Miércoles 24 de abril | Mar del Plata
01/04/2015

Caso Jonathan Benítez: “Hoy nadie lo busca, solo su familia”

El joven que padece esquizofrenia lleva siete meses desaparecido. “La policía nunca más lo buscó”, aseguró su madre al compartir con QUÉ la desgarradora historia de su hijo ausente.

Caso Jonathan Benítez: “Hoy nadie lo busca, solo su familia”
(Fotos: Lucho Gargiulo) ©

Jonathan Nahuel Benítez se encuentra desaparecido desde el 26 de agosto del 2014. Ese martes bien temprano Mirta Rojas, su madre, le dio la medicación que tomaba para controlar su esquizofrenia. Esa mañana, su hermana Maylén fue la última en verlo salir de la casa. Los perros ladraron, la panadera de la esquina lo vio pasar y se juntó en una estación de servicio de la zona hasta la tarde con sus amigos, a quienes veía en el mismo lugar prácticamente todos los días. Desde entonces, no existe ningún dato concreto sobre su paradero, pero su ausencia se hace sentir todos los días en su familia.

En mayo Jonathan cumplirá 23 años. Su madre lo nombra en presente, en un intento casi inconsciente de mantenerlo con vida, sano, presente en algún lugar. Está convencida de que hace meses nadie lo busca. O al menos asegura que la policía ya ni lo intenta, y que es ella y su familia quienes únicamente salen a recorrer las calles con la ilusión de hallarlo. Ni un llamado, ni un indicio. Nadie más lo vió. Pero sin dudas, en algún lugar está.

El caso de Jonathan Nahuel Benítez trascendió mediáticamente como el joven desaparecido que padece esquizofrenia. Pero antes de que su foto se imprimiera en los carteles con los que se difunde su imagen, tuvo una historia y una vida. Mirta sueña con volver a tenerlo en su casa. Llora, como lo hace casi todos los días. Las lágrimas se replican en los ojos de las hermanas y el hermano del joven que falta en su casa desde hace poco más de siete meses.

EL ÚLTIMO DÍA

Aquel 26 de agosto Jonathan se levantó temprano. Cuando Maylén, su hermana, le preguntó si había tomado la medicación, él le contestó que su madre ya se la había dado. Cerro la puerta para que el perro no se escapara y salió de su casa, ubicada en Brumana casi Rosales.

Al reconstruir los pasos siguientes antes de perderle el rastro, se enteraron de que Jonathan respetó su rutina habitual: fue hasta la panadería de la esquina a comprar cigarrillos sueltos y leyó, como casi todos los días, los avisos clasificados de los diarios locales para encontrar trabajo.

A diario acostumbraba juntarse con sus amigos en la estación de servicio ubicada en Magallanes y Polonia. Fueron ellos quienes comenzaron a apodarlo “El Lobito”. Y ese 26 de agosto, no fue la excepción. Al dejar la panadería caminó hasta la estación y estuvo con los chicos hasta cerca de las 18 o 19.

Tras su desaparición, los amigos le contaron a la familia que Jonathan “estaba lo más bien” y que había dicho que volvería a su casa, pero otros afirman que iba en la dirección opuesta, hacia la avenida Juan B. Justo. Los dos caminos fueron posibles, pero a su hogar no regresó.

Mirta volvió después del mediodía de su trabajo, pero no le sorprendió que él no estuviera en casa. “Él iba y venía, pero siempre volvía”, dijo. A la mañana siguiente, al ver que seguía sin aparecer, se preocupó. Entonces fue hasta la comisaría decimosexta, radicó la denuncia y salió a buscarlo.

Lo que siguió, fue la historia inconclusa que se repite en varios de los casos de personas desaparecidas en Mar del Plata. “Lo buscaron esos días y después nunca más. En este momento nadie lo está buscando. Solo nosotros, que salimos a caminar y a ver si lo encontramos pero seguimos sin saber dónde está. No sabemos nada de él”, sostuvo su madre.

LA ESQUIZOFRENIA, UN GIRO EN LA VIDA DE JONATHAN

Cuando tenía 19 años, su padre falleció. La muerte, según cuentan sus hermanas, pareció serle indiferente, al menos a un nivel consciente.

Sus padres llevaban ya algún tiempo separados. La noche que Jonathan perdió a su padre, “fue como si no hubiera caído”. Les propuso a sus hermanas comer unas pizzas y compartir una juntada hasta tarde, sabiendo que al otro día tendrían que ir al entierro.

El tiempo pasó. Transcurrieron meses hasta que Jonathan comenzó a actuar diferente, entre triste y distante. Dicen sus hermanas que “estaba cambiado y un poco raro”. Algunas veces lo encontraron hablando solo. Les sorprendía que de vez en cuando respondiera en forma agresiva.

Jonathan estaba “muy enamorado” de su vecina de enfrente, Natalia, quien hoy ayuda a la familia a buscarlo. Él le enseñó a tocar la guitarra y compartían tardes enteras juntos.

