Miércoles 24 de abril | Mar del Plata
27/03/2015

Rulfo: elogio de la brevedad

Con solo dos libros publicados, el enigmático escritor mexicano revolucionó el panorama literario latinoamericano del siglo XX

 

QUIÉN

Rulfo (2)La conductora de TV española presenta al reciente ganador Príncipe de Asturias de las Letras. Un hombre mayor que cubre su rostro con enormes lentes de sol violeta. Las preguntas se centran en su producción literaria, pero el invitado soslaya el tema: habla de sus fotografías, de antropología. La conductora, obstinada, insiste. El hombre habla lento, distraído y algo desinteresado. Finalmente, la entrevistadora le pregunta por los lentes de sol violeta…

Me llamo Juan Nepomuceno Carlos Pérez Rulfo Vizcaíno. Me apilaron todos los nombres de mis antepasados paternos y maternos, como si fuera el vástago de un racimo de plátanos, y aunque siento preferencia por el verbo arracimar, me hubiera gustado un nombre más sencillo”. Las actas atestiguan que nació en un pueblo de Jalisco, cuando las tropas revolucionarias del sur, al mando de Emiliano Zapata, y las del norte, bajo las órdenes de Pancho Villa, pugnaban por el reparto de la tierra. Al otro lado del globo, en el país más extenso del mundo, se prometía todo el poder a los sóviet. Sus confesiones retrospectivas desentrañan que tuvo una infancia solitaria: prematuramente huérfano, creció en un orfanato donde “lo único que aprendí fue a deprimirme, conseguí un estado depresivo que todavía no se me quita”.

Por cantidad de tiempo dedicado, Rulfo se sentía más fotógrafo que escritor. Durante cuarenta años recorrió México con su cámara alemana retratando los colores y aromas de personajes algo vivos y algo muertos que se presentaban frente a él. No reparó en los artilugios técnicos, ni en el estudio necesario para dominar la técnica. La intuición, el azar, o la concepción cosmogónica de la belleza lo detuvieron en el instante preciso para disparar la cámara. “Yo nunca tuve paciencia para esperar que un pájaro se pare en una rama, ni ocurrencias similares que tienen los buenos fotógrafos. Yo tenía ojo, cuando miraba la foto, disparaba. Tenía buena puntería, eso es todo, no hay otra historia“.

Sara Facio destaca a Rulfo en este campo: “Varios escritores de nuestra América- Silvina Ocampo, Gabriel García Márquez, Adolfo Bioy Casares- han manifestado interés por la toma fotográfica. Julio Cortázar publicó Prosa del Observatorio, ilustrado con sus fotografías, pero únicamente Juan Rulfo se ha ganado el título de fotógrafo”.

Treinta años antes de su muerte se retiró de la literatura, como quien tiene un empleo temporal y lo deja por otro mejor. En una época en que los dictámenes del mercado marcan la producción de los best seller; escritores sin  vacaciones, que dos veces al año presentan su texto (la mayoría olvidables) a la imprenta, Rulfo es un extraño caso de brevedad. Su obra no tiene puntos flojos, no se contradice. Sus páginas son un cadáver bello y joven.

Nada escribió, o al menos nada publicó, luego de Pedro Páramo. ¿Qué decir después decirlo todo? No parece haber sido el miedo a repetirse la razón del prolongado silencio. Tampoco el haber logrado la reconocimiento mundial, con las licencias y comodidades que esto genera. Acaso el motivo sea más literario que personal y pueda encontrarse en el fondo de la novela. Tal vez habría que preguntarse qué queda por escribir luego de darle voz a las almas muertas, a los vivos mortecinos y a los están en la línea divisoria. Tal vez solo quede tomar la cámara e ir a retratarlos a través del lente.

 POR QUÉ

Rulfo (1)Rulfo escribe como nadie y nadie escribe como Rulfo. Resulta complicado rastrear influencias en su prosa soñolienta, musical, onírica y poética. Su obra, extremamente condensada, dejó una novela y un libro de cuentos. Pocas palabras: las justas y las necesarias. Como en la poesía, se trabaja con la economía de las palabras. Creó un gran poema en prosa, con metáforas que se pueden oler y tocar. Se lo intentó encasilla en el realismo mágico (para alivianar el análisis y ubicarlo mejor en el mercado), pero desborda esa etiqueta.

El llano en llamas, compuesto por dieciséis relatos e impreso en 1953, es el corolario de publicaciones en diarios locales que comenzaron a aparecer una década antes. Los cuentos que no cuentan, el tiempo que no transcurre y el ambiente denso, pesado y caluroso. Abundan los personajes que luchan contra el sopor y las maldiciones, en ambientes agrestes. Son víctimas de la sequía, de lluvias eternas que se puesto todo a su paso, de ventarrones fantasmales o de la crueldad de los terratenientes. En varios de ellos nada se cuenta. El valor literario está en la atmósfera que se genera, en la metáfora que irrumpe y colorea la oración; en el tono.

Rulfo escribió la novela Pedro Páramo durante cinco meses, en 1955. Ese mismo año fue publicada. No existían aún Cien años de soledad, Rayuela, Paradiso ni La ciudad y los perros. Jorge Luis Borges (siempre dispuesto a reconocer y dedicar líneas a los clásicos antes que a sus contemporáneos) ubicó a Pedro Páramo entre las mejores novelas de la literatura universal.

Lo anunciado en los textos anteriores toma forma y se materializa en su último trabajo literario. Breve espacio físico en donde se concentra una prosa en estado de ebullición. El tiempo del relato no es lineal, porque los muertos no tienen tiempo ni espacio. Tampoco lo tienen las almas que vagan por la tierra buscando vivos que recen por ellas. Un muchacho que busca al padre (“un tal Pedro Páramo”) luego de la muerte de su madre, y un cura que lucha contra sus miserias más profundas son los conflictos principales (en caso de que exista tal cosa) de la novela. El resto son saltos, confesiones, espectros, y la sensación para el lector de no saber dónde se pisa. El contexto político lo da la extensa guerra civil mexicana, con sus marchas y contramarchas.

De su fugaz paso por la hoja en blanco, Rulfo nos deja una obra sólida, original, comprometida con su contexto social e histórico. A la altura de los grandes novelistas latinoamericanos del siglo pasado, que en bloque significan uno de los momentos más destacados de la literatura del siglo XX.

 POR DÓNDE

Un libro de cuentos y una novela. En unos días se puede leer la obra completa de Juan Rulfo. Algunas edicones recogen ambos textos. Aquí una sugerencia de por dónde comenzar.

Nos han dado la tierra (1945): cuento publicado en la revista Pan y luego recopilado en El llano en llamas. Narra las desventuras de dos hombres estafados en la reforma agraria. Es una fuerte crítica a la burocracia estatal.

Luvina (1953): también forma parte de El llano en llamas. Con la potencia melancólica que Rulfo logra pulir de modo artesanal, el cuento explora en las profundidades de un paisaje insípido, vacío, anodino. El gris es la tonalidad que estructura la narración en torno a un ritmo cansino. El tiempo no trascurre en Luvina, ni tampoco los sucesos que ameritarían ser contados por un escritor, pero en los relatos de Rulfo las historias son sus palabras.

27/03/2015