Eternidad, tal vez sea ese el desafío máximo, el anhelo máximo. Trascender sigue siendo la obsesión de muchos, de tantos. Endiosar de manera faraónica y nombrar, nombrarlo todo. Porque el nombre a otros muchos les taladra el ego, las convicciones, el orgullo, la vida.
Y discutir nombres puede que sea una nimiedad, tan grande nimiedad que el mejor lugar para discutirla es la cadena nacional de nimiedades. Discutir los nombres que unos imponen y de los que otros se quejan. Discutir los nombres que siempre son arbitrarios, siempre le pertenecen a unos y no a los otros. Enojarse por nombres y no aceptar las obras es buscarle la quinta pato a un gato que nunca tuvo ni tres.
Y las plazas tienen nombres, las avenidas, los monumentos, los centros culturales, y básicamente todo lo que pueda ser pensado es nombrado. Y los nombres representan algo distinto para todos, mejor y peor para todos.
En Turkmenistán el presidente inauguró una estatua de oro 24 kilates, 6 metros de él mismo, arriba de un caballo, mirando el horizonte. El nombre del presidente no se dice, lo llaman “El Jefe”. Un locura ¿No?