Miércoles 15 de mayo | Mar del Plata
03/06/2018

Marina, una vida como pochoclera de la Catedral: “Me gusta la gente”

Mantiene reluciente su carro en San Martín y Mitre. Empezó en 1991, atiende siempre con una sonrisa y sus pochoclos con coco y miel están entre los más ricos de Mar del Plata: “El secreto son las ganas”.

Marina, una vida como pochoclera de la Catedral: “Me gusta la gente”
(Fotos: QUÉ Digital)

Pochoclos, palomitas de maíz, pororó, pipoca, pop-corn, crispetas, rositas de maíz. Hay tantas formas de llamarlos como recetas para prepararlos, y a pesar de que los ingredientes prácticamente no varían, en cada ciudad, en cada esquina y en cada carro este alimento tiene un sabor diferente. Y Marina, “la pochoclera de la Catedral” de Mar del Plata, tiene un estilo único que vuelve irrepetibles a sus pochoclos con coco y miel.

En el corazón del centro de Mar del Plata, frente a la Plaza San Martín y en diagonal a la Catedral, con un gesto amable que no borra el frío ni la lluvia, la pochoclera atiende con una sonrisa durante prácticamente todo el día, los 365 días del año. Dicen los que saben y entienden del tema, que prepara unos de los pochoclos más ricos de la ciudad. 

Se llama Luz Marina Colacci, es marplatense, tiene 57 años y desde 1991 se dedica a producir y vender pochoclos. “Si te cuento mi historia es una novela”, dice riéndose para romper el hielo en la visita de QUÉ Digital a su carro en busca de conocer su historia, carro que en sus inicios estaba en Plaza Colón y que desde hace ya largos años permanece (siempre) reluciente en San Martín y Mitre. 

Pochoclos con coco y miel, paquetes de garrapiñadas, copos de azúcar rosados, manzanas acarameladas cubiertas con pochoclo (dice que “son únicas” y que las vende más en verano)  y por sobre todo, constantemente una sonrisa. La gente hace cola para comprar en el carro de “Pochocolos Catedral”: niños que pasean por el centro; madres que van a buscar a sus hijos a la escuela, laburantes que de pasada se tientan con el aroma, abuelas que caminan en soledad.

“Vendo bien, estoy todo el día: esto es como todo, te va a dar lo que le des. Si le das ganas, ideas, limpieza, cuidado y buena atención, la gente vuelve y el trabajo se sostiene”, resumió.

En medio de una crisis comercial que -principalmente- por la disparada de los alquileres, el aumento de los servicios básicos y la retracción del consumo está produciendo el cierre de negocios y la reducción de personal en distintas empresas, en un contraste absoluto Marina enfrenta el frío con buen humor, vende pochoclos y piensa seguir haciéndolo. Está casada, cuidó a su madre y crió a su hijo que hoy tiene 22 años y es taxista. “Es mi luz, un chico muy bueno, un laburante”, cuenta orgullosa.

La bolsa pequeña de pochoclos la vende a solo $10 y la grande a $15, la mitad de lo que cuestan muchos de los paquetes de galletitas más baratas y tres o cuatro veces menos del valor al que se consiguen (preelaborados) en algunos cines. Y si bien sostiene que la gente vuelve por el delicioso sabor de sus sencillos productos, dice que el verdadero secreto para que salgan tan ricos “son las ganas de trabajar”.

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Mientras todo aumenta, Marina sigue vendiendo barato: “Cuando alguien piense que si recargás en un artículo un 60 o un 80% atendés a diez personas pero que si marcás con un 10% seguís ganando pero atendés a 100 personas, ahí la cosa va a cambiar. Lo que vendo es accesible y lo hago con mucho amor”.

Ella está todos los días en San Martín y Mitre, de lunes a lunes. Solo cierra el 24 y 25 de diciembre para pasar la Navidad en familia.

“En invierno trabajo entre 8 y 9 horas hasta las 22 y en verano son por lo menos 12 horas diarias”, contó la pochoclera. El carro es de su hermano, con quien solo se lleva 14 meses de diferencia y quien cada noche pasa a buscarlo para guardarlo y limpiarlo. “Él me enseñó este oficio y yo le puse la pasión que le pongo a las cosas que hago“, agregó.

 “ME GUSTA LA GENTE” 

No toda la vida fue pochoclera, aunque siempre fue habilidosa para la venta. Vendió panes y sándwiches, fue ama de casa, se las “rebuscó” toda la vida.

“Siempre me gustó vender. Me gusta la gente. Lo que espera la gente es llegar y no encontrar una cara peor que la de ellos. El cliente busca personas dispuestas a venderles bien”, dijo al compartir parte de su historia con este medio entre tandas de pochoclos calentitos recién hechos.

