Jueves 25 de abril | Mar del Plata
16/12/2015

Detectives y literatura

La literatura policial moderna tiene su origen con la inclusión del detective, grato favor que le debemos al inconmensurable Edgar Allan Poe. Se perfeccionó con Conan Doyle y se metió en el barro con Chandler. Tres momentos que configuraron el fecundo vínculo de la literatura con el crimen

Detectives y literatura

Una sociedad puede pensarse de muchos modos diferentes. Por sus logros científicos o deportivos, por estadísticas, por su capacidad de adquirir bienes materiales o por lo que reflejan de esa sociedad sus personalidades influyentes. Pero también por los crímenes que comete y cómo los resuelve, en la realidad o en la ficción.

Para trazar una línea histórica que nos permita entender el desarrollo de la literatura policial, podemos destacar tres momentos, que con diferentes características alimentaron el género y lo elevaron de la categoría de género menor, popular.

El año 1841 marca la irrupción del género con la novedosa aparición del detective. En el cuento Los crímenes de la calle Morgue Edgar Allan Poe presenta a Auguste Dupin. Inteligente, analítico, brillante, se posiciona desde una perspectiva lógica para resolver la muerte de una mujer y su hija.

En Estudio en escarlata (1887) el médico Watson cuenta su encuentro con Sherlock Holmes. Conan Doyle profundiza los bosquejos de Poe y alcanza la perfección del análisis, alimentando el estereotipo del genio solitario.

Raymond Chandler y su detective Phillip Marlowe ven la luz en la novela El sueño eterno (1939), época de depresión económica; el contexto social se hace presente y configura motivaciones delictivas más intrincadas.

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POE, BORRACHO Y LOCO

Quiere ser poeta y escribe poemas. Tiene conflictos con su padre adoptivo. Bebe sin control. Fuma opio en exceso. Le dicen, sutilmente para no ofenderlo, que aparenta diez años más de los que tiene. Edgar Allan Poe vive en un país joven y floreciente, modelo de libertad. A pesar del desarrollo económico sin pausas que lo rodea, tiene dificultades para subsistir.

Editar libros de poemas le requiere inversión y escasas ventas. El periódico paga, poco, pero lo suficiente para comer, beber y fumar. La necesidad, tantas veces capital para la explosión del  genio, hizo lo suyo con Poe y su desembarco en la escritura de relatos cortos.

La impresión del daguerrotipo devuelve un hombre triste, destruido y sucio. Aún joven, pero desvencijado física y psicológicamente, muere en Baltimore. No se sabe si de sífilis, de sobredosis, de borracho, de loco o de Poe.

Los crímenes de la calle Morgue (1841) es el primer cuento policial moderno. Ya existían los relatos vinculados con el crimen, pero faltaba quién pensara su solución, alguien que mirara desde otra perspectiva: el detective. Poe vislumbró, intuyó, la necesidad de dar un giro al relato que narra el costado más salvaje e irracional de la conducta humana. Auguste Dupin es la respuesta de Poe para llevar al género policial a otro nivel. La crítica refinada comenzó a mirar con más atención los textos publicados en periódicos baratos, destinados a obreros rústicos y agotados luego de la jornada laboral.

Un narrador anónimo cuenta su encuentro, en París, con Auguste Dupin. Se conocen en una librería, simpatizan y deciden compartir alojamiento en una casona vieja. El detective está por fuera de las instituciones, no es abogado, ni policía, ni pertenece al entorno judicial. Tiene la palabra y una inteligencia analítica por encima de la media. Sigue el caso del asesinato de una mujer y su hija a través de las crónicas periodísticas. Dupin no falla. Descubre que el criminal no es un ser humano.

El paso por la literatura del primer detective se resumen a la escasa cantidad de tres cuentos. Poe no usufructuó su fórmula para aburrir con el éxito garantizado. Dejó la estructura funcionando y se retiró. A pensar nuevas fórmulas y a beber vino y a fumar opio.

CONAN DOYLE, MÉDICO Y DEPORTISTA

De buen porte, resistía los embates de los rivales. Dicen que anotó 43 puntos en un mismo partido. Pero no fue rugbier. Se embarró los codos, atajando sin guantes, los tiros envenenados de los inventores del deporte. No fue futbolista. Probó, también, dentro de un campo de golf y dentro de un cuadrilátero. El deporte no es la actividad por la que conocemos al escocés de rostro adusto y bigote extenso.

