Sábado 20 de abril | Mar del Plata
20/01/2015

Arlt, el rabioso

A pesar de las críticas que recibieron sus publicaciones, es uno de los pocos escritores de su época que aún se leen.

 

QUIÉN

ArltEl sonido de la campana anuncia el fin de la jornada escolar. Los muchachos, alborotados, apuran el paso para ganar la puerta y la libertad. Un niño que cursa el tercer grado -rostro adusto y mirada penetrante- decide que ya no volverá. No le interesa la escuela, quiere ser inventor. 

En los albores del siglo XX, Roberto Godofredo Chirstophersen Arlt, hijo de padre alemán y madre austríaca, solo tenía de argentino el primer nombre. No es frecuente encontrar tres consonantes en las cuatro letras que conforman un apellido, como tampoco un hijo de inmigrantes que escriba en lunfardo.

La literatura vernácula, como tantas otras de Latinoamérica, se debatía entre el modernismo, los resabios del romanticismo, las vanguardias y la narrativa con aromas regionales. Asomaba timorato Jorge Luis Borges, Ricardo Güiraldes reescribía el poema gauchesco con Don Segundo Sombra, y paremos de contar. En ese contexto irrumpe un muchacho que tenía todo para no ser escritor. “Cuando se tiene algo que decir, se escribe en cualquier parte. En una bobina de papel o en un cuarto infernal. Dios o el Diablo están junto a uno dictándole palabras inefables”, diría mientras se abría paso a codazos en “los salones” –mesas de café y redacciones de periódicos en este caso- reservados hasta el momento para representantes de la intelectualidad porteña.

No pertenecía al sector social para el que estaba reservada la literatura por esos años; veraneos en la costa o el campo, bibliotecas familiares con las novedades francesas e inglesas y la posibilidad de publicar en las revistas que comenzaban a proliferar en Buenos Aires.

Este muchacho, rudo en modales y fisonomía, se formó leyendo novelas de bandoleros -principalmente las historias de Rocambole- y malas traducciones españolas de Dostoievski, Gógol y otros novelitas europeos de finales del siglo anterior. Muchos latiguillos, modismos y arcaísmos heredados de esas tempranas lecturas dejaron huella en su escritura. De eso se aferraron muchos literatos para subestimarlo.

Murió a los jóvenes 42 años. No dejó bienes materiales. No figuró en la portada de los matutinos. No tuvo honores oficiales. Se fue rodeado de papeles y del dolor de sus lectores,  esos siempre esperan una nueva novela de Roberto Arlt.

 

POR QUÉArlt1

Es uno de los pocos escritores de su época que aún se leen. Las ediciones económicas convocan a jóvenes con sus primeros, y siempre dificultosos, empleos. Arlt es descontento, incomodidad, arrabal.

El estilo –el de Arlt siempre fue menospreciado, pretendiendo legitimar la visión de un escritor semianalfabeto con carencias básicas, hasta sus fervientes defensores caen en ese simplismo- no se forma únicamente con las metáforas o los artilugios para decir las cosas. Es un lugar común utilizar como ejemplo de falta de estilo sus errores de ortografía. Piglia plantea que ese argumento esgrimido para menospreciar la capacidad creadora de Arlt es similar a criticarlo por tener una pobre caligrafía. Podemos agregar el caso de un pintor que dejaba un enchastre en el piso toda vez que abandonaba el lienzo.

El “estilo”, en todo caso, debería analizarse como categoría totalizadora, como cosmovisión y no solamente por las referencias cultas a mitologías europeas o temas solemnes. Los personajes en las narraciones de Arlt son ladrones, cafishios, prostitutas, seres humanos enclenques que “son más parecidos a monstruos chapoteando en las tinieblas que a los luminosos ángeles de las historias antiguas”. Estos malandrines proyectan revoluciones insólitas, robos, traiciones, o suicidios.

El lenguaje que utiliza es el que pide la historia. Directo, con los modismos del habla porteña de los bajos fondos. También Cervantes fue atacado por su modo de escribir, y ahí está el Quijote. Muy poco se recuerda de los críticos que llenaron páginas con sus argumentaciones sobre lo desatinado de la prosa del alcalaíno.

Lo que más sorprende en Roberto Arlt es su potencia creadora. Ante las críticas que llovían sobre sus publicaciones, contestó a modo de manifiesto, en el prólogo de su novela Los lanzallamas: “El futuro es nuestro, por prepotencia de trabajo. Crearemos nuestra literatura, no conversando continuamente de literatura, sino escribiendo en orgullosa soledad libros que encierran la violencia de un `cross` a la mandíbula. Sí, un libro tras otros, y que los eunucos bufen”.

Formó parte del grupo Boedo, que en oposición a Florida y sus prosas delicadas, creaban con rudeza. Escribió sobre el sufrimiento humano, con pocas herramientas materiales pero con una voluntad incomnesurable que todavía se percibe en las amarillentas páginas que llevan su firma.

 

POR DÓNDE

Publicó cuentos (reunidos en los volúmenes El jorobadito y El criador de gorilas), sus célebres novelas (El juguete rabioso, Los siete locos/Los lanzallamas y El amor brujo), columnas periodísticas (las más famosas bajo el título de Aguafuertes porteñas y Al margen del cable) y obras teatrales (entre las que se destacan Trescientos millones, Saverio el cruel y La isla desierta). En todos los formatos intentó poner un poco de luz sobre un submundo que estaba vedado para los cánones de la época.

El jueguete rabioso (1926). Primera novela del joven Arlt. Narra las peripecias de unos jóvenes bandidos. Es un homenaje a las historias que lo formaron como lector.

Aguafuestes porteñas. (1933) Compilado de notas publicadas por Arlt en periódicos. Ingenio y humor en textos breves. Los días de su publicación, el diario El Mundo duplicaba las ventas.

20/01/2015