito Mendes)

Los cuentos infantiles suelen comenzar con un “Había una vez”. Quizás porque la historia se remonta a un pasado lejano o tal vez, por costumbre o encanto. En esta historia, la del Vagón de los Títeres de Mar del Plata, también hay un principio con la ilusión propia de las primeras páginas de un libro de cuentos, que sobre las vías fue construyéndose a lo largo de los casi 20 años que lleva en marcha. Es que el teatro es acción, y aunque el vagón esté detenido junto a la estación de trenes de la ciudad, funciona como una sala teatral para títeres llena de vida y cuentos, con la imaginación como único límite y las fantasías que chicos y grandes disfrutan, aplauden y comparten con un “Había una vez” desde el andén.

La función comienza en unos minutos. El director del espacio teatral de Luro y Misiones, Daniel Di Lorenzo, recorre el vagón para ver si todo está listo para el espectáculo.

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La luz es tenue, el piso de chapa, antiguas fotos cuelgan sobre las paredes, se oye una música cuasi circense y decenas de títeres que cuelgan junto a las ventanillas aguardan con una expresión de asombro para que el titiritero salga a escena.

Pero antes, Luz Mabel y Daniel -los padres del director del vagón- les dan una cálida bienvenida a los niños que junto a sus padres ingresan a esta sala sobre las vías.

Detrás de escena, el artista se concentra, acomoda sus títeres, recibe un mate caliente de las manos del dueño y trabaja su voz para darle una clara identidad a cada uno de los personaje de la obra que en minutos saldrá a contarle a su público.

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UN VAGÓN PARA CONTAR HISTORIAS

1986. Siendo aun muy joven, Daniel no encontraba su rumbo. El estudio formal lo sedujo solo parcialmente y fue -tal vez- de casualidad que su vida, gracias a un curso que se dictaba en la Asociación Bancaria de San Luis casi Bolívar, encontró un giro hacia el mundo de los títeres, o bien ellos llegaron a él, cosas del destino. “Yo quería seguir jugando. Veía que los adultos eran aburridos”, admitió durante la visita de QUÉ.

Con la formación inicial llegaron los primeros proyectos y con ellos una amplia capacitación en distintas instituciones. Pero años más tarde, con la oportunidad que brindaba el Ministerio de Desarrollo Social de la Nación de la mano de una línea de créditos para emprendimientos, surgió la necesidad de encontrar un local comercial donde armar espectáculos de títeres.

“Empezamos a buscar un espacio para poder hacer función. Tenía que pedir una fecha en la sala municipal, que hoy es el centro cultural Osvaldo Soriano, pero te tocaba una fecha cada tanto y nosotros buscábamos trabajar continuadamente y un lugar para fabricar los muñecos, ensayar y laburar todos los días”, contó Daniel.

La traba a la hora de encontrar lugar, fundamentalmente, era económica. Los alquileres le resultaban inalcanzables y fue al recorrer -sin éxito- unos viejos galpones ubicados sobre la calle 9 de Julio, frente a la estación de trenes, que Daniel Di Lorenzo se encontró con aquellos vagones abandonados. Y entonces, pensó: “¿Por qué no?”.

Luego de hacer algunas averiguaciones, encontró “el” vagón. Estaba totalmente fuera de servicio, incendiado y prácticamente destruido. Lo llevaron a Constitución y le repararon el rodamiento.

Cuando la unidad volvió a Mar del Plata, el Ministerio de Desarrollo Social aprobó el proyecto de Di Lorenzo, pero el subsidio solo le alcanzó para comprar un poco de pintura y algunas telas que su madre, Luz Mabel, se encargó de arreglar para que fuesen las cortinas de la sala.

Entonces, con el tiempo, comenzaron los viajes. Recuerda Daniel que “el vagón se enganchaba a los trenes que salían y se desenganchaba en algún pueblo, en el que fuera, y de ahí se volvía a enganchar hacia otro lugar”.

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A veces lo escoltaba solo una locomotora para llegar a comunidades por las que ya no circulaba el tren, a fines de los ’90. En ocasiones, en algunas de estas recorridas se hacían funciones con hasta 130 espectadores a bordo.

Varios años más tarde, las demoras que sufrió la construcción de la hoy estación Ferroautomotora dejaron al Vagón de los Títeres olvidado en un galpón, inactivo, dormido, en silencio, sin títeres ni función.

Por aquel entonces Daniel Di Lorenzo había conformado junto a conocidos del mundo del teatro lo que luego fue la Federación de Teatristas Independientes Bonaerense, que hoy preside.

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El empuje desde la Federación y el apoyo de la diputada marplatense Fernanda Raverta, entre idas y venidas, promesas y postergaciones, permitieron en las vacaciones de invierno del 2013 reinaugurar el espacio donde al día de hoy se encuentra: hay funciones sábados y domingos a las 16 y en el receso invernal se lleva a cabo el aclamado Festival Internacional de Títeres.

AHORA SÍ, EMPIEZA LA FUNCIÓN

El titiritero que prepara su voz, deja el último mate sobre la mesada y acomoda a los muñecos a los que les dará vida en segundos es, en este caso, Jorge Rivera Woollands, actor marplatense, docente de teatro y un apasionado por los títeres desde los años ‘90. Cada fin de semana hay un titiritero distinto, con su estilo, su obra, sus títeres y su ingenio.

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Jorge sale a escena, recibe el aplauso de los niños y adultos que conforman el público y presenta su obra: “Quiero la luna”. La conforman siete personajes, una historia llena de ilusión y un mensaje que habla de lo cerca y alcanzable que puede estar tanto la luna, como el amor.

A partir de entonces solo se ven sus manos disfrazadas de títeres por encima del escenario. Hace participar a los niños y también a sus padres, y desde la acción y siete voces diferentes le da vida a cada uno de los personajes que cuentan una historia más en el Vagón de los Títeres.titeres 13

Daniel Di Lorenzo, quien regularmente presenta su espectáculo “Juan Panadero”, advierte que “lo importante no son los títeres, sino la historia que con ellos se cuenta y cómo la estás contando”.

El secreto, a su entender, está en el movimiento. “El teatro es acción y los muñecos tienen que moverse, algo que lográs con el movimiento no solo de las manos sino de todo el cuerpo. Algunos teatristas miran el títere y le dan vida a una historia, mientras que otros arrancan por la historia. Pero lo medular, es el mensaje que das, porque le estás hablando a los chicos”, explicó.

Entonces, ese títere que en la mano de un padre puede ser un juguete y en la de una maestra un recurso pedagógico, se transforma en el protagonista de una obra de arte cuando es el actor quien le da impulso a su acción.

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Ese mismo títere ha contado decenas de historias desde que existe. Muchas de ellas, desde el escenario del Vagón de los Títeres de Mar del Plata, donde todos los fines de semana hay una obra para ver, donde la familia a cargo del lugar recibe a cada espectador como si fuera el primero, donde las risas infantiles hacen creíble la fantasía y donde el adulto no encuentra excusas para sacar su niño de adentro y disfrutar de otro “Había una vez”, en el andén.

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17/05/2015