Viernes 19 de abril | Mar del Plata
07/09/2015

Caso Soledad: la solidaridad pudo más que la indiferencia del Estado

Soledad tiene 30 años, nueve hijos y su marido falleció. Resistió en la extrema marginalidad con un Estado ausente hasta ahora. Hace días, gracias a la ayuda de muchos, su casilla se transformó en un hogar.

Caso Soledad: la solidaridad pudo más que la indiferencia del Estado
(Fotos: Lucho Gargiulo)

La vida de Soledad cambió sustancialmente en menos de una semana. El vacío que la muerte de su esposo dejó hace un año atrás la llevó a terminar de caer en una marginalidad extrema junto a sus nueve hijos en una pequeña casilla detrás de Villa Marista con una necesidad evidente. Vivió en la calle, durmió en plazas junto a sus hijos y durante años el Estado estuvo literalmente ausente para ella. Hace una semana y casi por casualidad, esa ausencia se transformó en una cadena de muestras de solidaridad que está permitiendo reconstruir su casa, mejorar su calidad de vida y devolverle la sonrisa que había perdido. Hoy, después de tocar fondo, cuenta su historia llena de gratitud.

Soledad tiene 30 años, nació en Buenos Aires, hizo lo que define como “una mala vida” durante su adolescencia y gracias a su esposo pudo salir adelante. Se instalaron en Mar del Plata, formaron una familia, levantaron su casa con lo que pudieron y lucharon a la par. Pero el 10 de septiembre del 2014 un paro cardíaco le quitó a su compañero y la dejó sola junto a sus nueve hijos: seis viven con ella, dos con su mamá y la más pequeña, de cuatro meses, está internada en el Hospital Materno Infantil con una traqueotomía tras una bronquiolitis que casi le cuesta la vida. En los próximos días le darían el alta.

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Artigas al 2900. Domingo. Tres jóvenes que donaron su tiempo pintan los postigos de la casa mientras un hombre mayor que donó durlock se ocupa de bajar la altura del techo de lo que será la pieza de las nenas, donde ahora habrá camas confortables y no más colchones sueltos. Una de las hijas de Soledad alcanza arena para los revoques que se están haciendo en las paredes. Leandro, el único varón, sonríe manchado por la pintura fresca. Atrás, personal de la Dirección de Asistencia a la Víctima trabaja sobre la instalación eléctrica, la cocina, coloca las ventanas y pinta el interior de la casa que hasta hace una semana era prácticamente inhabitable debido a la falta de recursos de esta joven mujer que hace de mamá y papá a la vez todos los días.

La casilla se transformó en vivienda. La solidaridad cubrió -en parte- la ausencia del Estado. Encontró gente que eligió ayudarla, aunque no fue fácil. Soledad tendrá poco, será humilde y la vida tal vez no habrá sido justa con ella, pero sabe agradecer: las empanadas que sus hijos prepararon especialmente para retribuir el apoyo que recibió, consiguieron mucho más que llenar el estómago.

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ENCONTRAR AYUDA

Soledad había pedido ayuda. Según ella, en innumerables oportunidades. Dice que fue a la Municipalidad, a Desarrollo Social, al Materno Infantil… “Me sacaban, muchos me prometían pero no me dieron nunca una mano”, contó dolida.

Hace algunas semanas sus hijas, que concurren a la Escuela Nº 22 ubicada en Estrada y Carballo, salieron de clases pero se desencontraron con su madre. Fueron a un comedor, Soledad radicó la denuncia ante la desesperación de no saber dónde estaban, intervino la Policía y los efectivos constataron la urgente situación habitacional y la baja calidad de vida de esta familia.

A Soledad le dieron un teléfono. Era el de Gastón Herrera, director de Asistencia a la Víctima. Uno más. Un nombre más en una tarjeta que nada le decía, que nada podría hacer por ella. Pero llamó, se contactaron, compartió su historia con él y desde ese momento, en tan solo una semana, comenzó a encontrar una ayuda que durante años había reclamado sin ser escuchada.

“Cuando estaba mi marido todo era distinto. Él era vidriero pero se la rebuscaba con lo que había para que nunca faltara un plato de comida en casa. Cuando falleció por un paro cardíaco, le tuve que contar a mis nenas que papá no estaba más y no sabía cómo decírselos, porque no quería mentirles. Fue muy duro. Me quedé sola con mis hijas y no fue fácil. Menos mal que por fin alguien me ayudó”.

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A Soledad se le llenan los ojos de lágrimas al recorrer su casa en obra. Más que en obra, en un proceso de reconstrucción que se logró gracias a la solidaridad de muchos. De quienes le donaron un motor para la bomba de agua que le habían robado, de quienes le trajeron cosas para sus hijos, de vecinos que la asistieron con lo que pudieron, de aquellos que desinteresadamente le consiguieron camas, ventanas, materiales de construcción, alimentos y tiempo dedicado a ella y su familia.

OTRO DESPERTAR

Después de una semana de trabajo la casa de Soledad no está remodelada, es otra directamente. “Me pasa que me levanto, veo la casa ordenada y me dan ganas de hacer el desayuno. Me despierto temprano con una sonrisa para llevarlos a la escuela. Y eso antes no pasaba. Es otro despertar”, contó.

Sus hijos también cambiaron. Leandro, el único varón, tiene siete años. Soportó una delicada operación en su cabeza por la que le dieron más de 30 puntos y desde que su padre falleció, prácticamente había dejado de hablar.

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En una semana, con los indescriptibles gestos de apoyo que su mamá recibió, Leandro recuperó la sonrisa y las ganas de hablar. “Ahora está lleno de pintura porque anduvo pintando, pero es muy lindo volver a escucharlo. Y todos los chicos están distintos, recuperaron algo, están mejor desde que la casa es otra, desde que empezaron a ayudarme”, reconoció Soledad.

Tal vez tarde pero lejos del asistencialismo, la ayuda llegó. Podrán decir que tuvo demasiados hijos. Podrán criticarla por su pasado. Podrán juzgarla por su marginalidad, pero antes de eso hay que conocer su historia. Le costó sobrevivir, le cuesta criar a sus hijos, le costó confiar en la ayuda que recientemente le ofrecieron. Le costó seguir adelante tras la muerte de su esposo, le cuesta darle de comer a sus hijos. Le costó encontrar solidaridad, le costó bronca la espalda que le dio el Estado durante años. Le costó seguir adelante, pero Soledad nunca dejó a sus hijos.

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“Yo soy muy solidaria y con lo poco que puedo, quiero ayudar”, dijo. Asegura que en esta última semana su vida cambió y que ahora tiene ganas de ser ella la próxima en ayudar a otros. Está claro a quién recurrirá y a quién no a la hora de elegir dar una mano. Ella no pudo elegir. Pero el Estado eligió olvidarse de ella y empezar a recordarla hace tan solo una semana. Y eso es poco, pero muchísimo a la vez.

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07/09/2015