Cupo laboral travesti trans: un paso que da esperanza Cupo laboral travesti trans: un paso que da esperanza

Cupo laboral travesti trans: un paso que da esperanza

Autora: Alina Rodríguez Martín. Fotos: Lucho Gargiulo — 30 de diciembre de 2021

Con 58 años, Wally Vilte se considera una sobreviviente y sus compañeras de trabajo la definen como una heroína. Nació en Salta, vivió en Monte Grande y hace cuarenta años que adoptó a Mar del Plata como ciudad para desarrollarse. El comienzo no fue fácil, pero la fuerza por salir adelante siempre estuvo latente. De la oscuridad a un abanico de colores y posibilidades. De competir por “clientes” a acompañar a sus pares. A pesar de tener una carrera vistiendo a artistas, hoy gracias al cupo laboral travesti trans se desempeña en el Ministerio de Mujeres, Políticas de Género y Diversidad Sexual bonaerense y, además, desarrolla todo su potencial en Casa Puentes, una organización social que asiste a personas en situación de calle.

Su transición de hombre a mujer se definió en Mar del Plata. En 1987 recuerda que no había derechos para el colectivo LGBTIQ+, ninguno, y para ganar dinero la prostitución fue la única salida que encontró para dejar de vivir en la calle. “Estaba en ese proceso de transición. Me montaba para determinadas cosas y me desmontaba para otras porque si tenía que cumplir determinado trabajo era un pibe y después a la noche era una piba, tenía que juntar plata”, rememora.

No le tiembla la voz al recordar, su testimonio está latente en cada reivindicación. “El mayor miedo era salir a laburar y no saber si volvías a tu casa. Lo menor que te podía pasar era que te agarre la policía y lo peor que te podía pasar era que un tipo se ensañe y aparecer muerta porque en ese momento estaba El loco de la ruta y fue muy heavy, tuve compañeras a las que nunca más vi”, atestigua.

Pasaron años oscuros, Wally eligió dejar las calles, pudo sortear las adicciones y se apoyó en distintos grupos para hacerlo. De a poco comenzó como costurera haciendo pequeños arreglos y así llegó a hacer vestuarios para artistas como Carmen Barbieri, Moria Casán, Flavio Mendoza o Eleonora Casano. Integró el Circo Servian y se fue de gira por cinco años pero volvió a la ciudad porque reconoce que no puede estar sin su compañero de vida.

Este año se volvió a realizar la Marcha del Orgullo en Mar del Plata y tras la pausa que impuso la pandemia cientos de personas salieron a celebrar y reclamar. Wally en 48 horas confeccionó un traje que se robó todas las miradas y ese fue el marco ideal para quien quisiera registrar el acontecimiento. “Busqué resignificar mi historia, el ave Fénix; sentirme libre, expresarme y divertirme. El cupo laboral me devolvió la vida, me devolvió la esperanza. Los sueños cuando los deseás de corazón se realizan. Solo hay que entrar en la máquina positiva y hacer las cosas bien desde que te levantás hasta que te acostás, cueste lo que cueste”, reafirma.

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Sábado de diciembre. Hace calor, el olor a tilo invade las calles del centro de Mar del Plata y alrededor del monumento a San Martín se percibe alegría y mucha emoción. El Ministerio de las Mujeres, Políticas de Género y Diversidad Sexual entrega una placa como reconocimiento a la comisión que organiza la 15ª Marcha del Orgullo. Al momento de sacar la foto oficial llaman a la “Wallicha” y su traje de plumas que representa al colectivo LGBTIQ+ enaltece el recuerdo.

Pluma por pluma, dos días antes del encuentro Wally sabía qué quería ponerse. “Era un trabajo que ya venía haciendo para diferentes personalidades como Flavio Mendoza o Carmen Barbieri y me quedó la idea de cómo se hacía. Ese traje simboliza mi sentimiento de cómo fue salir después de la pandemia, el significado de libertad, de expresarme como yo quiera, la alegría y el contagiar a los demás lo que yo sentía”, reconoce entre risas.

Wally se sacó fotos con cientos de personas que participaron de la Marcha del Orgullo en Mar del Plata y después se puso de espaldas para que sus alas hicieran el marco ideal. “Lucían sus alas. Me pareció maravilloso interactuar, me sentí una criatura libre”, destaca.

