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24/07/2022

Trigo HB4: dos miradas en el eje de la discusión de la transgénesis

Un investigador de Conicet y el abogado impulsor del amparo ante la Justicia de Mar del Plata comparten sus opiniones luego de la aprobación del trigo transgénico “HB4” en Argentina.

Trigo HB4: dos miradas en el eje de la discusión de la transgénesis
(Fotos: ilustrativas / Qué digital)
Celeste Verdicchio

Por: Celeste Verdicchio

Biotecnología, ciencia, desarrollo, crecimiento económico, seguridad alimentaria y valor nutricional. Pero también agroquímicos, riesgos para la salud, polinización, déficit nutricional y pérdida de la soberanía alimentaria. Esos son algunos de los términos que, en medio de dos discursos enfrentados, se repiten con frecuencia desde la aprobación del trigo transgénico HB4 en Argentina. Por un lado, el de aquellos que se resisten a los eventos transgénicos y advierten riesgos. Por el otro, el de quienes lo impulsan y aseguran desarrollo.

Qué digital dialogó con el director del Instituto de Investigaciones Biológicas del Conicet, Eduardo Zabaleta, y con el abogado Lucas Landivar, representante de las y los demandantes que presentaron una acción de amparo ante la Justicia de Mar del Plata. Dos miradas en el eje de la discusión de la transgénesis.

En octubre de 2020, Argentina se convirtió en el primer país del mundo en aprobar el trigo transgénico “HB4” con la introducción del gen “hahb-4” del girasol con el objetivo de obtener tolerancia a las sequías ante las diversas condiciones que se presentan en un escenario actual mediado por el cambio climático, las altas temperaturas, la salinidad del suelo y los diversos intereses políticos y económicos que se juegan en busca del aumento del rinde.

Tal como ocurrió con la soja, también modificada genéticamente (GM) con el mismo gen del girasol, los científicos y empresarios que formaron parte del proceso de desarrollo e investigación durante 20 años —en un convenio público-privado— buscan que el trigo HB4 aumente las capacidades de la planta para tolerar condiciones de estrés hídrico y, en consecuencia, esperan un aumento significativo en los niveles de producción bajo la promesa de combatir el hambre mundial y el abastecimiento de alimentos ante el crecimiento demográfico.

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Pero la tolerancia a la sequía no es la única particularidad que posee el trigo transgénico. El trigo HB4 incorpora resistencia a un herbicida o agroquímico mucho más potente que el glifosato: el glufosinato de amonio. “Nuestros platos envenenados”; “con el pan no”; “pizza y pasta sabor veneno”, fueron parte de las consignas que se pronunciaron entre diferentes actores sociales en rechazo al trigo HB4, algo que finalmente derivó —luego de la presentación de un amparo colectivo en 2020— en una medida cautelar dictada por el titular del Juzgado de Responsabilidad Penal Juvenil Nº 2 de Mar del Plata, Néstor Salas, en los primeros días de julio.

Es que a fines de mayo, el Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca de la Nación (MAGyP) aprobó a través de una resolución la comercialización de la semilla del trigo HB4 junto a productos derivados y subderivados de la misma. Para llegar a esta instancia fue necesario que países como Brasil aprobaran el permiso de importación del trigo HB4. Hasta el momento, el trigo modificado genéticamente fue autorizado en Argentina, Brasil, Nueva Zelanda, Australia, Colombia, Estados Unidos —tras una reciente evaluación favorable del organismo de la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA, por sus siglas en inglés)— y Nigeria.

Pero la medida cautelar, que ordenó la prohibición temporal en toda la Provincia de Buenos Aires del uso del trigo transgénico hasta tanto no se cree la Comisión de Biotecnología y Bioseguridad Agropecuaria dispuesta por la Ley 12.822 de 2001 con el fin de elaborar informes sobre los eventos transgénicos y sus efectos en los recursos naturales, la salud, la producción y la comercialización, volteó la atención sobre el modelo agroindustrial y, claro, sobre la alianza pública-privada que lleva 20 años detrás del desarrollo y patente del trigo HB4: el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) junto a la doctora Raquel Chan, investigadora superior del organismo e impulsora de la modificación genética de la soja, la Universidad del Litoral (Santa Fe) y la firma rosarina Bioceres, entre las pocas de Argentina con cotizaciones en bolsa y dedicada al desarrollo de la biotecnología.

