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San Jorge

Entre la búsqueda de identidad y la lucha por progresar

Autora: Julia Drangosch. Fotos: Lucho Gargiulo — 29 de julio de 2023

Pese a que el barrio cuenta con casi cuatro décadas de historia, las necesidades todavía abundan. Salud, transporte y falta de servicios, los principales problemas.

En uno de los extremos de Mar del Plata, en lo que quienes habitan la zona definen como el agite del oeste, se encuentra emplazado el barrio San Jorge. Con más de 300 familias de acuerdo al último relevamiento realizado por el Registro Nacional de Barrios Populares (Renabap), el barrio se caracteriza por ser un entorno periurbano, en el que conviven la ruralidad y la lucha de sus habitantes por progresar. 

San Jorge es un sector joven, hijo de la democracia en Argentina, y quienes lo habitan recuerdan que en sus orígenes el campo era lo que predominaba. Sin embargo, también es un barrio en el que los servicios básicos no están cubiertos, pese al crecimiento poblacional, y donde las necesidades abundan, en especial en lo que hace a salud pública y transporte. 

Los datos oficiales del Renabap sobre San Jorge, actualizados hasta marzo de 2023, relevan un total de 330 familias y unas 300 viviendas en el tramo comprendido entre las avenidas Colón y Héctor Tarantino, la Ruta Nacional 226 y la calle Ángel Gardella, sobre una superficie encuestada de 232.738 metros cuadrados. 

Respecto a los servicios en el asentamiento, cuya creación data -según el informe- de la década de 1990, el relevamiento expone que sus habitantes cuentan, en su mayoría, con conexiones formales a la red eléctrica con medidor domiciliario con factura y que predominan las conexiones irregulares a la red de agua, los desagües a cámara séptica y pozos ciegos ante la ausencia de cloacas y la utilización de gas en garrafa y leña o carbón a partir de la inexistencia de red de gas natural.

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El trayecto para llegar a San Jorge implica salir del centro de Mar del Plata con dirección a Luro, bien al fondo, allí donde la avenida se transforma en la Ruta 226. Cuando el camino comienza a ponerse nostálgico y el campo empieza a asomar, la rotonda del barrio Hipódromo es la referencia necesaria para saber que es momento de doblar. 

Allí, donde supo funcionar un merendero durante la pandemia de coronavirus, Emilce recibe a Qué digital. Debajo de la sombra de una higuera, y mate en mano, ofrece una caracterización del oeste, de su barrio, ese que la alberga desde hace 36 años. 

Emilce Rodríguez tiene 39 años, es vecina de San Jorge, referente distrital de Somos Barrios de Pie, madre y, entre otras cosas, promotora de salud comunitaria. Cuenta que llegó a Mar del Plata con 3 años, desde Moreno, junto a su mamá, su papá y su hermana de tan solo 3 meses. Y recuerda que cuando construyeron su primera casilla, esa que supo ser su hogar durante muchos años, San Jorge era muy diferente a lo que es hoy. 

“Cuando vinimos acá todo esto era campo”, dice Emilce y señala los alrededores de la casa de su madre. Así, recuerda: “La luz la traíamos de la ruta, un vecino nos compartía agua: mi mamá iba a la casa del vecino con un balde, sacaba agua de la bomba y traía. El barrio tiene mucha historia: es pequeño, pero es un barrio con mucha historia”. 

San Jorge limita al noroeste con el barrio La Herradura, al sudeste con el barrio Florentino Ameghino, y al noreste y sudoeste con parcelas rurales. Una de sus características principales es que es un asentamiento en el que la mayoría de sus habitantes no cuenta con título de propiedad, ya que está emplazado sobre tierras privadas, concretamente sobre lotes que son propiedad del Jockey Club. 

Al respecto, y de acuerdo a lo informado por el Municipio de General Pueyrredon, debido a que la firma no está en actividad, muchos compradores no pudieron escriturar los terrenos aunque, en otros casos, se logró la escrituración a partir de la posesión veinteañal en forma privada mediante la figura de la “prescripción adquisitiva”, que es el modo por el cual el poseedor de una vivienda adquiere un derecho real sobre ella, mediante la posesión durante el tiempo fijado por la ley. 

También hubo casos de escrituración a partir de la Ley 24.374 de la Casa de Tierras de la Provincia que establece un régimen de regularización dominial en favor de aquellos ocupantes que acrediten “la posesión pública, pacífica y continua durante tres años, con anterioridad al enero de 1992 y causa lícita de inmuebles urbanos que tengan como destino principal el de casa habitación única y permanente”.

LA LUCHA POR LOS SERVICIOS BÁSICOS

En 2015, un relevamiento realizado por el Centro Municipal de Análisis Estratégico del Delito (Cemaed) de la Secretaría de Seguridad General Pueyrredon - denominado Índice Barrial de  Vulnerabilidad Delictual- caracterizaba al barrio San Jorge como un sector joven, con una densidad de construcciones media, con calidad constructiva baja. 

