Viernes 19 de abril | Mar del Plata
26/08/2015

Doble Vida

Todos quisieran llevar otra vida. Lo escucho todo el tiempo, son voces incontinentes, relatan con sufrida letanía la vacuidad de sus horas. Si se escarba hondo en sus vidas, encontraremos otra, un cajón falso, un proyecto inmoral que ninguno plasma pero que todos anhelan. Lo vi en medio de la fiesta, a través de los…

 

Todos quisieran llevar otra vida. Lo escucho todo el tiempo, son voces incontinentes, relatan con sufrida letanía la vacuidad de sus horas. Si se escarba hondo en sus vidas, encontraremos otra, un cajón falso, un proyecto inmoral que ninguno plasma pero que todos anhelan. Lo vi en medio de la fiesta, a través de los rostros de los invitados, intentando hacer su mejor papel, bebiendo de la copa segura. Alguien propuso un juego: contar el proyecto de persona que querrían ser, la revelación de una vida más feliz. Nadie pisaba el palito. Admitirlo era quedar desnudo, débil, equivocado. Pero esa noche hubo un valiente. En medio de un reguero de botellas y el  humor de la noche en alza, apareció el sincericida. Una rara mezcla de protagonismo y estupidez.

-Yo quisiera tener otra vida –dijo- y pegó el mentón al pecho como un chico arrepentido. Estaba tirado en un sillón mullido que cortaba el gran living por la mitad.

-Atención, atención –grito el anfitrión, curioso y listo a llevar la batuta-. El señor acá, va a contar que clase de vida le gustaría tener. Es un viejo compañero de trabajo de mi mujer y está dispuesto a hacernos pasar una gran noche.

-No estoy seguro de querer contarla, pero sí de querer vivirla.

Debía estar desesperado, algo dentro de él pugnaba por salir. Arrojarse a los leones por pura gracia, sin necesidad ni premio, era muy osado, además de tonto. En una noche de alcohol se busca la presa; los ojos dañinos quieren circo y flagelación. Pues ahí la tenían, de regalo, sin haber movido un dedo. Rumoreaban sin parar. Habían sido eximidos de la pose por este Cristo; las máscaras caían y la vulgaridad empezó a asomar su rostro. Aproveché para irme acercando al centro de la escena, a aquel hombre que estaba a punto de inmolarse.

-A ver –insistió con tono de borracho que ha perdido el tacto- levanten la mano todos los que desearían tener otra vida.

Todos rieron y se miraron entre sí. Levantaron sus vasos, se tocaron por lo bajo, agitaron las cabezas hacia los lados. Les habían cantado piedra libre. Quizás no exista otra pregunta tan letal como la que acababan de recibir en sus propias narices.

-Muy bien… –el dueño de casa iba por más-, que nuestro amigo nos cuente sobre esa otra vida que desearía tener. -Sacó del bolsillo un par de billetes de los que habrían de sobrarle siempre, y los arrojó al aire.

-No se trata de dinero sino de cosas –el confesor se sintió tocado–, elementos que son parte de la vida de otros y no de la nuestra. En sí, no cambiaría nada de esto que llamo mi mundo, por miserable que pueda ser. Es algo distinto.

Un silencio aterrizó sobre todos y las bocas callaron y los movimientos se hicieron lentos, controlados. El timbre de su voz se volvió apocalíptico. Algo invisible iba creciendo al amparo de cada nueva palabra.

-Ok, ok- dijo el anfitrión y se puso muy cerca de él y lo miró a los ojos-, hagamos de cuenta que me prendo en la joda, y que yo soy tu contrincante. Veamos quien tiene la mejor historia que contar –su voz sonó desafiante.

-Me parece justo. A la cuenta de tres y los dos al mismo tiempo, como si nos hermanara la misma desgracia ¿sí?

De la nada surgió un duelo, como dos carneros dispuestos a chocar su ornamenta porque sí.

-Bueno, bueno buenoooo –intervine yo a boca de jarro, árbitro de una disputa a la que nadie me había llamado- Voy a ser el que de la cuenta. ¿Está bien?

-¡Síííí! -Gritaron todos.

-Muy bien, todo listo. A la una, a las dos, y a las…

Caminé unos pasos y me tiré arriba de ambos con los brazos abiertos. Jugué al borrachín que lo arruina todo y sin embargo posee la impunidad corriéndole por las venas.

-Hay que seguir con esta puta noche –alenté- y todos gritaron y alguien subió la música y el aire fresco que entraba por las ventanas pudo sentirse al fin en los pulmones.

Yo lo había visto todo durante el transcurso de la fiesta. El confesor quería blanquear su amor con la mujer del dueño de casa. En frente de todos, pero especialmente en su cara. Hay información que se devela bajo formas sutiles para el buen observador. Y yo lo había advertido en el cruce cómplice de miradas de los amantes, en la inocultable emoción que se debatía entre ellos. Hubiera sido un desastre. Preferí que la vida que llevaba cada uno siguiera siendo la misma. A final de cuentas todos quieren seguir teniendo ese doble fondo donde guardar lo que no se puede decir, lo que de todas formas, no se quiere tener.

26/08/2015