Viernes 29 de marzo | Mar del Plata
21/10/2015

Y si fueras una rana

-¿Por qué me preguntás eso a mí? -Porque quiero ser tu amiga. -No tuve ni tendré amigas. -Eso me deja la opción de usar el presente. Sé mi amigo ahora, al menos hoy. -No apliques el pica sesos conmigo. No funciona. Me empecina en la actitud contraria. -Eso dicen todos pero no es así. Se…

 

-¿Por qué me preguntás eso a mí?

-Porque quiero ser tu amiga.

-No tuve ni tendré amigas.

-Eso me deja la opción de usar el presente. Sé mi amigo ahora, al menos hoy.

-No apliques el pica sesos conmigo. No funciona. Me empecina en la actitud contraria.

-Eso dicen todos pero no es así. Se sabe que siempre ganamos las mujeres.

-Como quieras.

-¿Así que vas a ser mi amigo?

-Con qué fin.

-Para que me reveles algo.

-No soy un oráculo.

-Te cuento. Él me lleva diez años, y se ve más grande todavía porque es medio peladito. Antes creía que enamorarse de gente más grande que una era cosa de desesperadas o una cuestión de andar probando, de aventura digamos. Después de los veinticinco lo vi como una posibilidad, y ahora estoy metida hasta los dientes con este tipo.

-¿Y porque le decís tipo? Es como si hablaras del amante de otra.

-Es que siempre pareciera estar más allá de mi mundo. En fin, la cosa es que todo fue sucediendo como en el cuento de la rana.

-¿Qué cuento de la rana?

-Meten una rana en una olla de agua fría –dijo- y empiezan a calentarla. Finalmente muere en el agua hirviente.

-Eso que decís se parece bastante al amor.

-¿Por qué?

-Porque simplemente ocurre.

-Y sí, a mí me pasó, y con esta persona que te estoy contando. Con él está, bah, está es un modo decir, está todo bien. La cama bien, las charlas bien, todo muy bien. No puedo dejar de pensarlo, como si existiera bajo dos formas, la física y la que es peor que ser buscado vivo o muerto, la de no poder parar de pensarlo todo el tiempo. Es algo que está ahí y que sin embargo se escapa, pero sigue estando. Y mi vida ahora es otra cosa. Estoy atada a él noche y día, me pregunto sobre él sin que yo pueda hacer nada, soy esclava de mi propia mente. Es como si algo me mordiera por dentro y yo volara de placer a pesar del dolor.

-Eso no tiene nada de malo. Todos somos medios maso.

-¿Medios maso?

-Medios masoquistas digo. El amor es la relación consentida entre un sado y un maso.

-Ay, déjate de joder ¿Qué decís?

-Eso, pero sin que te tientes a llevarlo a un extremo. Hay que definir de qué lado estás, sino el asunto se vuelve sinuoso. Igual, todo se define por quien más ama. La lógica también funciona al revés, por quien menos ama. Da lo mismo.

-Sos de terror.

-Ajá, ya lo sabía. ¿Pero quién lleva las de perder en una relación?

-El que más ama. Pero no es justo –se veía molesta-. Es decir, el que más siente, debería ser el más recompensado. Sin embargo es quien más sufre.

-El mundo no es justo.

-Es que a eso quería llegar.

-¿A qué?

-A lo que te estaba contando. Me refiero a que no había terminado de contarte. Estábamos en el departamento que alquilé hace unos meses para irme a vivir sola. El me dio una mano en todo. Tanto que lo pintó por completo. El día que lo terminó yo estaba cebándole unos mates. De a ratos se hacían esos silencios largos, como cuando te tildás mirando el mar, solo que con el blanco hipnótico de la pared. El pintaba sin esfuerzo, parecía ser su oficio oculto. Sobre una escalera terminó de repasar los pliegues de las molduras. Al terminar giró el cuerpo, me miró, y me dijo que no estaba enamorado de mí y que esa era la última vez que íbamos a estar juntos. Luego levantó el brazo y hundió el pincel en un punto casi imperceptible que quedaba sin pintar. Me largué a llorar como una niña.

-Conmovedor. ¿Y entonces?

-Entonces nada. Quería que fueses mi amigo para eso, para que me dieras una respuesta como hombre. Tenés casi su misma edad, te conozco a medias, y repito, sos hombre. ¿Qué debo hacer?

-Es que…

-Es que qué –dijo.

-Es que dar consejos es lo más estúpido que hay.

-No importa. Decime algo. Lo que te salga.

-Lo que me sale es decirte que en estas cosas hay solo preguntas.

-¿Cómo cuáles?

-Como… -Pensé en no decirle nada, quería irme y dejarla en su lucha íntima, que es la forma en que se dan todas las batallas. Pero no pude- ¿Quién tiene la culpa –dije-, la rana, el agua hirviendo o el fuego?

-La rana -contestó, y respiró profundo, como si algo la quemara por dentro.

21/10/2015