Lo que está en juego, en definitiva, no es poco. El importante número de divisas que podría ingresar a la Argentina a través de la comercialización del trigo transgénico es, de mínima, una tentativa para ciertos sectores. En términos de desarrollo podría significar mucho para el país o, al menos, eso es lo que proponen quienes lo impulsan. Mientras tanto, otros sectores advierten las posibles consecuencias del cultivo del trigo transgénico en Argentina: la polinización de los cultivos de trigo criollo, el uso del glufosinato de amonio —con todas las implicancias que eso pueda tener con el glifosato como mejor ejemplo—, la contaminación de los suelos y el agua, la pérdida de la soberanía alimentaria y el desplazamiento de las comunidades de pueblos originarios de sus tierras.

El colectivo de demandantes, formado por productores agroecológicos, miembros de la asamblea Paren de Fumigarnos, comunidades de pueblos originarios, organizaciones socioambientales, médicos, ambientalistas y consumidores, representados por el abogado y docente en Medicina en la Universidad Nacional de Mar del Plata (UNMdP) Lucas Landivar, finalmente y para sorpresa de unos pocos se enfrentó a la reciente apelación del fallo por la Fiscalía del Estado de la Provincia de Buenos Aires. “Es vergonzoso y una falta de respeto al soberano que debiendo cumplir con una responsabilidad constitucional se apele un fallo que es un hecho de justicia y que tiene muchísimos fundamentos con información científica de lo desastroso que significa la agroindustria para la población y el ambiente”, sostiene el abogado.

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TRANSGÉNICO, ¿UNA MALA PALABRA?

En 1996, Argentina aprobó su primer evento transgénico: la soja resistente al glifosato. El desarrollo del modelo agroindustrial o agrobusiness trajo consigo el desarrollo de otra gran industria, la del modelo transgénico. Con la introducción de insumos químicos y fertilizantes en los ensayos de cultivos, la ingeniería genética en los laboratorios del país rápidamente avanzó por los años 2000.

Pero en aquel entonces, Argentina aplicaba 44 millones de agroquímicos por año. Un número muy lejano a los 550 millones de litros de herbicidas que calcula Landivar se aplican actualmente mientras Argentina continúa posicionándose a nivel mundial como uno de los principales países con mayor cantidad de hectáreas de cultivos transgénicos y producciones a gran escala de soja, maíz y algodón (entre los principales eventos transgénicos), según datos difundidos por el MAGyP.

“La gente come ADN todos los días, el transgénico no es malo en sí mismo”, se precipita a aclarar a Qué digital el doctor e investigador Eduardo Zabaleta, director del Instituto de Investigaciones Biológicas (IIB), dependiente de la Universidad Nacional de Mar del Plata (UNMdP) y del Conicet. “El problema es el glifosato, no la planta transgénica”, sostiene.

“La gente tiende a pensar que las plantas transgénicas son perjudiciales o que tienen algún problema pero no son un problema en sí mismas porque transgénico significa que tiene un gen de otro organismo, nada más. El problema es el glifosato, no la planta transgénica. El hecho de que la planta transgénica resista al glifosato provoca que la gente que siembra pueda poner este herbicida bastante fuerte para eliminar las malezas y luego sembrar”, explica Zabaleta al tomar como principal ejemplo el cultivo de soja y sus consecuencias “ya probadas” en la salud del ambiente y la población.

¿Qué es una planta transgénica u organismo genéticamente modificado (OGM)? Los OGM son cultivos en los que se introducen uno o más genes de otras plantas para su modificación genética a través de métodos de laboratorio.

Por su parte, Landivar se dedica a reivindicar la manipulación genética fuera del laboratorio, aquella realizada con técnicas naturales: “La manipulación genética es algo que existe hace cientos de años, los agricultores de la humanidad lo han hecho antes. El mejor ejemplo que se me ocurre son las parcelas agrícolas de experimentación de muchos de los pueblos que hoy conforman Perú. Hay poblaciones ancestrales que demostraron que la manipulación de la genética de los cultivos no solo los enriquece sino que también los mejora”.

