Sábado 20 de abril | Mar del Plata
12/08/2015

Shit happens

Me crucé con un amigo que no veía hace tiempo. De esas personas que uno pondría en un cuadro con la siguiente inscripción: “Hete aquí un hombre ejemplar”. Llenar la vida de buenas acciones es más difícil de lo que se piensa. Especialmente porque no se trata de hacerse bien a uno mismo, sino a…

 

Me crucé con un amigo que no veía hace tiempo. De esas personas que uno pondría en un cuadro con la siguiente inscripción: “Hete aquí un hombre ejemplar”.

Llenar la vida de buenas acciones es más difícil de lo que se piensa. Especialmente porque no se trata de hacerse bien a uno mismo, sino a los demás. Hay que tener talento para eso; una predisposición espontánea, sin titubeos. Está lejos de enrolarse en el simple valor religioso de concurrir a misa y venerar a Dios. Bah, él, mi amigo, el ejemplar, opina eso. Ser mejor persona, dice, escapa a la factura ritualista con que la gente suele tapar los agujeros de su vida. Fue lo primero que recordé al volver a verlo. Nos estrechamos en un fuerte abrazo y nos fuimos a tomar algo para descomprimir juntos el tormento contemporáneo: el aburrimiento.

El lugar lo eligió él. Fue preciso, rápido, masculino. Creo que las ventajas del género (me arrepentiré de decir esto porque los hombres de hoy son casi las mujeres del mañana) al descartar la artificialidad, exige solo una condición, y es que la compañía valga la pena. Luego, el lugar es la compañía. Como en los viajes, no se trata de tener acceso al paraíso y a hoteles de lujo con cinco cubiertos, sino a quienes son capaces de hacer de esos lugares algo hermoso y distinto. De modo que entramos a un barcito medio pelo, unas mesas mal cuidadas, gente, muy poca, con la miraba baja, un tipo detrás del mostrador con un palillo en la boca, un televisor colocado en lo alto, y en mute, Crónica con sus colores infernales.

En tren de charla, mi amigo me contó que tenía una hija maravillosa, la luz de sus ojos. Y era cierto, porque vi que los suyos se iluminaron al nombrarla. Te creo, le contesté. No sé por qué dije eso, no era necesario. Hay que ser muy hipócrita para hablar de los hijos diciendo una cosa por otra. Calculo que hay gente que miente hablando de sus afectos más cercanos, pero también debe ser gente a la que no se le iluminan los ojos. La conversación siguió girando alrededor de su hija. Me dedique a escucharlo, emocionado a la par de su abstraída ternura. Después aparecieron las típicas anécdotas, esos déjà vu que activan el sabor a comedia de los tiempos pasados; reímos hasta volver al punto que nos convirtió en amigos. Supe que seguía con sus obras de beneficencia en los barrios, algo que lo alejaba de la ética berreta, del equipaje solidario que nadie quiere echarse al hombro. Él hacía de este mundo algo mejor. Aproveché para agradecerle en nombre de todos los que no movemos un dedo.

Nos comimos unos platos de lentejas que vinieron como anillo al dedo. Tengo que aprender a cocinar estas cosas, dijo, así puedo ayudar en las cocinas de los comedores. Sí claro, le respondí, y salté a otro tema porque cada palabra que decía horadaba la comodidad estúpida de mi vida fácil. Estar delante de un altruista, un hombre con sentido real sobre el dolor ajeno, un activista movido por el amor al prójimo, permite sentirse pésimo por lo que no se hace, y es gratificante por la extraña experiencia de quedar envuelto en esa fuerza que explica el sentido de la vida: el amor. Casi le dije que me buscara cuando precisara una mano. Pero no lo hice. Soy un tipo que admira antes que un tipo admirable.

Su celular empezó a moverse encima de la mesa. Disculpame, me dijo, y atendió. Sí, sí soy yo, mmjj… ¿qué pasa? Primer silencio. Apuró al que hablaba: dígame de una buena vez qué pasa, no me ande con vueltas, sí hombre, claro que soy yo, soy su padre, dijo. Segundo silencio largo, los ojos como platos.

El televisor mostró una imagen aérea. Abajo, el zócalo describía el escenario: Tragedia en la ruta: una joven muerta y quince heridos. De algún modo sentí la conexión entre eso y lo que acababan de comunicarle a mi amigo.

Arrojó el teléfono sobre la mesa y hablaba como ido. Algo pasó, algo pasó en la ruta, dijo, mi nena, el viaje de egresados, los chicos…Tranquilo, le dije, intentando calmarlo.

Quería que se quedara de espaldas al televisor, pero se dio vuelta, y al hacerlo,vio las imágenes y se tomó la cabeza con ambas manos. Algunos autos bordeaban el desastre. Podía observarse la carga de un camón desparramada sobre la ruta, y más allá, un micro volcado de lado en la banquina. El aire olía a azufre. Pero pará, insistí, no te pongas loco, andá a saber cuál es la situación. Ahí lo dicen, lo dicen, mirá,mirá, gritó, son ellos, son los chicos, es mi nena, mi nena. Atiné a tomarlo del brazo, quería contenerlo, abrazarlo. Se echó sobre mis hombros y mientras lloraba dijo algo que jamás pensé que un hombre ejemplar como él podría llegar a decir:

Ojalá que no sea mi hija, dijo, ojalá que no sea mi hija.

12/08/2015