Viernes 29 de marzo | Mar del Plata
16/09/2018

El derecho de vivir en paz

En septiembre de 1973, luego del golpe de Estado encabezado por Pinochet, el artista chileno Víctor Jara fue masacrado por los militares.

 

Es martes y en las calles de Santiago el humo de los bombardeos se funde con el pesado esmog. La central obrera convoca a sus puestos de trabajo. Miles son arrastrados al Estadio Chile por el Ejército. Desde la Universidad parten móviles que llevan intelectuales, docentes universitarios, trabajadores de la cultura. Hasta ayer reconocidos, hoy son parias. El presidente está muerto. Los reos caminan con las manos en la nuca. Un soldado joven se acerca a uno de ellos, examina detenidamente su rostro y le dice a un uniformado de mayor rango: “Este es el negrito que canta canciones rojas”. Lo separan de la fila y se lo llevan a los vestuarios.

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Víctor busca y no encuentra. Aprendió a trabajar la tierra en la infancia. La adolescencia en la Capital fue más difícil. Primero la carrera hacia el sacerdocio, luego el servicio militar. Ingresa en un coro y se da cuenta de que puede cantar, pero se decidirá por el teatro: estudia dirección y actúa. En una gira por Europa del este, la compañía que integra se presenta en Moscú. El cantante tuvo un percance y hay que suplirlo. “Tocá una de esas cancioncitas que sabes con la guitarra”, le dicen. Siente vergüenza, pero asoma su cabellera oscura, la sonrisa amplia. Y comienza el rasguido: “Aquí te traigo una rosa, del campo la recogí/ Como que te fuiste, como que te vai, como que me quieres y no me querésnai”. Los rusos aplauden hasta enrojecer las manos y lo obligan a un bis.

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Vuelve con el resto de los detenidos. Tiene los ojos hinchados, sangre en el rostro y las manos destruidas. A pesar del calvario, alienta al resto, no se desanima; sabe que no se trata de un ataque desestabilizador como los que se acumulan desde hace unos años en el país. Esta vez van hasta el fondo. Cuando vuelve a sentir sensibilidad en las manos consigue un lápiz y unos papelitos de colores, y en silencio, desparramado en un rincón, comienza a escribir su último poema.

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En 1970, la Unidad Popular, coalición de izquierda, lleva a Salvador Allende a la presidencia. Es médico, usa unos lentes negros muy gruesos y da discursos serenos que hablan del futuro, de los trabajadores, de la humanidad y del socialismo. A diferencia de su amigo cubano-y de la mayoría de los procesos políticos que se multiplicaban en el tercer mundo- Allende cree que se puede atacar el sistema nervioso de las desigualdades por la vía electoral. Nacionaliza el cobre, principal exportación y estandarte de la economía chilena, y comienza una serie de reformas que atentan contra el modelo de valoración financiera promovido por Estados Unidos.

Víctor Jara - Villy Villian

(Ilustración: Villy Villian)

“Somos cinco mil aquí/ en esta pequeña parte de la ciudad/ Somos cinco mil. ¿Cuántos somos en total en las ciudades y en todo el país?/ Solo aquí, diez mil manos que siembran y hacen andar las fábricas/ Cuánta humanidad con hambre, frío, pánico, dolor, presión moral, terror y locura”, escribe la mano temblorosa de Víctor. Descansa, mira las caras de espanto de sus compañeros. Acepta una galleta que alguien ingresó al estadio de contrabando y corta así largas horas de ayuno involuntario. Piensa en Joan y en sus hijos.

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El folclore chileno describe paisajes bucólicos: la montaña y el mar son los lugares comunes. Una irrupción telúrica en forma de mujer cambió ese rumbo e influenció a la generación de los jóvenes veinteañeros de la década del ’60. “Me tocó la fortuna de conocer a Violeta Parra y eso ha significado algo especial para aclarar lo que yo tenía que ser”. A partir de ahí, Víctor centró su potencia creadora en hacer canciones orientadas al sentir y respirar de los hombres y las mujeres que no tenían quién los cante.

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Salvador Allende empieza el tercer año de su gobierno en medio de presiones externas e internas. En las elecciones municipales la Unidad Popular incrementa su caudal de votos y el apoyo ciudadano marca que no hay que retroceder en las conquistas ni ceder. El secretario de Estado del gobierno de Richard Nixon, Henry Kissinger, se coloca a la cabeza del plan para derrocar a Allende luego de la derrota de la oposición en las urnas. Financia sabotajes, paros, intentan detener la producción. Ante el caos, la respuesta de la gran mayoría de los trabajadores es contundente. Una dilatada huelga del transporte de pasajeros inmoviliza al país. Los vehículos particulares trasladan a los chilenos a sus puestos de trabajo. El plan de Kissinger encuentra resistencia popular en las calles y aplausos en el extranjero. En 1973, será galardonado con el Premio Nobel de la Paz por la Academia sueca.

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“Seis de los nuestros se perdieron en el espacio de las estrellas/ Un muerto, un golpeado como jamás creí que se podía golpear a un ser humano/ Los otros cuatro quisieron quitarse todos los temores, uno saltó al vacío, otro golpeándose la cabeza contra el muro, pero todos con la mirada fija en la muerte”. Describe en el papel lo que sucede alrededor y se detiene porque las manos acusan el martirio. Entran los uniformados y se lo llevan. Ya no lo verán sus compañeros. Ni familia y amigos. Quedará de frente a la muerte. Ya no tomará café, no hará el amor nunca más.

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La estrategia trazada por EEUU y los militares chilenos, liderados por Augusto Pinochet, desemboca en un golpe de Estado directo. Bombardean La Moneda y Allende resiste con algunos colaboradores y el fusil que le regaló su amigo Fidel Castro. Dejará su vida y el sueño de la vía al socialismo a través de las instituciones de la democracia burguesa. A partir de ahí, 17 años de dictadura monstruosa: desaparecidos, torturados, exiliados. Chile será el laboratorio de pruebas de la doctrina liberal económica y del terrorismo sistematizado.

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El cuerpo de Víctor Jara fue enterrado como NN en una fosa común. Cuarenta y cinco años después, continúa siendo ícono de artista revolucionario, sensible al ritmo histórico de su pueblo. En las marchas de los estudiantes que luchan por la educación gratuita se cantan sus canciones y su rostro, sonriente y combativo, decora remeras y banderas. Fue un cantor popular que embelleció consignas que florecían por todas partes del mundo: la autodeterminación de los pueblos, la solidaridad y, a fin de cuentas, el derecho de vivir en paz.

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16/09/2018