Viernes 29 de marzo | Mar del Plata
16/04/2015

Un alma de huesos rotos

Necesitaba correr como un animal asustado. Eso hice. Ahora estiro las piernas escuchando el conventilleo de las hojas de los árboles. He dado tantas vueltas a la plaza, que quisiera tirarme en el piso y esperar a que sea mañana o nunca. Alguien me ha ganado de mano.

 

Necesitaba correr como un animal asustado. Eso hice. Ahora estiro las piernas escuchando el conventilleo de las hojas de los árboles. He dado tantas vueltas a la plaza, que quisiera tirarme en el piso y esperar a que sea mañana o nunca. Alguien me ha ganado de mano. En medio de un cantero de flores, camuflado contra un ligustro bajo, un linyera. No se mueve, a pesar de que el sol le da de lleno. Distingo en su cara un color rojizo y alarmante; está ardido. Viste los desechos incoherentes de la piedad de los que pueden. La boca abierta y reseca, espera el agua del dios del olvido. Tic tac, tic tac… Debe estar inconsciente. Nadie lo ve, ni siquiera se toman la molestia de mirarlo con desprecio, es el hombre invisible.

Me arrojo dentro del alma de ese despojo. Parece llevar siglos en el mismo lugar, cavar con el peso de su marginación, la propia tumba. Lo observo con la misericordia de los corazones que nunca llegarán a ninguna parte. Me acerco.

Abraza una botella de vino. Me acerco un poco más.

-¡Despierte amigo!- Un balbuceo pestilente me alcanza la nariz- ¡Despierte!- repito.

-¡Despertá vos!- dice algo indefinible desde algún lugar.

-Vamos, vamos, ayúdeme a ponerlo a la sombra-

No hay respuesta. Empiezo a tirar de su saco que zafa como por arte de magia. Lo mismo pasa con su camisa al intentar arrastrarlo de los brazos. También con sus pantalones y sus zapatos. Me doy por vencido. No puedo moverlo. Casi desnudo e indefenso, apenas con la dignidad de mi lástima, es un cristo pidiendo a gritos por la punta mortal de la lanza.

Sin saber por qué, me pongo su camisa y su saco. Me quedan pintados. Luego hago lo mismo con el resto. Curiosamente el talle de los pantalones y el número de los zapatos, coincide con las exactas proporciones de mi cuerpo. Me distraigo en el asombro. Al volver la vista, el linyera ya no está. Me acomodo en el hueco tibio que ha dejado el paso de su existencia; quiero dormir, vaya a saber hasta cuándo.

16/04/2015