Sábado 20 de abril | Mar del Plata
27/05/2015

Un de repente

Los de repente anuncian el nulo control que se posee sobre los acontecimientos. Cuando este de repente se me cayó encima (los de repente caen como los afiladores el domingo a la mañana) supe que sería un huésped indeseable que a la vez me haría sentir vivo. El dolor echa raíces en la conciencia. Primero…

 

Los de repente anuncian el nulo control que se posee sobre los acontecimientos. Cuando este de repente se me cayó encima (los de repente caen como los afiladores el domingo a la mañana) supe que sería un huésped indeseable que a la vez me haría sentir vivo. El dolor echa raíces en la conciencia.

Primero fue la curiosidad del entorno. Verme flaquear así, mas desahuciado que el fantasma de Canterville, me convirtió en un raro espécimen del ecosistema humano. Se acercaban con carita de qué lástima lo tuyo, contame así te puedo dar una mano. Yo les devolvía la forzada gentileza con un, nada, todo bien, y ¿vos?, yo bien, decían, para luego comenzar con su interminable blablete personal.

A la gente jamás le ha importado los problemas de los demás. Fingen un rato el dolor de la calamidad ajena y luego se dedican a acariciarse el Yo.

Por mi parte, iba de mal en peor. Mi madre me decía que fuese al médico, mi aspecto era calamitoso. Adelgacé varios kilos y empecé a padecer cierta pérdida de interés por todo lo que siempre me había gustado. Sin poder precisar el motivo, recordé una vez más el de repente que dominaba mi vida interior.

Le hice caso a mi madre. Sin embargo el médico no encontró absolutamente nada. Levantó las cejas y revoleando los ojos me dijo que todo estaba perfecto y que vaya nomás.

Adiós doctor— le dije.

Él se llevó la mano a la altura del pecho y sonrió. En la familia carecíamos de antecedentes cardíacos. Todos se habían muerto por otras razones. Y ni siquiera eso importa, porque morir se muere cualquiera, y la razón es lo que menos importa. De modo que todo podía ser. El malestar no aflojaba.

Los psicólogos tampoco sirvieron.

Es que acá se trata de ser lo más sincero posible con uno mismo— me dijo el primero, y así los siguientes, como si estuviesen conectados por una red de lugares comunes o hubiesen leído todos los libritos de Stemateas and Company.

Creo que los psicólogos fueron como cuarenta o cincuenta, o quizás ninguno. Ante el: “yo no te puedo ayudar si vos no te ayudas a vos mismo” (advertí que la frase era clave para destrabarle los brazos al inconsciente y soltar la lengua) me dije que definitivamente se trataba de eso, de ayudarse a uno mismo. Así que llevé mí de repente a lo de mi mejor amigo. Me pareció lo más razonable.

Hay cosas que las madres saben pero no les incumbe. Otras, por incómodas que puedan ser, son dichas con esperanza delante de un amigo, aún cuando solo se encuentre silencio o una respuesta anestesiada. Por eso fuí a verlo y le conté que había perdido el sentido de las cosas. Solo tenía la sensación incómoda del de repente que se había incrustado en mi cerebro como una Excálibur.

Ajá, dígame sus síntomas— bromeó mi amigo.

—Es que no podría explicarlo, porque no es necesariamente un malestar, es algo confuso, algo que debería sentirse bien y sin embargo duele.

Lo tengo— dijo sin demoras— Se trata de una mujer.

Al no poder contestar que no, era que sí. Tras las palabras de mi amigo, el dolor remitió por un breve instante, segundo síntoma inequívoco. De pronto mi de repente tuvo una cara y un cuerpo, una sonrisa y una forma definitiva.

Es eso doctor, ha dado en el clavo — respondí siguiendo la parodia— ¿Cree que pueda hacer algo contra eso?

No, estás cagado —dijo, abandonando la joda—. Pero eso es lo que menos me preocupa —agregó—.

—Y seré curioso ¿qué es lo que realmente te preocupa?

Pongámoslo del siguiente modo —dijo con ese aire de pelotudo que le iba tan bien— ¿Lo tenés a Rimbaud?

—Claro.

—Bueno, resulta ser que un día le preguntó a un amigo si era feliz, y el otro le respondió que sí.

—Ajá, ¿y entonces?

—Pues que Rimbaud le dijo algo que yo le diría al pelmazo enamorado que casualmente tengo en frente —dijo— y ahí nomás repitió la frase del poeta: ¿Como has podido caer tan bajo?

—De repente— le dije— y ya no tuve mas remedio que sufrirla.

 

27/05/2015