“Ponés dos zapallos enfrentados y dejás que crezcan. Ese polen se cruza y crece un zapallo distinto. Eso mismo fue lo que se hizo con los trigos de manera cuidada en parcelas y se fueron construyeron en la Provincia de Buenos Aires cultivares de trigo criollo producto del trabajo de muchísimas personas, incluso del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), para aumentar y mejorar los cultivos”, sumó.

La palabra transgénico no es una mala palabra, reza en su sitio web Bioceres. Y continúa: “Debe ponérsela sobre la mesa para ver cuán importante es”. Luego, enumera la papa, manzana, porotos, berenjenas, papayas y caña de azúcar transgénicos que habitan el plato de las y los argentinos cada día. Incluso tofu, milanesas, harina de soja, polenta, cereales, snacks de manera indirecta —elaborados a base de soja y maíz transgénicos— también aparecen sobre la mesa.

Algo es seguro. Argentina lleva más de 20 años consumiendo alimentos transgénicos. Mala palabra o no, el status quo de los transgénicos en la mesa introduce y renueva a partir del trigo HB4 una discusión polarizada. Por un lado, la de quienes defienden la modificación genética en laboratorios, el aumento del rinde y la posibilidad de agregar valor nutritivo a los alimentos a través de la biotecnología. Por el otro, la de aquellos y aquellas que advierten sobre los posibles riesgos —impredecibles— a largo plazo para la salud humana, el medio ambiente y las posibles alteraciones en la naturaleza (por ejemplo, la pérdida de los cultivos criollos del trigo tras la polinización). Para este grupo, en definitiva, la revisión de la palabra está por verse.

AGROQUÍMICOS, UN CAPÍTULO APARTE

Además de la tolerancia al estrés hídrico, el trigo HB4 incorpora —en un complejo proceso como parte del método de selección en laboratorio y en una decisión probablemente deliberada— resistencia al agroquímico o herbicida glufosinato de amonio (empleado para el control de las malezas). La falta de acceso a información oficial para la consulta pública y de estudios científicos de organismos descentralizados (que no hayan sido elaborados por los mismos desarrolladores de herbicidas asegurando su inocuidad) genera desconfianza y que no se sepa con exactitud qué es lo que se consume: saber, como mínimo, de qué grado de toxicidad se habla cuando se habla de glufosinato de amonio.

“Es verdad que en este caso es un herbicida distinto. ¿El glufosinato podría ser peor que el glifosato? Bueno, a mí no me consta”, señala Zabaleta mientras reconoce, de todas formas, que se trata de un herbicida “muy fuerte” que se podría utilizar sobre el trigo HB4 y mientras tanto cita al prestigioso Andrés Carrasco y sus estudios científicos para advertir sobre los efectos adversos del uso del glifosato en los seres humanos.

Fue en 2010 cuando el investigador principal de Conicet, Carrasco, presentó un estudio que advertía sobre los efectos del glifosato en embriones anfibios. Con resultados extrapolables a los humanos, advirtió que el glifosato interfiere en el desarrollo temprano provocando, en muchos casos, malformaciones congénitas. En 2015, una evaluación del Centro Internacional de Investigaciones sobre el Cáncer de la Organización Mundial de la Salud (OMS) calificó al glifosato como “probablemente cancerígeno” para las personas.

Con esta evidencia, y mientras en Argentina se aplica glifosato a gran escala en cultivos transgénicos, los desarrolladores del trigo HB4 le confirieron resistencia al glufosinato de amonio, un herbicida que genera más dudas que certezas. ¿La explicación? La resistencia se utilizó como un “marcador de selección” en el proceso de la transgénesis en el laboratorio.

Es decir, además de insertar el “gen de interés” (en este caso, del girasol para generar tolerancia a las sequías), se agrega un “gen marcador o de selección” (antibiótico o herbicida). De esta forma, aquellas células o tejidos que hayan recibido el gen marcador sobrevivirán a diferencia de las que no. Se trata de una forma de obtener “evidencia indirecta” para saber que el gen de interés (girasol) ha sido transferido a la planta además de ser un método de selección que permite abaratar costos y mano de obra.

Entonces, más que un fin en sí mismo para la planta, la resistencia al glufosinato de amonio resulta una “consecuencia” del método de selección utilizado en el laboratorio para el proceso de transgénesis que identifica a las plantas que sí lograron la modificación genética. Sin embargo, los desarrolladores detrás del trigo HB4 no justificaron el empleo del glufosinato ante la variedad de marcadores de selección que se podrían haber utilizado (y que no deben ser, necesariamente, herbicidas).

