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Ciudad de contrastes

Resumen de la semana | QUÉ, en la radio

Mar del Plata es una ciudad de contrastes que perdió brillo y nitidez. Contrasta todos los días y ningún espejo le devuelve la imagen que busca inquieta, una condición que opone o diferencia a los unos de los otros entre puentes, muros y grietas.

De los pozos y el colectivo a 20 cuadras a los altos y modernos complejos habitacionales. Del turno online a la cola de madrugada con previo acampe. Privada de lo público, de la universidad dominada por la corrupción o el extremismo religioso a la toma de facultades por desinversión. De los que duermen en la calle, cuidan coches y piden comida en una esquina, a la cumbre del G20 entre piquetes anti imperialistas.

Una cena de bienvenida frente al mar, apretones de manos en alemán, inglés, árabe y japonés. Comercio global, inversiones, crecimiento sostenible, la créme del know how del capitalismo que gana por knock out, reunido para abrir el picaporte de los mercados. Eso y más, a metros del que revende libros usados o el que canta con viento en contra y a voluntad en la Rambla, de espaldas al lobo despojado de su pato inflable, de una postal desteñida por los propios contrastes del tiempo.

Mar del Plata está en desacuerdo consigo misma. Habla en voz alta y se desdice. Mira su propio ombligo y se choca de frente. Elige y se arrepiente. Cree que cambia pero retrocede y se achica. Compra en cuotas y no llega a pagarlas. Grita pero no la escuchan. Elige con memoria el nombre para una plaza y se lo cambian para esconder su historia. Choca y después se pone el cinturón. Contrasta y se opaca. Pierde color en sus barrios, sus calles, sus playas, sus gobiernos, sus avances y sus retrocesos.

Tiene pañuelos verdes y celestes; tiene fundamentalistas de la oposición y del oficialismo cueste lo que cueste; tiene docentes y estudiantes que toman edificios, desgastan suelas en el asfalto y flamean banderas en defensa de la educación; tiene docentes que difaman detrás de una red social y avalan la impunidad de una tortura anónima que deja marcas; reclama derechos a veces sin cumplir obligaciones y hasta tiene obligados a no tener derechos.

Mar del Plata condena a perpetua y absuelve. No perdona y luego cede. Quiere madrugar y no le suena la alarma. Busca trabajo pero la ponen en negro y con media jornada. Desaparecen sus barcos por negligencias y luego, solo a veces, sale tarde a buscarlos.

Está en emergencia pero no tiene guardia. Quiere sanarse pero la infecta un virus. Exige transparencia en los números pero quien saca las cuentas está denunciado por acoso. Le piden que dé un paso al costado, pero camina hacia atrás. Le falta dinero, pide, tacha, suma, divide, le pide uno al compañero y las cuentas le dan mal igual.

Mar del Plata tiene funcionarios a quienes su pueblo les pide la renuncia pero siguen cobrando por el cargo. Quiere frenar la violencia hacia las mujeres pero no tiene personal ni presupuesto para asistir a las víctimas; y hasta para que certifiquen sus discapacidades debe convivir con la corrupción. Mar del Plata contrasta todo el tiempo y necesita un plan de obras para poder estudiar en condiciones, pero debe dormir 18 días en el piso y lejos de casa para conseguir algo parecido.

Mar del Plata está codificada y perdida en sus contrastes; se refleja en blanco y negro y no ve para adelante con brillo y tampoco nitidez. Ya probó con mover la antena, colgarse del cable y golpear el control remoto, pero por ahora sigue agarrando con lluvia solamente el Ocho y el Diez.