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Los pochoclos llegaron a su vida en el despertar de la década del ’90. “Aprendí con ganas y con hambre”, reconoció. Y si bien hoy, casi 27 años después, prepara con envidiable destreza unos de los más ricos pochoclos de Mar del Plata, los primeros -confesó- le salieron horribles, pero “con tiempo y ganas todo mejora”.

 PASO A PASO 

Aceite, maíz, azúcar, coco y miel. Nada más. Una combinación por demás sencilla. Ahora bien, ¿por qué en cada carro los pochoclos tienen un sabor diferente? ¿Por qué no salen igual al hacerlo en casa? 

¿Cuál es el secreto que esconden los pochocleros para que en un carro en la calla salgan más ricos que en la comodidad del hogar? ? Ella tiene una respuesta. Dice que más allá de lo básico, “no hay receta”, que “el secreto son las ganas” y que “hagas lo que hagas, si lo hacés con ganas sale bien”.

Seguido, Marina hace una demostración con la naturalidad de quien lleva casi tres décadas haciéndolo. En segundos pone un chorro de aceite en la máquina (la fabricó su hermano), agrega un puñado de maíz, abundante cantidad de azúcar y un preparado de coco y miel. Enciende el fuego, tapa la preparación y deja que la máquina gire (para que no se pegue el maíz) hasta que el pochoclo “explote” y brote hacia afuera.

Permanentemente repite el proceso. “Prefiero venderlos bien calentitos”, dice mientras atiende amablemente a una familia y entrega dos bolsas llenas, bien cargadas, con pochoclos que rebalsan hacia la segunda bolsa de nylon que les agrega a los clientes para que conserven su temperatura.

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LOS ORÍGENES DEL POCHOCLO

Los pochoclos, como se los conoce en Argentina, tienen un origen interesante. Son un alimento prehispánico que nació en el continente americano, especialmente de los territorios que hoy se conocen como México y Perú.

Su rastro se remonta a milenios atrás. De hecho los más antiguos fueron encontrados en la Cueva de los Murciélagos de México, 5.600 años antes de la colonización española.

La invasión de los españoles en América en 1519 fue el primer acercamiento de los europeos a este alimento. Hernán Cortés lo conoció en los rituales de los Aztecas, quienes incluso usaban las palomitas para decorar ceremonias, collares y adornos en las estatuas de sus dioses como Tláloc, el dios de la lluvia.

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En 1885, Charles Cretors patentó la máquina comercial para fabricar pochoclos. La costumbre de comerlos en los cines se puso de moda en Estados Unidos a principios del siglo XX.

Además de su rico sabor, los pochoclos aportan al cuerpo antioxidantes y vitamina E. Hay investigaciones que señalan incluso que son capaces de limpiar y eliminar subproductos del metabolismo celular asociadas con enfermedades como el cáncer.

En Argentina, desde hace décadas, se desarrolló una innovadora variante para darle un sabor agregado: los pochoclos con coco y miel. Cuenta la leyenda que esta receta nació en Mar del Plata allá por 1987, según confió Roberto Duré, otro experimentado pochocolero de la ciudad. La exquisita combinación se popularizó en los carritos locales y de la zona. Marina Colacci, como otros pochocleros marplatenses, sostiene la tradición de prepararlo de esa manera.

 “LA CALLE NO TIENE ENCANTO, TIENE MAGIA” 

Como buena vendedora, Marina sabe interpretar la necesidad de sus clientes. Siempre con respeto y con una sonrisa inquebrantable, la pochoclera de la Catedral de Mar del Plata seduce con simpatía a quienes pasean por el centro y se tientan con el aroma que irradia de su carro.

“El carro siempre está impecable; estamos vendiendo un alimento en la calle y hay que cuidar la higiene”, contó y aseguró que disfruta trabajar en la calle, que a su entender “no tiene encanto; tiene magia”.

Personas con gesto adusto, niños caprichosos, abuelos solitarios, personas en situación de calle, laburantes, vendedores ambulantes, madres apuradas… a todos los atiende con un gesto amable que logra transformar la expresión de la mayoría de sus clientes.

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Bajo el rayo del sol en verano o entre rostros abrigados en el crudo invierno marplatense, Marina, la pochoclera de la Peatonal San Martín de Mar del Plata lleva más de 27 años ininterrumpidos vendiendo en su carro. En este punto neurálgico del centro donde diariamente confluyen protestas, marchas, festejos, peleas, artistas callejeros, actividades políticas, misas y manifestaciones, Marina va todos los días a trabajar y a cambiarle la expresión a la gente con un simple paquete de deliciosos pochoclos con coco y miel.

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