“El glufosinato es un evento de selección que se utiliza en laboratorio y que en general no se utiliza en el campo. ¿Se puede usar en el campo? Sí, pero… es caro. No sé cuán atractivo resulta. Y según lo que me ha dicho Raquel Chan en persona, el convenio que se hizo es que se audite a todas las personas que siembran el trigo HB4 para que no usen el glufosinato de amonio. O sea que, en el fondo, este trigo sería igual que cualquier otro trigo, nada más que tiene el gen HB4 que lo hace tolerar las sequías. Ahora, si esto va a ser así de acá al futuro, yo no lo puedo asegurar. Uno podría controlar que nadie utilice glufosinato pero si va a pasar o no es bastante difícil de predecir, más con los argentinos que solemos evadir las reglas”, sostiene Zabaleta.

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Landivar, por su parte, asegura: “No tienen credibilidad para decir que no se va a aplicar porque por datos oficiales sabemos que en su momento se aplicaban 44 millones de litros de agroquímicos y hoy se aplican 550. Se aprobaron de 1 a 65 eventos transgénicos porque son resistentes a los herbicidas y los necesitan para el control de plagas y malezas. Tenemos el agua, el aire y los alimentos contaminados. La salud de la población está comprometida. No sabemos lo que estamos comiendo y ellos mismos reconocen que el aumento del rendimiento de la producción del trigo transgénico es de entre un 15% y un 17% mayor respecto al trigo común”.

Y agrega: “Me parece muy alto el riesgo de polinizar nuestros cultivares criollos obtenidos durante decenas de años de trabajo. Y no nos falta el trigo, la harina. Tenemos muchísimos cultivares en la Provincia. Además no existe la necesidad de generar un trigo resistente a la sequía, una sequía que justamente fue generada en gran parte por la agricultura industrial. Ellos dirán que traen la ‘solución’ al problema que generaron, pero no podemos confiar en lo que ellos dicen. También dicen que al glufosinato de amonio se le atribuye la característica de ser un gen marcador: es una excusa. La agroindustria no tiene crédito para decir ‘sí, es resistente al glufosinato, pero no lo vamos a usar’”.

EL MARCO REGULATORIO

La regulación y autorización de los eventos transgénicos en Argentina está a cargo de la Secretaría de Alimentos, Bioeconomía y Desarrollo Regional del MAGyP. Para la autorización, es necesaria la presentación de informes técnicos de tres direcciones: la Comisión Nacional de Biotecnología Agropecuaria (Conabia) —encargada de evaluar los posibles riesgos de los eventos transgénicos sobre los agroecosistemas—, el Servicio Nacional de Sanidad y Calidad (Senasa) —quien evalúa los potenciales riesgos para la salud humana y animal ya sea del consumo directo del cultivo en forma de alimento o de subproductos—, y la Subsecretaría de Mercados Agropecuarios —quien evalúa la “conveniencia de comercialización” del transgénico en el mercado mundial—.

Para que el evento transgénico sea aprobado en sí mismo, además, debe cumplir —según el criterio del MAGyP— con los siguientes requisitos: que sea tan seguro y no menos nutritivo que su “contraparte” no transgénica (en este caso, el trigo convencional); que no se generen o introduzcan nuevos alérgenos, toxinas o antinutrientes; que el desempeño agronómico sea similar al evento no transgénico y lo único distinto sea la característica introducida; que no se convierta en maleza; que no afecte a organismos benéficos como abejas u otros polinizadores e insectos; que la característica introducida no se transfiera a otras especies; y que sea inocuo para las personas y los animales.

“Los organismos tienen un nivel muy estricto a la hora de aprobación de lo que se va a sembrar”, asegura Zabaleta luego del visto bueno de los organismos competentes entre los que la Conabia dictaminó diferencias no significativas en cuanto a los riesgos que podría ocasionar la liberación del trigo HB4 al agroecosistema en comparación al trigo no modificado. Y mientras tanto, el Senasa concluyó en su último informe “diferencias estadísticamente significativas” en el análisis composicional del trigo transgénico y la comparación del evento con su contraparte aunque, aseguró, la mayor parte de los valores obtenidos “estuvieron dentro del rango de la literatura científica y/o dentro del rango de las variedades comerciales”.