Cuatro décadas atrás, ella eligió esta ciudad costera para vivir. “Elegí Mar del Plata por una cuestión de salud, cuando venía de vacaciones se me retiraba una alergia que tenía. Lo primero que sentí fue la comodidad de mi cuerpo en la ciudad. Me hacía mucho bien el aire de mar”, sostiene.

RESURGIR DE LAS CENIZAS

El comienzo no fue de los mejores en “La Feliz”. “Al principio me costó muchísimo porque estaba reacia a relacionarme, no tenía dónde vivir, ni los medios para pagar. Viví mucho tiempo en lo que era el Muelle Celusal, ahí en la calle”, rememora.

Así, recuerda con la mirada curtida cómo fue empezar de cero entre sus 19 y 21 años: “Mi techo era el cielo, como dice la canción, y fue maravilloso porque pude juntar mi dinero como pude para pagarme un sitio para pernoctar”.

Entre 1987 y 1988 comenzó a trabajar como conserje en un hotel y después salía a la calle a prostituirse. De día se vestía de hombre y de noche se montaba como mujer. “Siempre marginal porque ya mi imagen se volcaba mucho a lo femenino y se me cerraban mucho las puertas y no me daban laburo”, analiza y sentencia: “La esquina era nuestra única salida, en ese momento había cabarets. A la travesti se la relacionaba con la prostitución”.

“Esos años fueron caóticos, fueron muy duros, algo que noto a medida que fueron pasando (los años) porque en un principio lo estaba viviendo y estaba bien porque era lo que se marcaba en ese momento, cómo teníamos que vivir”, expone.

Eran días cruentos para una mujer travesti. A la policía no le cerraba encontrar a alguien que estuviera vestida de una forma diferente a lo que indicaba su documento de identidad. “Sabíamos que si salíamos del boliche había un margen de horario para poder llegar a tu casa porque sino la policía te metía presa. Salías de estar presa dos o tres días y si te encontraba otro, ibas presa de nuevo. No podía salir ni a comprar porque te sacaban de adentro de los negocios y te metían presa. La mayoría era por estar vestida de mujer”, grafica.

No todo pasado fue mejor y así lo evidencia Wally: “No teníamos derechos, no teníamos el derecho de hacer ningún tipo de actividad. Cuando se ensañaban con una te mojaban el calabozo para que no durmiéramos ni siquiera tiradas en el piso, nos ensuciaban la comida que nos traían o nos quitaban las cobijas. Igual entre nosotras hacíamos grupo para poder subsistir”.

La calle, afirma, la hizo ser un ser oscuro y de a poco fue aumentando su grado de maldad. “El mal ego nos hacía estar todo el tiempo aisladas porque cada una sentía que era la mejor, que era única; yo conviví con eso mucho tiempo y me hizo mucho mal”, manifiesta.

Así, para competir con otras prostitutas tuvo que construirse un personaje. “Armé un putón patrio con unas pelucotas, tacos inmensos, mucho brillo y charol. Monté un personaje de mí para explotarlo y competir con el resto y rompí el paradigma de que todas tenían que ser bonitas, oficinistas, trabajando en la calle. Logré mi objetivo que era ganar plata para tener mi casa porque no quería seguir alquilando, viviendo en pensiones o volver al muelle”, recuerda.

Wally comenzó en Champagnat y Matheu y sus últimos días de prostitución los recuerda en la esquina de San Martín y México. “Ahí trabajé los últimos dos años, con fecha de vencimiento para que caduque. Estuve metida en todo lo oscuro y me costó mucho salir”, recuerda. Para eso Wally ingresó a Narcóticos Anónimos. “Las adicciones fueron para soportarme a mí, fui mi peor enemiga. Un hombre no me alcanzaba y mil no eran suficientes, eso lo volqué en todo: la bebida, la comida, el alcohol, en todo tipo de sustancia que se me cruzaba. Todo lo convertía en mi adicción, veía que mi vida se desvanecía y salí a pedir ayuda”, confiesa.