Y en ese sentido, el relato de Emilce refleja esa situación, pese al paso de los años: “Hubo un proceso en el que solo había casillas, en la época de los ‘90, y después hubo una especie de mejoramiento en las formas de construcción a partir del 2000; eso tuvo que ver con el tipo de presidencia también: la situación económica se vio reflejada en el tipo de viviendas”.

Concretamente, un antes y después para San Jorge tuvo que ver con lo que sucedió en 2005, producto del desarrollo de la Cumbre de las Américas y la “contra cumbre”, denominada la Cumbre de los Pueblos en Mar del Plata. Es que, ese año, parte del barrio finalmente pudo sumarse a la red de agua potable y de cloacas, lo que implicó una mejora en la calidad de vida para las y los vecinos. 

“Hasta ese año teníamos agua de bombeador o de bomba, lo que significaba que el agua que consumíamos tenía altísimos niveles de nitrato, escherichia coli, pseudomona y otros lixiviados de un pozo gigante que había de la 9 de Julio que tiraba basura; ahora eso es un relleno sanitario, se cultiva”, explica Emilce, quien también recuerda que a ese mismo predio cientos de familias iban a buscar parte de la comida que desechaba una reconocida cadena de supermercados local. 

Sin embargo, pasados casi veinte años de la llegada del agua y la cloaca, lo cierto es que el barrio vive una situación de “estancamiento”, según definen quienes viven en el lugar: “Después de eso (2005) nosotros pedimos que nos mandaran el gas, pero el problema es que la empresa no quiere ponerlo porque no somos propietarios”. 

De acuerdo a las palabras de Emilce, esto es “una gran injusticia” no solo porque no se permite que quienes habitan el sector accedan a derechos básicos pese a estar incluidos en el Renabap -lo que debería ser una garantía en lo que hace a la agilización de esos procesos administrativos- sino porque en la intersección de las calles 250 y Colón existe una gran edificación que sí cuenta con servicio: el Instituto de Investigaciones en Ciencia y Tecnología de Materiales (Intema). 

“El Intema tiene gas y el barrio Hipódromo también, pero La Herradura y San Jorge no”, ahonda Emilce, quien también aclara que una pequeña porción del barrio logró acceder a ese servicio tras abonar la extensión del mismo de forma particular, mientras que el resto depende de artefactos eléctricos y de calefacción a través de otras alternativas, muchas veces más costosas. 

En paralelo, Emilce repara en otra de las problemáticas históricas que aísla aún más al barrio: las deficiencias en el funcionamiento del transporte público de pasajeros, un problema histórico para Mar del Plata, en especial debido al crecimiento poblacional del Partido de General Pueyrredon. 

Es que, a las inmediaciones de San Jorge llegan muy pocas líneas y ninguna ingresa directamente al barrio: “Pasa por Tarantino el de la empresa Peralta Ramos, cada media hora, y por Colón el 562. Pero acá dentro nada. Y además tenemos la inseguridad de que el colectivo de la Peralta Ramos pasa hasta las 2.30, después no hay nada más, y el 562 también funciona mal porque no cumple con las frecuencias ni los horarios”. 

Entonces, para movilizarse ante una emergencia, por ejemplo médica, las y los vecinos dependen de la voluntad de ingresar al barrio de quienes manejan taxis y remises y de su poder adquisitivo, ya que un viaje desde San Jorge hasta el centro puede costar miles de pesos. “Con respecto a los taxis y remises, salen muy caros y muchas veces dependemos de los remises truchos, que son los que se animan a entrar”, se lamenta Emilce.

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Según cuenta la vecina y promotora comunitaria, San Jorge es un barrio “amanzanado, tiene calles en el medio, no tiene pasillos ni se vuelcan los residuos de las cloacas en las calles”. En general, las calles del lugar son de granza, y en el centro del barrio se encuentra la plaza central, que es el único espacio público que tiene el sector y donde, según las y los vecinos, la presencia del Estado es prácticamente nula. 

De acuerdo al informe del Cemaed, el barrio “comparte características similares con el barrio próximo La Herradura” y la vulnerabilidad del mismo radica, principalmente, en el aspecto social. “El mayor problema es el habitacional (calidad de construcción de las viviendas y hacinamiento)”, detalla el trabajo, que ubica a San Jorge en una especie de ranking detrás de La Herradura y enumera algunas deficiencias como el hacinamiento, la calidad en las construcciones o la ausencia de servicios. 

“Este es un barrio que tiene los mismos problemas de inseguridad que otros”, cuenta Emilce respecto a la problemática y asegura que el sector queda “muy aislado” del resto de la ciudad. Un aspecto que colabora a esa situación es el relativo a la deficiencia en las luminarias, teniendo en cuenta que, salvando una parte de la ruta, las calles internas son “una boca de lobo”: “Hay domos y algunas cámaras, pero eso no garantiza la seguridad. Colón está bien iluminada, eso es así, pero por ahí no pasan los colectivos y hay un campo que genera terror”.

LA SALUD, UNA DEUDA PENDIENTE

Al hablar sobre la presencia, o ausencia, del Estado en la zona, Emilce repara en una problemática que es histórica y que se repite en distintos barrios: el acceso a la salud pública, particularmente en lo que respecta a la atención primaria municipal. 

