Viernes 29 de marzo | Mar del Plata
11/06/2016

Mar del Plata despierta y Juan Pablo sigue ahí tirado

Por Lucho Gargiulo | QUÉ Digital

 

OPINION MUERTE EN LA CALLE JUAN PABLO RAMOS

Juan Pablo, sin vida, está tirado en la vereda. Sus cosas también están a su lado: estampitas, unas gafas, un par de medias, una bolsita con poxi, un cúter y un par de papeles. No hizo falta que la policía llevara una bolsa para taparlo, Juan Pablo ya estaba envuelto en su acolchado.

Las personas pasan, preguntan y se van. Son las 9 de la mañana. La policía, que está en el lugar desde hace un rato, conversa, ríe y Juan Pablo sigue ahí tirado. No hay cinta de peligro que separe a los vecinos que se acercan, preguntan, murmuran y siguen su camino. El centro de Mar del Plata despertó, pero Juan Pablo sigue ahí tirado, en la entrada de un local. El pibe de 25 años que murió el 10 de junio en Mar del Plata había encontrado en la entrada de un edificio el reparo de la lluvia.

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La política llegó y con ella retumbó la palabra paco, como si fuera la respuesta a la muerte de Juan Pablo. Antes de estar tirado ahí, muriendo en la puerta de un local, el joven había pasado por el operativo para personas en situación de calle. Pero parece ser que Juan Pablo le pegó un bife a un trabajador municipal. Entonces lo desalojaron y lo volvieron a dejar donde estaba, tirado en la vereda.

En Mar del Plata hace más de una semana que no para de llover y con el invierno crudo por delante, Juan Pablo fue cambiando de lugar hasta la noche del viernes, que terminó en la esquina de Catamarca casi Diagonal Pueyrredon. Los vecinos habían llamado al 911 a la madrugada y según dijeron, la policía lo había dejado ahí porque estaba borracho.

Juan Pablo quedó tirado como hasta las 10 de la mañana. En ese tiempo muchos pasaron, preguntaron y miraron. A otros solo les llamó la atención la policía en el lugar, pero la mañana estaba en marcha y el día debía continuar. Una mujer llora entre policías, periodistas, y más vecinos que se asoman. A Juan Pablo le hablaron para poder abrir el local y nunca pudo responder. La mujer llora y parece que en sus ojos se ve como una película la secuencia de ir al trabajo y encontrar a Juan Pablo muerto. No lo conocía, pero era una persona muerta en la entrada del laburo. 

Un pibe de la calle, como Juan Pablo, se acerca y pregunta tímido qué pasó. Mira la cobija en el piso y sabe que abajo del acolchado hay uno de los suyos. Lo conoce y también a su hermano. El pibe mira un rato más y se va. Sabe que zafó, pero se nota que no sabe por cuánto. Mientras quien se encarga del operativo que busca evitar que pase lo que le pasó a Juan Pablo charla con los vecinos y asiente con la cabeza, hay un perro que va y viene, un perro de la calle también, que cruza y olfatea lo que queda de Juan Pablo.

Juan Pablo sigue ahí, tirado, con el tiempo clavado. Ya le sacaron fotos, lo dieron vuelta para ver si tenía documentos y anotaron en una planilla que entre sus pertenencias había una bolsita con pegamento. Le sacaron la cobija, lo subieron a la camilla y lo volvieron a tapar. Un policía vio que la mano de Juan Pablo se quería quedar y con el borcego derecho la puso en su lugar.

Juan Pablo murió de frío, rechazado y marginado. Se acostó en la vereda y se tapó con lo que pudo. Se abrigó con escabio y con lo que tuvo a su alcance para tapar el olvido.  Buscó pasar la noche y nunca amaneció. Quedó ahí, tirado, tapado, muerto. Se lo llevaron, pero sigue ahí. Juan Pablo sigue ahí, como tantos otros. Sigue ahí, en la calle, durmiendo en las veredas, invisible para una ciudad que se olvidó de él.

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11/06/2016