Osito de peluche
-Un oso por favor. -¿Otro más? ¿Para la misma chica? -Sí, ¿o por una de esas casualidades yo le pregunto qué hace con su vida? -No claro, tomá pibe. -Gracias. En la casa de ella: -Hola, soy yo de nuevo, acá tenés otro regalito de mi parte. A ella no se le mueve ni un…
-Un oso por favor.
-¿Otro más? ¿Para la misma chica?
-Sí, ¿o por una de esas casualidades yo le pregunto qué hace con su vida?
-No claro, tomá pibe.
-Gracias.
En la casa de ella:
-Hola, soy yo de nuevo, acá tenés otro regalito de mi parte.
A ella no se le mueve ni un músculo de la cara, nada, ni siquiera se le cae un gracias, ni un volvé pronto, o no vuelvas nunca, solo cara de póker, de no tener que sufrir jamás por amor. Ella era lo que era. Y yo, osos y más osos.
Pasó bastante tiempo hasta que tuve noticias suyas, de las reales, no de las que me inventaba todos los días para mantenerme a flote. Así fue que tocaron a mi puerta para hablarme de quien yo creía que era el amor de mi vida, que luego sería reemplazada por otro amor de mi vida y luego otro amor de mi vida, hasta descubrir que solo hay vida, y amores. Bah, de lo último no estoy del todo seguro. De la vida tampoco.
-Te busca la policía – era la voz de mi madre-. Corrí desesperado hacia la puerta.
-¿Conoce a tal y tal? -el poli me trataba de usted.
-Sí -dije-, la conozco ¿Qué es lo que pasa?
-¿Usted ha estado llevándole ositos todo este último tiempo?
-Sí -volví a repetir.
-Bien, enfrenta cargos muy graves señorrrr… -dejó un silencio largo antes de decir mi apellido.
-Pero, ¿qué pasó oficial?
-Ella, ella -empezó a decir- ella… -todo era muy idiota, muy de película argenta-. Ella murió asfixiada -dijo el cana-. La encontraron debajo de una montaña de peluches dentro de su propia casa. ¿Tiene algo para decir?
-Sí, claro, claro que tengo algo para decir.
-Ajá, y qué sería eso que tiene para decir.
-¿Usted cree en el amor, oficial? -pregunté.
-Mmm, supongamos que sí, pero eso que tiene que ver señorrr… -y de nuevo demoró una vida en decir mi apellido, como si ese silencio intencional me inculpase de algún modo. Seguí adelante.
-¿Y en la justicia cree?
-Claro que sí. No estaría acá de ser de otro modo.
-Bien, dije -y asesté mi última pregunta- ¿Cree usted en la justicia poética, oficial?
Al instante lo vi subir al patrullero y doblar la esquina. Caso cerrado.