Viernes 19 de abril | Mar del Plata
24/06/2015

El otro

—¿Viste la camioneta que se compró el Pelado? —me dijo Fermín. —Ni idea —le contesté, como si la cosa fuese de lo más normal. El pelado es de los que piensan que puede llevarse puesto el mundo con una 4 x 4. Allá él, es su modo de pensar. La vida suele ser una confusión…

 

—¿Viste la camioneta que se compró el Pelado? —me dijo Fermín.

—Ni idea —le contesté, como si la cosa fuese de lo más normal.

El pelado es de los que piensan que puede llevarse puesto el mundo con una 4 x 4. Allá él, es su modo de pensar. La vida suele ser una confusión absurda. Pero a Fermín sí que le interesa saber de qué va la cosa con la nueva camioneta. Imagino que será una máquina de las que se ven por la tv, capaz de remolcar una casa entera y con esas trompas ridículamente altas, desde donde el dueño podría suicidarse con toda seguridad. Esa clase de nimiedades que hablan de un modo pueril de la virilidad masculina.

—Porqué el sí y yo no —me dijo Fermín y puso la boca como si masticara mierda.

—Que tiene de extraordinario, no entiendo —contesté.

—¿Es que no te das cuenta?

—Es que no sé en qué podría cambiar nuestras vidas una cosa así.

—En nada —me dijo— en nada —y se fue caminando, pensativo.

Más tarde hizo rugir el motor de un cascajo que venía retocando hace añares. Fermín nunca había tenido suerte con las mujeres. Atribuía eso a la complejidad femenina. Pero cada vez que hablaba sobre ellas empezaba a limpiarse las manos con desesperación, como si en eso le fuera la mala suerte de andar soltero por la vida.

La clientela de su tallercito era tan escasa que daba pena verlo fingir que estaba haciendo algo. Yo solía llevarle el auto aunque no tuviera fallas, para que él pudiera mentirme y ganar confianza entre los mirones con prejuicio que siempre condenan al lugar de poco movimiento.

Por lo demás era un tipo copado, de buena conversación. Asomaba a la vereda del taller con un trapito en la mano, y se secaba la punta de la nariz con el antebrazo. Y ni bien me veía, se cruzaba y empezaba a hablar sin parar, especialmente del Pelado. Con él había una discordia añeja, de la única vez que el otro le dejó el auto para arreglar, y el muy bestia casi se lo estropea para siempre. Por aquel entonces el Pelado había hecho remodelaciones en su casa, cerrando el frente con un hermoso jardín que estrenaron a toda pompa como si se tratara de la reinauguración del mismísimo Paraíso. Y creo que para compensar el hecho de no invitar a Fermín, le llevó su auto para que le revisara un supuesto ruidito en el motor, con el desastroso final que acabo de relatar. A los pocos días el perrazo del Pelado casi corta en dos al cusquito de Fermín.

—Ese perro de mierda, te juro que se lo cagaría a tiros, si no fuera porque es un animal de pedigree que debe costar una fortuna, y sería muy miserable de mi parte acabar con perro así. ¿Viste qué porte? Se parece al pelado, ¿no?

—Qué decís Fermín; la verdad es que no entiendo cómo funciona tu cabeza —dije y me alejé rumbo a casa.

Pasó el tiempo y las cosas entre esos dos no iban nada bien. Notaba que Fermín se la pasaba en la vereda mirando de reojo la reluciente camioneta negra, un color muy ilustrativo de lo que pasaba entre ambos. También observaba a su mujer, que todas las mañanas salía a regar el jardín y a cuidar dos filas de florcitas muy mononas, como decía ella, que le daban la vuelta a la cerca enana que delimitaba el espacio con la vereda.

—¡Eso es una mujer, que lo parió! Las pocas que he tenido no servirían ni para tenerle la manguera. Qué hembra, mirá esa carita, esa boca, esos ojazos negros. ¡Qué bárbaro viejo!, se ponga lo que se ponga se le nota ese aire de familia bien, ¿no te parece?

—No, no me parece. Pero bue, cosas tuyas, no estoy acá para discutir con vos, sino para que me digas qué le pasa a mi auto. Y si te interesa mi opinión, yo la veo como una mujer común y corriente, con estilo, sí, pero no más que el que pudiera tener cualquier mujer del barrio con cierto orgullo.

—No entendés nada vos. No te das cuenta que el Pelado se sacó la lotería con semejante mina.

El día anterior, sábado, había visto algo raro en el comportamiento de Fermín. No se acercó a saludarme y pensé que solo tendría un mal día, como todos. Pero al siguiente escuché el timbre. Domingo a la mañana, me dije. Timbre. ¿Timbre? Diariero, testigos de Jehová o vendedor de rifas. Qué otra alternativa cabía. Pero no, me equivocaba. Era el Pelado.

—¿Has visto el idiota de Fermín por algún lado? —dijo enfurecido.

—No —respondí.

—¿Seguro? —insistió-, mirá que los he visto charlar seguido a ustedes dos.

—No sé de qué hablás ni qué estás insinuando —contesté—. ¿Qué pasó?

—El pelotudo ese le dio un beso de prepo a mi mujer y le dijo que me amaba.

—Que ¿quéee?

—Que me amaba, así como lo escuchás. Está completamente chiflado, y más vale que no lo encuentre.

Ni bien terminó de contarme salió corriendo hacia cualquier lugar, mirando aquí y allá, descontrolado, como si Fermín pudiera estar escondido detrás de un árbol o metido en algún rincón de las casas vecinas. Cómo explicarle que lo que realmente amaba Fermín eran otras cosas, tal vez otra vida, algún sueño hecho con mujeres de jardín y camionetas 4 x 4.

24/06/2015