Jueves 25 de abril | Mar del Plata
25/02/2016

Un asunto serio

Soy muy bueno detectando esa clase de cosas. Me lo permite mi vista privilegiada. Así que pude saberlo a media cuadra de distancia. Primero divisé algo borroso. Luego di un par de pasos más y estuve todavía más seguro. Todo alrededor se convirtió en un decorado sin importancia. La gente era una mancha borrosa que…

 

Soy muy bueno detectando esa clase de cosas. Me lo permite mi vista privilegiada. Así que pude saberlo a media cuadra de distancia.

Primero divisé algo borroso. Luego di un par de pasos más y estuve todavía más seguro. Todo alrededor se convirtió en un decorado sin importancia. La gente era una mancha borrosa que interfería mi vista. No había dudas, tenía la certeza de estar desembocando ante el problema. Di un salto mental hasta la situación concreta. El calor hacía del día un castigo estival.

En la medida en que me fui acercando pude observar a aquel hombre con detenimiento. Vi el detalle de su malla: un degradé prolijo que iba de un rojo intenso a un naranja aguado y sin gracia. Lo portaba un sujeto de mi estatura. También morocho y de un andar despreocupado. Me distraje cuando una abuela chocó contra mi hombro derecho y alcancé a estirar el brazo para evitarle la caída. Ni sé qué fue lo que me dijo, pero me sonó con el mismo  tono tajante de los alemanes. La mujer siguió su marcha diciendo otra sarta de palabrotas ininteligibles que le hacían temblar la mandíbula. Estaba verdaderamente enojada.

Sin perder la concentración, vi que aquella persona de la malla roja entraba en la panadería de Charly. ¿Qué hacer? Era el lugar donde me dirigía siempre para comprar un poco de pan, y además, porque debía despejarle mi territorio. Yo tenía más derechos que él, por rutina y porque me unía un afecto barrial que me volvía una persona conocida, de conversaciones efímeras pero amables, cómplices, esas que dan cuenta de un vínculo real, una fidelidad de consumidor, por así decirlo, que va más allá de lo comercial. Seguramente Charly y su hija sonreirían al verme entrar y me dirían si iba a llevar lo de siempre, y yo respondería que sí, y haríamos la chanza del gestito de idea para después perdernos en las charlas tontas del clima y aquello que sin explicar demasiado, formaba parte de nuestras vidas.

Pero hoy la cosa pintaba distinta. Aquel individuo había entrado antes que yo. ¿Hubiera cambiado en algo que yo entrase primero? No lo sabía. Pero así lo quiso el destino, y no estaba dispuesto a relegar ni alterar el orden habitual de las cosas. No tenía por qué. Era aquel desconocido quien debería retirarse con solo verme aparecer. Al entrar flasheé que podría cruzar a otra dimensión y así estaría todo resuelto. Empujé la cortina a tiras y sentí que ya no había vuelta atrás, que la dimensión era la correcta, y que el azar me había depositado sin remedio en aquella absurda situación. Ya me había pasado en otra oportunidad y me había sentido muy incómodo. No me daba lo mismo.

—Ejejey —dijo Charly con su particular modo de saludar a quienes conocía. Con el resto reinaba una sutil formalidad.

—¿Qué hay de nuevo Charly? —dije, y la frase me brotó como en las películas yanquis.

La persona de la malla roja se dio vuelta de inmediato y ahí nos vimos del todo. Charly se ruborizó por mí, y todo quedó en un letargo visual que hizo del tiempo una cosa elástica, provista de una inevitable y asesina observación. Ahí estábamos sin poder esquivarnos, echados a nuestra suerte, mirándonos con un odio súbito, una especie de burla mutua que acalló a la clientela, sorprendida también por lo que estaba pasando.

—Bueno —dijo Charly— imagino que llevarás lo de siempre.

—No hay problema Charly —contesté.

Charly levantó las cejas, como diciendo, y bueno, mala leche, a veces ocurre. Hoy les tocó a ustedes. Decidan qué van a hacer porque cada cual tiene que seguir con su vida.

Estuve a punto de ceder, de salir limpiamente de la situación. Me detuvo el orgullo típico que en esa clase de circunstancias redobla la apuesta y obliga a resistir hasta el punto crítico. Encima, ninguno de los dos aflojaba y la tensión crecía. Creo que empecé a sudar y no quise pasarme la mano por la frente para no darle ventaja. Él también se aferró a la convicción de que debía mantenerse firme, estaba dispuesto a dar la batalla. Intuí que estaba a punto de dirigirme la palabra. Lo vi abrir la boca pero a la vez noté que se le había quedado seca, y que a final de cuentas no podría decir nada. Yo tampoco iba a darle la oportunidad. Si alguien debía hablar, ese era yo. Jugaba de local, él era tan solo una desgraciada burla del destino. Antes de pronunciarme miré a mi alrededor y advertí en todos un estupor paralizante. Charly había quedado tieso con la pinza de las facturas. Su hija con la mano en pausa sobre dos sándwiches de miga. Una señora con anteojos de marco grueso, azorada y pálida, y más quieta que un mueble, juntaba las manos por delante de su pecho, sosteniendo a duras penas una carterita marrón. Un grandote pasado de kilos sudaba la gota gorda pegado a la estantería de las cosas dulces. Y por último estaba este personaje insolente, un intruso en la trama cotidiana, humillándome delante de todos. Tenía que terminar cuanto antes con el bochorno.

—Ya sé que usted —no sé por qué lo traté como si fuera una persona mayor cuando no lo era— no ha tenido la intención de provocar este percance. Pero está claro que uno de los dos está de sobra en este lugar —mis palabras sonaron de nuevo a película trucha de Hollywood—. Así que le pediría que se retire ya mismo —mi voz sonó autoritaria pero tuvo su efecto porque lo vi bajar la cabeza. Sin embargo había dudado un instante y temí lo peor. Creí que sería yo quién tendría que abandonar el lugar. Pero no.

—Suspenda el pedido —le dijo el invasor a Charly, quien emitió un suspiro de alivio—. Está bien, lo acepto —siguió el sujeto—, pero no se crea que la próxima vez tendrá usted la misma suerte —también hablaba como en los films norteamericanos—. Por esta vez eh, solo por esta vez —dijo con el índice en alto mientras comenzaba a caminar hacia la puerta de salida.

Ahí fue que miré por última vez esa malla roja en degradé, igualita, juro por Dios que era igualita a la mía.

25/02/2016