“Una vez vino Natalia y me dijo que había leído por Internet que esas actitudes raras de Jonathan se correspondían con un diagnóstico de esquizofrenia. A nosotros nos pareció que no podía ser”, continuó Maylén, su hermana.

Tiempo después, antes de cumplir los 22, su familia decidió llevarlo al Hospital Interzonal General de Agudos (HIGA) para que lo viera un psiquiatra. Jonathan se negaba. “Lo llevábamos y se escapaba. Estuvo internado unos días y en ese poco tiempo saltó tres veces un paredón de cuatro metros para escapar”, continuó su madre. El diagnóstico, eventualmente, fue que padecía esquizofrenia.

Una tarde sonó el teléfono en la casa. La voz de la psiquiatra les informó que Jonathan “se había escapado” del hospital. Maylén y Joel, el mayor, se dividieron para buscarlo y lo encontraron ya en el barrio. “Se había venido caminando desde el HIGA. Decía que estaba muy dopado, que necesitaba descansar. Creo que esa vez durmió como dos días”, contaron. Su madre, remarcó: “Él se iba, pero siempre volvía a casa”.

A partir de entonces, inició un tratamiento que consistía en tomar varias medicaciones para controlar sus impulsos. Esas drogas, lo estabilizaban y “dentro de todo podía hacer una vida normal”. Jonathan sabía que se estaba enfermando y decía que “quería recuperarse”. La mañana que se fue de su casa, no se llevó las pastillas.

DESTINO

Jonathan es hincha de Independiente, pero solo acostumbraba ir a la cancha para ver los partidos del Torneo de Verano. Tocaba muy bien la guitarra, gracias a que un tío se había comprado una criolla y le enseñó. Practicaba solo con un cancionero y aprendió a tocar de oído. La vez que Joel, su hermano, le hizo conocer a los Guns N’ Roses a través de un disco, nunca dejó de escucharlos.

Su familia lo define como “un chico tranquilo”, cariñoso y “de muy bajo perfil”. Había terminado el secundario en el turno noche de la escuela Don Bosco, pero no quería seguir estudiando ni trabajar, lo que motivó varias discusiones con su madre, Mirta, de las cuales hoy ella se arrepiente.

En realidad, “quería algún trabajito para tener algo de plata y poder invitar a salir a alguna chica o tener para los cigarrillos, como cualquier pibe de su edad”, dice Mirta en un intento por comprenderlo.

Por lo pronto, Jonathan siempre decía que quería ganarse la vida dando clases de guitarra. Lo que le pasaba, en realidad, era que “de todos los laburos que enganchaba lo echaban, porque se daban cuenta de que no estaba bien. Y eso a él le hizo mal”.

UNA BÚSQUEDA DESESPERADA

Luego de aquel recorrido en patrullero por la zona al día siguiente de que se lo viera por última vez, “la policía nunca más lo buscó”. Su familia habló en reiteradas oportunidades con el fiscal a cargo de la causa por “averiguación de paradero”, el doctor Eduardo Amavet. “Siempre nos atendió bien, pero no lo buscaron más”, reconoce su madre con un gesto de impotencia.

JONATHAN BENITEZ 4 ©

“Lo buscamos en todos los lugares que podemos. Es muy doloroso porque está tremendo todo. Y no sabemos si lo podemos llorar… es terrible. Nosotros somos muy humildes pero todo lo que le dimos fue con todo el amor. Lo extrañamos mucho“. A su madre se le vuelven a llenar los ojos de lágrimas cuando pronuncia esas palabras.

Con el correr de las semanas, a la familia le llegaron comentarios que decían que Jonathan podía estar durmiendo “en algún lado, por ahí”. Entonces llamaban al 911 para poder acercarse, pero nunca obtuvieron la respuesta deseada: “Cuando pedíamos un móvil para ir a buscarlo nos lo hicieron siempre muy engorroso. Teníamos que volver a contar toda la historia, te hacen mil preguntas, te dicen que no es su zona, te dan vueltas… y te da bronca”.

Su madre, su hermano y sus dos hermanas, Maylén y Aldana, salen a buscarlo. Por las calles, en las parroquias, en localidades vecinas, en sitios donde se les da un plato de comida a chicos de la calle. Pero nada, ni un indicio.

De aquel 26 de agosto pasaron ya siete meses y algunos días. Hace más de 215 días que Mirta no tiene a Jonathan Nahuel Benítez en su casa, más allá de su rostro en las fotografías que usan para difundir su imagen. La utilizada para la búsqueda es una de las últimas: la tomaron el 1° de mayo en una reunión familiar en la casa de una tía de su madre.

“Es triste que no haya gente que nos ayude y nos contenga de alguna manera. Hoy nadie lo busca, solo su familia. Lo extrañamos un montón”, repite Mirta, que lo nombra en presente, lo siente lejos y cerca a la vez, y se opone a la idea de tener que recordarlo como alguien que ya no está. Porque Jonathan , aunque hace más de siete meses que se encuentra desaparecido, sin dudas en algún lugar está, aunque pocos lo estén buscando.

Para aportar datos sobre su paradero, comunicarse al 419-2043 o al 156-353199.

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01/04/2015