Mientras que la cautelar dictada en Mar del Plata ordenó al gobierno provincial la creación de la Comisión en Biotecnología y Bioseguridad Agropecuaria, con el objetivo de que se examinen exhaustivamente los eventos transgénicos, sus posibles riesgos sobre los efectos ambientales y en la salud de las poblaciones a través de informes concretos, Landivar repara una vez más en “la falta de pruebas e información científica que acrediten realmente la certeza de inocuidad del transgénico”.

“En el año 2001 a raíz de varios fundamentos interesantes se sancionó en la Provincia de Buenos Aires la Ley 12.822. En aquel momento muchos se cuestionaron ‘¿estamos realmente seguros de que no nos vamos a arrepentir de la liberación de esta tecnología de la cual conocemos poco?’ Con diez preguntas y muchos fundamentos, resolvieron como imprescindible la creación y construcción de información pública sobre los transgénicos. Y hablamos del año 2001, cuando recién existían 20 eventos transgénicos en Argentina. Pasaron todos estos años sin información sobre transgénicos, en la Provincia, y muy poca en Argentina también”, denuncia.

Zabaleta, por su parte, argumenta que “no está mal frenar algo para poder reverlo” y sostiene, nuevamente, que el problema se centra en los agroquímicos y no en el evento transgénico en sí mismo: “La gente no sabe muy bien cómo es o cuánto cuidado se tiene antes de lanzar un producto a campo. Sí hay que analizar cómo se auditan exactamente los campos para ver que no se use glufosinato. Pero creo que es un desarrollo positivo y que va a traer muchos beneficios económicos, con aumento en el rinde. Y también me parece que habría que controlarlo”.

MÁS DUDAS QUE CERTEZAS

Mientras uno de los frentes destaca el aumento en los niveles de siembra y cosecha del trigo transgénico a cargo de Bioceres en distintos puntos del país Argentina con 52.959 hectáreas de trigo HB4 sembrado a lo largo y a lo ancho y distribuido (de mayor a menor por ha) entre las provincias de Buenos Aires, Córdoba, Santiago del Estero, La Pampa, Santa Fe, Chaco, Entre Ríos, San Luis, Salta, Catamarca, Tucumán y Río Negro entre 2021 y 2022 según datos informados por el MAGyP, otro de los frentes continúa en estado de alerta ante un sistema alimentario que “lejos de la revolución verde, no ha solucionado el déficit alimentario y produce alimentos de baja calidad nutricional”.

“La preocupación es grande. Creemos que la soja es para darle de comer a los chanchos en China y en parte sí pero la realidad es que si vas a la góndola de cualquier supermercado el 95% de los productos ultraprocesados envasados tienen jarabe de fructosa de maíz y harinas de soja y maíz transgénicos. Esto es un propio reconocimiento del Estado argentino y de la organización ArgenBio que promueve la técnica transgénica y asegura que la soja y el maíz que tenemos son 100% transgénicos. Por ende, tenemos que deducir que todos los productos en góndola son transgénicos”, agrega Landivar.

“Pero el trigo colmó todo tipo de tensión”, señala. “Porque si hay algo que comemos es pan, facturas, tartas, empanadas. Todo elaborado con harina de trigo. Los funcionarios públicos responsables del Poder Ejecutivo garantizaron la posibilidad de este negocio, algo reconocido por el mismo Federico Trucco, CEO de Bioceres. Habilitan que este trigo transgénico se expanda por toda la Argentina y decimos que el Estado es responsable pero el Estado somos nosotros. Es nuestro territorio, nuestros recursos, nuestro ambiente. Somos nosotros. Hay que apuntar a los funcionarios públicos en su ejercicio de representatividad, que son quienes se mandan las macanas”, sostiene.

El especialista del IIB, por su parte, admite que se trata de “discusiones muy difíciles” teñidas por diferentes aristas, entre ellas, el aspecto cultural: “Que el trigo tenga un gel del girasol no tiene ningún perjuicio. Absolutamente para nada. Yo creo que el trigo transgénico es más sensible que la soja en cuanto a la opinión pública porque el trigo es el pan, lo que comemos. En cambio la soja es algo que comen los animales, que se lo mandamos a los chinos y entonces no importa tanto. El trigo en Argentina encendió un poco las opiniones, pero creo que es algo cultural”.

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