“Cuando me dieron la noticia de que era portadora de VIH a mí se me derrumbó el mundo en un segundo. Y en un segundo me volví a armar y me dije: ‘Es la posibilidad que tenés para vivir’”, sentencia, aunque la salida no fue de un día para el otro: “A mí el cuerpo me seguía pidiendo de todo: promiscuidad, sustancias, en mi cabeza había un montón de fantasmas, había un montón de voces, golpeteos de cadenas y cosas que estaba dejando. Hice un poco de amianto y fui festejando cada cosa que iba obteniendo”.

Hoy, hace 18 años que a fuerza de voluntad y constancia está “limpia”, logró tratar las enfermedades y gracias a los tratamientos pudo sobreponerse. “Me tuve que armar para salir de debajo de ese muelle, me tuve que armar para estar en una esquina parada, me armé para tener mi negocio y por eso no me siento una persona vulnerable”, aclama.

DE LA CALLE A VESTUARISTA TEATRAL

Así, en pleno tratamiento comenzaron a surgir nuevos proyectos. “Lo primero que apareció fue un compañero de vida: Miguel apareció cuando empecé la rehabilitación: tenía un trabajo, su casa, era un tipo armado, no era un cachivache, un bardo de los que yo buscaba para solucionarle la vida y no fijarme en la mía. Me di la posibilidad y hace 16 años que estamos juntos”, suspira.

El cambio de trabajo fue radical, Wally se volcó a la costura, oficio que había aprendido en la infancia y armó su taller. “Empecé de la nada a apostar en mí, en la tapa de un lavarropas escribí en un cartel en la puerta de mi casa: ‘Se cambian cierres, se hacen parches’. Empecé y nunca me faltó el dinero”, señala. De a poco se fue formando, hizo cursos de diseño de indumentaria y empezó a vestir a las chicas trans que se presentaban en los concursos del colectivo LGBTIQ+. “Eso me fue aumentando el ego al ver que podía transformar lo malo para ser competitiva pero conmigo misma”, resalta.

La costura, el brillo y las lentejuelas la acercaron poco a poco al ambiente artístico. “Empecé a vestir a transformistas, que me relacionaron con personas del teatro y famosos”, recuerda. Y ahí se mudó al centro de Mar del Plata donde abrió su taller de costura hasta que llegó a integrar por cinco años el staff del Circo Servian. “Trabajar con ellos fue maravilloso, no por el trabajo sino porque nunca pensé que iba a pertenecer a un circo que andaba por todos lados un tiempo. Ahí aprendí a ahorrar, a cuidarme y a estar sola porque mi pareja tenía que quedarse acá y yo venía cada tanto. Aprendí a mantener lo que había ido consiguiendo”, agrega.

“Me vi sola, sin pareja, sin los grupos y era un mono con escopeta otra vez. En todos lados tenía que armar una red. En cada lugar buscaba dónde estaban los grupos de Narcóticos Anónimos y me sentaba a hablar; en ese momento que una trava se sentara a querer recuperarse era raro, no teníamos ese lugar. Hace 25 años atrás cuando yo quería recuperarme me decían: ‘¿Qué hacés acá?’”, comparte.

Wally trabajó para Carmen Barbieri, Moria Casán y Flavio Mendoza, hasta que se cansó. “Abría mi negocio a las 9 de la mañana, estaba hasta las 19, y 19:30 ya estaba en el teatro hasta las 4 de la mañana que se terminaban de acomodar los camarines. Llegaba a mi casa a acostarme y a las 8 me volvía a levantar para abrir el negocio. No era vida, había mucha frialdad y cuando me di cuenta lo dejé”, indica sin titubeos.

EL CUPO LABORAL TRAVESTI TRANS LLEGÓ PARA DAR ESPERANZA

En la provincia de Buenos Aires la Ley del Cupo Laboral “Diana Sacayán” está vigente y reglamentada desde el 2015, y en el caso de Mar del Plata, el Municipio se adhirió a la misma en 2017 a través de la Ordenanza 23.237. En agosto de este año a través del Decreto 721/2020, el presidente de la Nación, Alberto Fernández, estableció el cupo laboral travesti y trans en el sector público nacional, y luego el Congreso de la Nación convirtió en ley el proyecto que garantiza un mínimo del 1% de la totalidad de cargos y contratos para personas travestis, transexuales y transgénero.

