Jueves 18 de abril | Mar del Plata
10/06/2015

Madre de los tiempos

Miro a mi madre mientras plancha. No soy tan grande como ahora. Ni siquiera tengo las canas que he descubierto frente al espejo al acomodarme el pelo que nunca peino. Es un día de esos en que la vida te apunta con la tibieza de un rayo de sol. Mate y tostadas con mermelada. Eso…

 

Miro a mi madre mientras plancha. No soy tan grande como ahora. Ni siquiera tengo las canas que he descubierto frente al espejo al acomodarme el pelo que nunca peino. Es un día de esos en que la vida te apunta con la tibieza de un rayo de sol. Mate y tostadas con mermelada. Eso no es todo lo que hay. Subsiste sobre la mesa el revoltijo típico que se ha ido armando con el descuido de todos.

—Tendría que haber ido al centro a hacer unas cosas —dice mi madre.

Llevo la inconsciencia del paso del tiempo apoyada en la palma de mi mano. En realidad es mi mentón el que descansa mientras la miro a mansalva, como dice Castillo que hay que mirar a una mujer dormida para saber si se la ama. Sólo que mi madre no está dormida, está planchando con ese modo mecánico de siempre.

—¿Al centro decís Ma?… Bueno, saco el auto y vamos de una y hacemos todo. ¿Sí?

—Bueno —responde, al tiempo que la plancha vaporiza el agua esparcida sobre las prendas— pero todavía tengo que terminar esto y cambiarme.

He adivinado que iba a decir eso. Podría estar lista e igual daría algunas vueltas, como si la decisión de traspasar los límites de la casa, fuese una batalla perdida por su voluntad.

—No hay problema, tengo toda la vida para esperarte —le digo, y siento que toda la vida avanza a través de sus manos incansables, las mismas que de niño me llevaban la leche caliente a la cama y que nunca volvió a ser tan rica. Me pasa lo mismo con la comida. Si huelo o pruebo algo parecido, regreso al lugar del que nunca me fui: mi infancia. Y a ella, que fue quien hizo de ese tiempo un lugar seguro y feliz. ¿Cuántas veces se puede volver a decir lo mismo?

Advierto que la pila de ropa planchada ha aumentado. Hacer algo, luego otra cosa, después aquello, y lo otro, comenzar de nuevo cada tarea sabiendo que reaparecerán bajo sus primigenias formas de ropa arrugada, camas sin hacer, platos sin lavar, piso sin limpiar, plantas sin regar, hijos que hay que criar. Sísifo debió ser madre. El orden del mundo es un trabajo muy serio, y una familia es un mundo, como dicen.

Mi madre no ha largado la plancha. La resistencia inesperada y cómplice de la última camisa, hace que pierda la paciencia que nunca tuve. ¿O es que ella no quisiera terminar nunca ese trabajo? El sentido de la vida nos va en lo que hacemos, por incómodo, detestable o aburrido que esto pueda llegar a ser. Vivir, incluye el anhelo de la libertad, pero eso no es para cualquiera. No es cierto que la gente luche por su libertad. De algún modo, todos preferimos tener camisas que planchar.

—Maaa, en realidad no tengo toda la vida para esperarte —dije en tono de broma.

—Sabés qué estaba pensando, hijo —me dijo y dio vuelta la plancha como si buscase

una explicación escrita y adherida en la parte de abajo.

—No, ¿qué?

—Que yo no sé dónde fue que se me pasó la vida —dijo— y puso la camisa sobre el resto de la pila, su pequeña y perfecta obra de arte de todos los días.

 

10/06/2015