Viernes 19 de abril | Mar del Plata
25/03/2018

Estudiante y peronista: un deportista marplatense exiliado

Ricardo Leventi recuerda el fallido atentado que sufrió en marzo de 1976 al salir del Colegio Comercial, habla del rol de la ONU y las Madres de Plaza de Mayo para su asilo político en Suecia y repasa su breve carrera en el vóley.

Estudiante y peronista: un deportista marplatense exiliado
Ricardo Leventi durante un partido antes del exilio, en 1971

Por Javier Lopez Ezcurra.

En Mar del Plata unas 400 personas han sido víctimas de los crímenes de lesa humanidad durante la última dictadura cívico eclesiástico militar. Sin embargo, muchos de esos delitos comenzaron meses antes de que la Junta Militar, encabezada por el teniente general Jorge Rafael Videla, el almirante Eduardo Massera y el brigadier Orlando Ramón Agosti, destituyera al gobierno de María Estela Martínez de Perón. Así como los artistas, escritores y músicos fueron perseguidos, el deporte no fue la excepción.

A pesar de no existir un registro oficial sobre deportistas desaparecidos, secuestrados o detenidos en nuestra localidad, son numerosos los casos que han salido a la luz en 42 años de historia.

“¡Me van a llevar muerto, soy peronista!”, gritó Ricardo Leventi, quien en aquellos tiempos jugaba al vóley en el Sindicato de Empleados de Casino y estudiaba Ciencias Económicas en la Universidad Nacional. El mensaje era para los cuatro agresores que intentaron secuestrarlo, al igual que a su compañero Guillermo Nisenbaum, el 15 de marzo de 1976.

“Ese día empezaba la temporada de vóley en la ciudad. Yo trabajaba de secretario en el Colegio Comercial, Nisenbaum me pasó a buscar a las 17.30, en un citroen viejo que se caía a pedazos, para ir a entrenar”, comienza a relatar Leventi. Cuando circulaban por la calle Alberti, al cruzar San Luis, un Ford Falcon azul robado se les interpuso en su camino. “Se bajaron cuatro personas armadas y me apoyaron una pistola 9mm. Me preguntaron por el ‘cordobés’. Yo negué ser el ‘cordobés.’. A mi compañero lo separaron. En ese entonces estaba bien entrenado, andaba en la élite del vóley local. Comencé a forcejear y logré zafar. Me tiraron cuatro balazos, tres me rozaron: dos en la cabeza y el otro en la oreja”, recuerda memorioso el oriundo de Barrio Alberdi, Córdoba. Finalmente, Leventi cayó al piso y escuchó de parte de uno de sus agresores, según cuenta: “Dejalo que ya no va más”. Creyeron que estaba muerto.

Tras los incidentes, se acercó a la comisaría segunda para hacer la denuncia correspondiente: “El comisario era amigo del ‘Rulo’ Álvarez, mi suegro en aquel entonces, gente oriunda de Capital Federal. Se acercó y me dijo: ‘Andate ya de acá, te está esperando ‘Rulo’ afuera’. Me fui a Buenos Aires, estaba convencido de cómo venía la cosa. No se lo pude contar a nadie, me tuve que ir. Desaparecí. Si yo hablaba era hombre muerto”, rememora quien militaba en la Juventud Universitaria Peronista (JUP).

Durante tres años se mantuvo oculto en una fábrica del barrio porteño de Parque Patricios y lo volvieron a encontrar: “Una patota preguntó por mí. No llegaron con mi nombre y apellido, sino por el ‘cordobés’. En Mar del Plata me conocían solo por mi apodo. Viví esos años en un cuarto de la fábrica, con una 9 mm bajo el brazo y una pastilla de cianuro porque sabía lo que iba a pasar, no me pensaba entregar”, confiesa.

La intervención de las Madres de Plaza de Mayo fue fundamental para que Leventi pudiera escapar del país: “En la fábrica había un hombre que vendía bulones. Su mujer estaba con las Madres de Plaza de Mayo porque tenían un hijo desaparecido. Me puse en contacto con ellos: ‘Inmediatamente te venís para acá, dejá las armas y te venís’”, le indicaron.

Las Madres se encargaron de hacer el traslado: “Tenían todo planificado para sacar a la gente que estaba ahogada en esa época. El 19 de marzo de 1979 terminé cruzando la frontera por Posadas, en una lancha de noche y llegué a Encarnación, Paraguay; y en barco abordé a Brasil. El embajador sueco de Brasilia fue llamado por las Naciones Unidas y me acompañó él mismo desde Río de Janeiro hasta Suecia. Si no hubiera sido por ellas, yo era hombre muerto”, comentó.

Al llegar el caso a la Justicia, Leventi participó como testigo en el juicio a integrantes de Concentración Nacional Universitaria (CNU), donde lo declararon víctima de lesa humanidad y refugiado político: “Eran gente del peronismo de extrema derecha. Tenían las mejores armas, no las tiene ni la policía de la provincia de Buenos Aires. Gustavo Demarchi, fiscal, era su jefe.

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El ‘cordobés’ saca pecho por su ideología política y, con orgullo, recuerda: “La gente festejaba el golpe militar. Argentina era un caos. Los únicos que enfrentamos a los militares armados fuimos los Montoneros y el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP). Estaban contentos de que hubiera terminado el gobierno de Isabel. Siempre fui un gran estudiante, gran voleibolista y gran peronista y me voy a morir con esas tres cosas”, concluyó.

A pesar de su exilio, Leventi trató de continuar ligado al deporte de sus amores lo más que pudo: “Tuve la suerte de jugar en el seleccionado sueco de vóley. Cuando llegué me puse a entrenar en un equipo chico. Fuimos a disputar un campeonato regional y estaba el técnico del seleccionado. Jugué cuatro partidos, pero no era muy alto y no tenía chances para competir a nivel internacional. No tenía más ganas, ya había cumplido mi meta. Después, me dediqué a los estudios. Los militares me arruinaron la vida con el deporte. Hoy me siento más sueco que argentino. Hace cuarenta años que vivo acá”, admite

Actualmente, Leventi vive en Helsingborg, una ciudad situada en el estrecho sur del país europeo que cuenta con casi 150 mil habitantes. Allí rearmó su vida y pasa desapercibido, lo que no pudo hacer en Mar del Plata. Es economista, docente universitario, escritor y trabaja como consultor en distintas empresas suecas. Recibió el premio de Honor de Suecia por ser el mejor alumno de la Universidad en 1984.

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25/03/2018