La implementación del cupo se viene concretando gracias a la lucha e insistencia de asociaciones civiles, activistas y ONG. De esta manera, desde la Asociación Mundo Igualitario (AMI) relevaron, por ejemplo, que este año se concretaron 16 puestos de trabajo en la administración pública provincial, en el Consorcio Portuario y en el Banco Nación, entre otras dependencias, pero ninguna persona ingresó a trabajar a nivel municipal.

Wally cruzó la puerta de la organización Casa Puentes hace seis meses. Su negocio de costurera sufrió un fuerte impacto a raíz de las restricciones que impuso la pandemia y en el peor momento le mandó un mensaje a la activista trans y directora provincial de Políticas de Diversidad Sexual del Ministerio de Mujeres, Políticas de Género y Diversidad Sexual bonaerense, Daniela Castro.

Le explicaba lo que me estaba pasando porque no me sentía cómoda en mi trabajo, sentía que me estaba apagando, sentía que me estaba volviendo a dañar. Estaba haciendo trabajos muy básicos y no estaba bien mentalmente.

El cupo laboral travesti trans en la Provincia de Buenos Aires se sostiene en la Ley 10.430 de Administración Pública Provincial. La norma tiene tres puntos que imposibilitan el ingreso de muchas personas en base a requisitos vinculados con la acreditación de los estudios secundarios, la ausencia de antecedentes penales y la edad: las mujeres son admitidas hasta los 55 años y los varones hasta los 60. Cuando Daniela Castro asumió en la Dirección provincial planteó que todas las travestis tenían antecedentes penales, que la mayoría no había completado sus estudios y que, como en el caso de Wally, había muchas que estaban al límite con la edad.

Daniela Castro leyó el mensaje de Wally e inmediatamente hizo los trámites necesarios para que pudiera ingresar por el cupo laboral travesti trans en el Ministerio de las Mujeres, Políticas de Género y Diversidad Sexual. “Al principio pensé que era la broma de una amiga y cuando me llamaron corté el teléfono; después me escribieron por WhatsApp para mantener la misma línea del ingreso y yo volaba de fiebre porque estaba con covid y lo cerré. Hasta que me llamaron y me plantearon que era algo serio y que me podía perder una gran posibilidad”, recuerda.

Gracias a innumerables trámites, Wally pudo ingresar a trabajar y nuevamente se transformó en una excepción a la regla. “Cuando me dijeron entrás fue too much porque fue lo que esperé siempre: ser reconocida por mí, por mis pares. Soy visible diariamente desde un servicio social: ‘Acá hay una trava que te puede ayudar en lo que necesites''', asegura.

Casa Puentes está ubicada en Rawson y Lamadrid, es una organización que surgió en el 2018, que se encarga de asistir, contener y alimentar a personas en situación de calle o que atraviesen situaciones de violencia. “Acá te conectás con el que padece, el que sufre y lo que funciona en este caso es el acompañamiento con ese ser humano. Vuelvo a ser yo cuando vienen a pedir ayuda, a necesitar todos los servicios que se brindan acá. Vienen con las alas rotas y de acá se van con esperanza”, subraya Wally.

“Desde mi lugar trato de transmitir que hay un montón de herramientas que están dentro de cada uno, que es lo que hay que poner a trabajar. Desde este lugar podemos brindar contención, acompañamiento pero eso no va a solucionarle la vida a nadie porque la solución está en cada persona”, apunta.

La organización abre sus puertas todos los días, la gente que se acerca puede tener una primera escucha por consumo abusivo de sustancias y además, a futuro, se va a implementar un sector de clínica médica y van a funcionar dos cooperativas de trabajo: una de arte y otra textil que va a estar cargo de Wally. También hay ayuda social, un programa para chicas que son violentadas y hay personas en situación de calle que acuden para bañarse, vestirse y comer.

Este trabajo llegó en el momento adecuado. Espero que la vida me dé la virtud y la ventaja de vivir muchos años. Ahora quiero reconstruir ese lazo que yo misma rompí. Hoy me siento plena y tengo la ventaja de poder brindar un servicio y decirle a la otra persona dónde no tiene que andar.

Wally no se arrepiente de sus aprendizajes y de cada paso que dio. “Hoy tengo el compromiso de capacitarme y de prepararme. Yo entré por el cupo pero quiero ser un eslabón que pueda servir. Tengo que hacer mérito en el lugar donde estoy”, cierra cómplice y esperanzada.