Jueves 28 de marzo | Mar del Plata
03/03/2016

Pero que cagadita hermosa

—Te juro, hacía rato que no veía al viejo, una eminencia, un tipo honesto, de los que elegirías para tener al lado en cualquier laburo —dijo mi amigo accediendo a uno de esos recuerdos que atesora la memoria. —Mirá vos che —contesté, y mi gesto le alcanzó para seguir contando. —Me ha dejado muchas enseñanzas,…

 

—Te juro, hacía rato que no veía al viejo, una eminencia, un tipo honesto, de los que elegirías para tener al lado en cualquier laburo —dijo mi amigo accediendo a uno de esos recuerdos que atesora la memoria.

—Mirá vos che —contesté, y mi gesto le alcanzó para seguir contando.

—Me ha dejado muchas enseñanzas, pero la principal fue el día que lo vi cortando unas hojas con noticias que enviaban los de la agencia Télam. En esos tiempos todavía se leían informaciones sin prejuzgar, como caían. Ahora todo está en discusión. Bueno, la cosa es que ahí estaba con ese papel en las manos, leyendo en silencio antes de soltarlas en el micrófono con su voz clara y rigurosa. Era de los que ya no quedan.

—Ajá —dije, mientras me engullía una facturita que pedimos junto con el café.

Día cálido de mesita bajo los árboles, una caricia al alma.

—¿Y entonces era él? —pregunté.

—No, era alguien muy parecido, pero la emoción fue la misma. Castillo, le grité, y el hombre se dio vuelta para revelarme que era solo un sosias. Ahí le dije que me disculpara la confusión —me contaba y transcribía la paradójica emoción de la que había sido presa—, y me volví caminando con el recuerdo del viejo y de sus lecciones venidas del arte y dominio que tenía de su oficio. A veces le sobraba con mirarte. El cejo fruncido era un no. Y una sonrisa apenas perceptible, el camino seguro, la huella que había que seguir.

—¿Así que no era el viejo che? Qué garrón —dije—. Pero no me dejes con la anécdota a medio contar. ¿Qué fue lo que te dijo en aquel entonces, cuando estaba sacando las noticias de Télam?

—Ah, sí, sigo con eso —retomó el recuerdo cómo un niño al que invitan a jugar de nuevo—. ¿Ves esto que estoy haciendo?, me había dicho el viejo —contaba como si lo tuviera adelante—, bueno, hace veinte años que hago lo mismo, y vos vas el que siga, y esos veinte años van a suceder en un santiamén —dijo que le decía el viejo—, así que va a ser mejor que pongas las barbas en remojo y empieces a meter las narices en asuntos más serios, para que el paso fugaz del tiempo y de la vida no te tome por sorpresa, ¿estamos? El viejo siempre decía ¿estamos? al final de cada historia —me señaló—, era especialista en eso de dejarte sin palabras, y el “¿estamos?” era su forma de constatar que no había hablado al pedo.

—Bueno, eso no está nada mal —dije, y respiré profundo al advertir que una cagada de paloma había caído justo dentro del pocillo de su café. Lo veía tan ensimismado que no me dio para avisarle, y en esas cosas hay un solo momento, y ese momento ya había pasado—. Hay que sacar provecho de los que saben —no podía dejar de pensar en la inoportuna puntería del bicho que pendía sobre nuestras cabezas como una alada espada de Damocles. Tenía que decir cualquier estupidez—. Eso es de vivos —añadí—, quedarse con la generosidad de los que transmiten su experiencia sin mezquindades.

—Exacto. Por eso me confundí a propósito con este hombre en la calle, tenía muchas ganas de volver a verlo.

—¿Eh? ¿Cómo es eso? —ya me sentía medio mareado. O sea que había confundido a alguien sabiendo que no podía ser él. De qué carajo iba el asunto—. Explicate mejor, por favor —le pedí.

—Es que yo ya sabía que no podía ser el viejo, porque ya lleva muerto como diez años.

La información me desconcertó. O a mi amigo se le había corrido el dial o se trataba de uno de esos chistes pelotudos, al estilo de: ¿Lo conocés a Pedrito? ¿Qué Pedrito? El que te rompió el culito. No entendía nada, no sabía adónde quería llegar.

—¿Te sentís bien? –pensaba que el efecto de la caca de paloma le había reseteado el cerebro por unos segundos.

—Sí, claro, pero te parece disparatado ¿no?

—Y, la verdad que sí.

—Pasa que te cuento esto porque el viejo murió hace rato y yo hoy cumplo exactos veinte años en el laburo, y sigo sacando las noticias de Télam y leyéndolas como quien tira mierda al río, preguntándome por qué razón no seguí su consejo al pie de la letra. Ya sé que para nosotros es tarde, ya estamos en la mitad de la vida y no hay marcha atrás —dijo con aire melancólico—, pero jurame que no vas a dejar que a tus hijos les pase lo mismo ¿Estamos?

Tenía los ojos llorosos y a mí se me había hecho un nudo en la garganta.

—Dejá que pago yo —le dije, y escuché que la paloma agitaba sus alas para emprender el vuelo.

03/03/2016