“Nosotros tenemos un problema serio en toda la zona, no solo en San Jorge, y es que el Centro de Atención Primaria de la Salud (CAPS) Ameghino funciona muy mal. Hicimos una presentación en el Municipio, ocupamos la Banca 25 en el Concejo Deliberante, hicimos un informe desde la organización y esa situación no se ha modificado”, grafica la vecina.

Y en ese sentido, aclara que no se trata de un problema exclusivo de una gestión de gobierno, sino de una situación estructural que no ha tenido solución, pese al paso de los años. “La salita Ameghino es hermosa, tiene rayos X, enfermería, pero está vaciada de profesionales y por lo tanto de atención”, expone y explica que el problema radica en que el CAPS tiene un área programática de influencia muy amplia, de alrededor de 50 mil personas. 

Así, Emilce enumera una serie de situaciones que se suceden diariamente, como la falta de una guardia de lunes a lunes para pediatría, la ausencia de un servicio de emergencia para rayos x, la “mala atención” en odontología o la falta de perspectiva de género en cuanto a métodos anticonceptivos. 

“Hay un déficit grande en el CAPS, algo que se replica en otros centros de salud”, cuestiona y asegura que esta situación deriva en que muchas personas deban pagar de forma privada los servicios de salud, si pueden hacerlo, mientras que otras quedan a la deriva o dependen exclusivamente del sistema de salud provincial, que muchas veces también está colapsado. 

Por otro lado, y en lo que hace a la presencia estatal en otros ámbitos barriales, en la plaza central, cuenta Emilce, también hay un abandono importante. “Lo último que se hizo fue a través del Programa PRIS, el programa de inversión social que nucleaba a las cooperativas del programa Argentina Trabaja y que recibía financiamiento del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación y del de Planificación y Hábitat”, recuerda. 

De esta forma, repara en la importancia de que existan políticas públicas destinadas a los espacios de uso común, que son lugares donde la comunidad, en especial las y los más pequeños, “crean, recrean y producen”. “No hay una mirada acerca de eso. Digo, está buenísimo que se recuperen las farolas y los monumentos, pero acá hay tanto para hacer que no hace falta restaurar, hay que poner nuevo”, expone y enumera todo lo que podría haber, pero no existe: una zona wi-fi, una plaza blanda o multijuegos “como hay en la Plaza Mitre”. 

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Hace tres años, la postal en el espacio físico donde Emilce recibe a Qué digital distaba mucho de lo que es en la actualidad. Es que, lejos de oficiar como una especie de depósito, durante la pandemia de coronavirus allí supo funcionar un comedor popular en el que, semanalmente, se alimentaba a 150 familias, una situación “atípica” teniendo en cuenta que en San Jorge no abundan los comedores y merenderos. 

“Hay pocos lugares porque el barrio es chico, de mucha gente laburante, de la construcción, empleadas domésticas, del puerto, los comercios. La realidad es que es un barrio con poca demanda alimentaria en general, pero se notó mucho en la pandemia”, comparte Emilce sobre lo que sucedió en 2020 e implicó un alto nivel de organización y participación vecinal. 

Sobre este último punto, para la vecina si bien existe la organización territorial, lo cierto es que “hay un sector muy pequeño que tiene identidad con el barrio”. ¿Por qué? Por las características propias de San Jorge, un lugar que desde sus inicios fue cuna y hogar para muchas personas oriundas de otras localidades, provincias e inclusos países. 

“Nuestro barrio fue alojando a muchas personas de otros lugares: Tucumán, Santiago del Estero, Bolivia, Salta, Jujuy, Conurbano… Y esa conformación tan heterogénea hizo que no hubiera una identidad homogénea, porque se transformó en un barrio de ‘cama caliente’ en el que la población solo viene a dormir”, caracteriza Emilce, quien le atribuye a esa situación el hecho de que cueste tanto crear identidad barrial. 

Pero entonces, ¿cómo se construye esa identidad? Para la vecina de San Jorge, a través de la participación activa. “La manera en que miramos el mundo es cómo nos paramos frente a la realidad que nos rodea”, afirma y repara en la necesidad de que la comunidad deje de esperar siempre “respuestas de alguien más” y comience a intervenir de forma activa. 

“Tiene que haber participación y protagonismo de la comunidad y de la sociedad, porque muchas veces dejamos en manos del Estado lo que es responsabilidad nuestra. Y tiene que ser incluyente esa participación, porque si hay algo que genera exclusión entonces no es popular”, reflexiona, en tiempos en los que a lo popular se le baja el precio y la participación ciudadana parece condenada a fracasar. 

Así, mientras San Jorge lucha por forjar su identidad, el desafío hoy está puesto en la lucha por la dignidad, esa que está directamente vinculada con el acceso a los servicios básicos y a las condiciones de habitabilidad. Para quienes viven en el oeste, ahí donde está el agite, la presencia del Estado es, sin embargo, insuficiente, y por eso, poco a poco, la organización vecinal- en experiencias como la del comedor de la zona, o las cooperativas que hicieron obras en la plaza- comienza a emerger como una alternativa viable, con el objetivo puesto en el progreso de la comunidad.