A finales del siglo XIX Arthur Conan Doyle se mudó a Londres con la idea de trabajar como oftalmólogo. Nadie entró en su clínica. Aburrido, preocupado por su negocio y con tiempo de sobra, imaginó una lupa, un sombrero y una pipa.

Estudio en escarlata, de 1887, marca la aparición del detective más afamado de todos. El médico Watson, convaleciente luego de su paso por Afganistán, necesita compañero de vivienda para dividir gastos. Le mencionan a Sherlock Holmes, un personaje excéntrico. El médico narra la resolución de dos asesinatos. El relato que completa la historia es anónimo. Está contextualizado en el desembarco de los mormones en el estado norteamericano de Utah.

Holmes, a diferencia de Dupin, trabaja con la policía. Su puesto es el de “detective asesor” de la Scotland Yard. Está en la orillas de las institución. Tiene un ejército de detectives vagabundos (mano de obra terciarizada y barata) siempre dispuesto a ayudarlo. Se burla de la incapacidad de los efectivos oficiales. Resuelve los casos y se los entrega a funcionarios ineptos que aculan laureles ajenos. Desarmado y con una lupa, Holmes rastrea el lugar del crimen, mira donde nadie ve. Un cóctel de pensamiento analítico y  razonamiento deductivo a los órdenes de una inteligencia lúcida, garantizan el triunfo.

A diferencia de Dupin, Holmes tuvo un paso extenso por la literatura. Cuatro novelas e innumerables relatos; Conan Doyle no renegó del éxito y consolidó las bases del género. Y su Sherlock Holmes es hoy un ícono de la cultura popular de Occidente.

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CHANDLER, BORRACHO Y LOCO

Mira el cielo francés, el humo, la sangre seca impregnada en la roca y se pregunta cómo llegó hasta ahí. El periodista (ahora soldado) estadounidense, nacionalizado inglés, pelea en el frente canadiense durante la Guerra de Trincheras.

También se pregunta cómo llego al sillón cómodo, el escritorio lujoso y la oficina amplia. Perdió su cargo como ejecutivo del negocio petrolero, ya en California, gracias a su alcoholismo, irresponsabilidad y el acoso sistemático a sus secretarias.

Raymond Chandler, se aburría con facilidad. Para matar el tiempo, comenzó a escribir relatos policiales en revistas de papel barato que se editaban para los pobres norteamericanos, que eran casi todos en la década del 30.

El desempleo se desbanda y la miseria acecha a la incipiente potencia mundial. Las instituciones se descomponen y el crimen muta. Ante la inédita realidad norteamericana, la novela vinculada con el crimen debía actualizarse, modificarse, ensuciarse, oscurecerse.

La novela El sueño eterno de 1939 es el ingreso de Philip Marlowe al listado de detectives célebres. Marlowe es detective privado, tiene una credencial y una oficina. Es corpulento, pero solo usa la fuerza como última opción. Es solitario, fuma tabaco y bebe mucho whisky. Es aficionado a la literatura y al ajedrez. No sucumbe ante la tentación de la carne. Es cínico, irónico y pesimista. Desprecia a los ricos, pero trabaja para ellos. Pone en tela de juicio el american way of life. A la inteligencia deductiva de los detectives clásicos, Marlowe incorpora el análisis psicológico, observa las miradas, los rostros. Se diferencia también de Dupin y Holmes: deja librados al azar algunos elementos y sigue sus corazonadas.

Chandler, a través de la narración en primera persona de Philip Marlowe, agudiza el policial negro. A diferencia de los precedentes, el escritor le encarga la narración a su personaje, que ahora tiene —además de una biografía parcial— una prosa. Su detective bucea en un terreno enmarañado, con instituciones en proceso de descomposición que generan crímenes más intrincados.

La lucidez de Poe, Conan Doyle y Chandler estructuraron los cimientos de la literatura policial, y sus puntos más destacados. En diferentes contextos históricos, generaron una empatía con el público lector que pudo comprender a su sociedad a través del delito y el crimen. El género policial —fortalecido y fructífero en nuestro tiempo— reconoce a Dupin, Holmes y Marlowe como sus próceres.

16/12/2015