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La vida que se apaga

El último tomo de Los diarios de Emilio Renzi cierra la trilogía con que Ricardo Piglia construyó su autobiografía literaria.

Ricardo Emilio Piglia Renzi intentó crear un espacio autónomo para la literatura. Compartía con Kafka la utopía del escritor que se aísla y solo abandona la escritura para comer y dormir. En la crítica también razonó en esa línea: escapó de las modas (historicista, sociológica o posmoderna) y buscó en el texto, en su funcionamiento, en su “cómo está hecho”, la clave del mecanismo narrativo. Durante más de medio siglo escribió en un diario las lecturas, las discusiones, la vida solitaria de cafés porteños, las clases en Estados Unidos. En los últimos años, con su cuerpo en descomposición indetenible, se dedicó a ordenar los 327 cuadernos. Los publicó en tres tomos y son, tal vez, su obra mayor.

(Foto: Andrés Di Tella /EFE)

Piglia —al igual que Borges, Saer y Puig—fue consciente de la construcción de su poética. La mayoría de los autores escribe, publica y, con el paso de años, busca su lugar dentro de la constelación dinámica que representa la literatura nacional. Antes de su primer libro de cuentos de 1967, ya sabía cuáles eran sus temas y cuál debería ser su estilo para escapar de las modas borgeana y cortazariana.

Fue un gran admirador de los diarios como género; sobre todo los Pavese y Kafka. A esos cuadernos —que comenzó a escribir en la adolescencia y que contenían acercamientos literarios y vivencias personales— los distanció del autor y los convirtió en ficción. El título Los diarios de Emili Renzi no es una lección azarosa: utiliza su alter ego para ubicar el texto dentro de la zona de tensión no resuelta entre testimonio biográfico y literatura.

LA TRILOGÍA

Luego de Años de formación (1957-1967) publicado en 2015 y Los años felices (1968-1975) al año siguiente, en octubre pasado vio la luz la tercera y última parte de los diarios. Un día en la vida abarca desde el año 1976 hasta que pudo escribir. Una enfermedad degenerativa fue carcomiendo su asombrosa capacidad de trabajo. A diferencia de los dos primeros tomos —en los que se acumulaban las anotaciones diarias— en este último un tramo temporal se ficcionaliza con un narrador en tercera persona.

La dictadura se llevó a sus amigos Rodolfo Walsh y Haroldo Conti. El terror se vuelca en los cuadernos.

Ayer, el golpe. Me quedé leyendo esa noche hasta la madrugada y desde la ventana cómo los militares cortaban el tráfico, escuché voces de mando, vi colectivos encandilados con la luz de un foto antiaéreo, vi civiles que patrullaban las calles; a la mañana siguiente volví a la ronda de escuchar las radios en cadena transmitiendo marchas militares. Preparan una represión sangrienta. Su asesor en economía es Martínez de Hoz. Pasé el miércoles sin salir a la calle, hoy me dispongo a asomarme a la ciudad.

Como Borges el El Aleph (la vida cotidiana de la ciudad no se altera por la muerte de Beatriz Viterbo) o el tango de Le Pera Sus ojos se cerraron (y el mundo sigue andando), Piglia ve en la aparente normalidad un signo desesperado.

Lo peor es la siniestra sensación de normalidad, los ómnibus circulan, la gente va al cine, se sienta en los bares, sale de las oficinas, va a los restaurantes, se ríe, hace chistes, todo parece seguir igual pero se oyen sirenas y pasan a toda velocidad autos sin patente con civiles armados.

Entiende con lucidez la estrategia nacionalista de los militares. A diferencia de muchos intelectuales que se dejaron llevar por el fervor chovinista, Piglia advirtió que no era más que un intento de expansión en momentos en que el consenso hegemónico estaba desgastado.

Ahora llueve, afuera conflicto con los ingleses, Islas Malvinas, ¿se agravará?, seguro que sí, los militares no tienen otra salida que el nacionalismo turbio.

Los cuadernos, que llena uno tras otro, también son tema de reflexión. Tiene confianza en sus posibilidades. Piensa que si logra una obra literaria sólida, si su nombre cobra prestigio, la edición de las anotaciones que comenzó en la adolescencia, casi como un escape, tendrá sentido.

¿No es increíble que durante veinte años haya encontrado, a pesar de todo, el impulso para escribir estos cuadernos? Atraviesan mi vida como ninguna otra cosa, mala escritura (en sentido moral) que no sirve para nada, que no vale nada, que algún día habrá que tirar. ¿O me decidiré a pasarlos en limpio y a correr los riesgos de encontrar mi estupidez?

Quizá alguna vez pueda leer publicada esta novela que ahora me da tanto trabajo escribir. También este cuaderno será leído, alguna vez en el futuro, por alguien que no será este que soy ahora.

(Foto: Alejandra López)

EL FINAL

El diario, como la gloria, es póstumo. Piglia escribió hasta que pudo. En los últimos tiempos solo se comunicaba por medio de una computadora. Y utilizaba la máquina para hacer chistes. Una paradoja cruel: el escritor más interesante de la lengua española ya no puede narrar. Los análisis brillantes, las ficciones sofisticadas y las clases reveladoras solo anidaron en su mente.

Mi vida depende ahora de la mano derecha, la izquierda empezó a fallar en septiembre después de que terminé el programa de televisión sobre Borges. Me sucedió en ese momento, pero no a causa de eso. Los médicos no saben a qué se debe. El primer síntoma fue que no podía hacer movimientos finos, los dedos ya no me obedecen.

No puedo ya vestirme solo, así que me he hecho confeccionar una capa, o mejor, una túnica que me cubre el cuerpo cómodamente, con dos lazos para atarla. Tengo dos atuendos; mientras uno se lava, uso el otro, son de lino color azul, no necesito nada más.

La silla de ruedas, en andar mecánico, el cuerpo metálico.

Me he refugiado en la mente, en el lenguaje, en el porvenir.