X

Bombo y corbata

Resumen de la semana | QUÉ, en la radio

El olor a goma quemada está impregnado por todo el salón. El piso alfombrado quedó lleno de barro traído de la calle en las zapatillas y hace rato se acabaron los bocaditos de choripán. En el hotel no entra un alfiler, las pantallas dicen “hambre” en letras gigantes y la muchedumbre está ansiosa por degustar los canapés de mortadela y fiambrín hasta que hable el invitado más primavera que especial.

Desde afuera el ruido invade, molesta, irrumpe a través de los grandes ventanales. Los hombres de traje insultan con moderación y aprietan con ganas la bocina de los coches de alta gama hasta donde les permite el vallado; están listos para hacer rugir los motores y sin ensuciarse la camisa empezar a marchar en una glamorosa caravana.

Los cánticos de espera en el salón acondicionado amortiguan el desorden que perturba desde afuera. Los pasacalles vueltos bandera tapan la luz de la ventana y entre los micrófonos dos ollas populares humean sobre el escenario, justo cuando el orador principal le pone cadena y candado a la bicicleta antes de hablar ante la muchachada.

En la calle los hombres de corbata gritan y reclaman. Exigen un dólar más alto, una tarifa que sea más impagable, un salario más bajo, el incremento de la deuda externa y tarifa social para la membresía del club. Alzan carteles por mayor rentabilidad y otros que dicen “basta de vagos y planeros”. Hacen una colecta de recursos perecederos para colaborar con el Fondo Monetario Internacional.

Desde adentro los gritos no se escuchan. Los carteles no se ven y los bombos descansan entre las mesas. El invitado principal rompe el hielo con la anécdota de una reciente represión y comparte el secreto para estirar el guiso y hacerlo rendir para sus ocho hijos. Su rostro agigantado en la pantalla describe la pobreza desde la propia vivencia y enriquece el debate instando a la organización y rebelión popular.

Después de marchar hasta el vallado, afuera los hombres de traje se colocan el sobretodo para cubrirse del frío y redoblan la apuesta. Despliegan bolsas de dormir en el asiento trasero de sus autos e inician un acampe por tiempo indeterminado, mientras prenden la calefacción y suenan una detrás de otra las alarmas de los vehículos blindados.

Adentro concluyó la exposición sobre las paritarias a la baja y ya todo es abrazos y murga. Terminó hace un rato la charla sobre comedores y merenderos y ahora se toman fotos alzando las manos. Comparten la bebida del pico y se reparten los últimos bocaditos de torta frita, mientras desde el fondo uno avisa que va poner otra pava.

El debate sin autocrítica dejó afuera al reclamo. La protesta offshore devenida en auto-acampe quedó afuera de la idea del coloquio. Adentro siguió la fiesta y en la calle el sinsabor. En el medio del vallado fuertemente custodiado quedó colgado un bombo y una corbata; por suerte para los de adentro se levantó el paro de colectivos y cuando termine la fiesta ya no tendrán que volver a pata.