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Villa Vértiz

Vulnerabilidad, urgencias y conflictividad sobre la vía

Autor: Joaquín Lledó. Fotos: Lucho Gargiulo — 29 de julio de 2023

El asentamiento concentra su mayor cantidad de habitantes sobre el barrio Villa Lourdes. La organización vecinal para brindar contención social.

Con las vías abandonadas por las que supo circular el tren hasta principios de la década del ‘80 como núcleo principal, y sobre las que se expandió con el correr de los años, la Villa Vértiz es uno de los asentamientos de Mar del Plata que espera hace años poder mejorar sus condiciones de vida, acceder a servicios básicos fundamentales como el agua y brindar oportunidades a familias enteras atravesadas por una fuerte problemática habitacional.

Con su sector más densamente poblado ubicado sobre el barrio Villa Lourdes, el asentamiento es uno de los 71 espacios de Mar del Plata que forman parte del Registro Nacional de Barrios Populares (Renabap) con un relevamiento que hasta marzo de 2023 alcanzó a 275 familias y 250 viviendas, aunque hay sectores que hasta entonces no habían sido incluidos y que presentan tantas demandas como los encuestados.

El trabajo en el territorio de vecinos y vecinas que decidieron organizarse a través del desembarco de movimientos sociales se vuelve uno de los elementos a tener en cuenta a la hora del inicio de luchas por acceder a mejores condiciones de vida. Es que más allá de las situaciones estructurales y crónicas, la realidad de familias enteras alcanzadas por el consumo problemático de sustancias se vuelve también una pelea que las agrupaciones buscan dar desde una mayor contención social y laboral.

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Los datos oficiales del Renabap sobre Villa Lourdes, actualizados hasta marzo de 2023, indican el relevamiento de 275 familias y unas 250 viviendas en el tramo comprendido sobre la vía desde la avenida De los Trabajadores hasta José Hernandez y desde las proyecciones de Magallanes hasta Vértiz. Se trata de una superficie encuestada de 35.875 m2.

Sobre el asentamiento, cuya creación es indicada desde la década de 1940, el trabajo detectó que una parte cuenta mayoritariamente con “conexiones formales” a la red eléctrica con medidor domiciliario con factura y que predominan las conexiones irregulares a la red de agua, los desagües a cámara séptica y pozos ciegos ante la ausencia de cloacas y la utilización de gas en garrafa a partir de la inexistencia de red de gas natural.

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Según datos expuestos en un trabajo realizado años atrás por la Agencia Territorial de Acceso a la Justicia (Atajo) del Ministerio Público Fiscal federal, en 1982 fue desafectado el servicio del tren Roca que unía el Puerto de Mar del Plata con la red nacional aunque ya desde mucho antes había comenzado a formarse el asentamiento sobre los costados de la vía y luego sí se extendió sobre todo el corredor.

En ese sentido, el trabajo señala que la Villa Vértiz se expandió desde la Avenida De los Trabajadores en un trayecto de 7 kilómetros por sobre unos 30 metros de ancho, con un punto central de mayor concentración de 1,5 kilómetros entre la avenida Edison y la calle Marcelo T. de Alvear.

Así, en distintos tramos de la zona se advierte la traza de lo que supo ser la vía que se pierde sobre el interior de las manzanas y sobre la que surgen casillas precarias, casas construidas a base de ladrillos y cemento sin revestimiento y pasillos que unen esas construcciones, al igual que viviendas que avanzan imperfectas sobre las veredas.

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Liliana hace once años que vive en la zona de la Villa Vértiz. Tiene siete hijos (no todos viven con ella) y once nietos. Desde hace algunos años integra el Frente de Organizaciones en Lucha (FOL), uno de los movimientos sociales con trabajo territorial en el lugar. Y lleva adelante en su propia casa un comedor y merendero en el que tres días a la semana unas 40 familias retiran viandas y otras 32 bolsones de mercadería.

Es miércoles a la tarde y en la esquina de Vértiz y Marcelo T. De Alvear un grupo de vecinos y vecinas se reúne en un espacio verde recuperado -y sobre el que lentamente avanza la generación de una plaza- para realizar una asamblea junto a referentes del FOL. Ese lugar fue puesto en condiciones por las cuadrillas de trabajo de la organización, las mismas que ahora se encargan de levantar las paredes en un terreno ubicado enfrente -y comprado recientemente por uno de los hijos de Liliana- en el que se proyecta la construcción de un espacio comunitario.

“Yo digo que en este barrio se enfermaron mis hijos porque todos estuvieron en la droga y no me voy a morir hasta que se limpie para mis nietos. Yo tengo mi futuro ahí, esa es la esperanza que tengo”, dice y señala la construcción del espacio en el que también apuntan a generar procesos educativos para personas que no saben leer ni escribir y ampliar el comedor y la huerta en la que hoy también trabajan. “Yo ya lo veo construido y funcionando”, se esperanza.

En esta zona, advierte Guido, integrante del FOL, el relevamiento del Renabap no llegó. Eso, entre otros aspectos, dificulta sus pedidos por acceder a mejoras habitacionales y de los servicios que reciben las y los vecinos. Es que una de las características del programa oficial instrumentado por ley es que permite a las personas relevadas solicitar la instalación de servicios al poder acreditar su domicilio ante cualquier autoridad pública pese a no contar con títulos de propiedad.

La ausencia de las redes oficiales de servicios fundamentales como el agua potable derivaron en que ya hace un par de años, ante la falta de respuestas de las autoridades municipales, los propios vecinos cortaran con una amoladora parte del asfalto para cruzar desde la casa de Liliana -ubicada frente a la manzana atravesada por la vía- una nueva conexión clandestina de agua para abastecer a diversas familias.

Es decir, la cuadra de enfrente a su casa se alimenta de agua en base a esa conexión después de que las y los vecinos se cansaran de esperar soluciones y estuvieran siete meses “sin una gota de agua” en medio de la pandemia del coronavirus.

- ¿Qué les dicen cuando van a reclamar por la falta de agua?
- Como que es una villa, como que esto es un asentamiento que se tiene que levantar, dice Liliana.
- Ellos lo justifican en que como esto es un asentamiento no vienen, ni arreglan, no les importa si la gente tiene o no agua. El justificativo es que es una villa que no es legal, completa Guido.

La conexión formal a la red eléctrica es para esta zona de la Villa Vértiz una realidad no extendida para todos sus habitantes. Liliana cuenta que su hija, que vive enfrente de su casa, hace unos pocos meses logró la instalación del medidor por parte de la empresa operadora del servicio.

La particularidad, comenta, es que estuvo alrededor de un año intentando avanzar con su tramitación y sobre esas cuadras en torno a la vía se encuentran grandes postes para el transporte energético. “Eso está sobre el patio de mi hija y no tenía luz”, señala al graficar cómo todavía hay personas que no pueden acceder formalmente a la energía que les pasa exactamente por arriba.

Para Silvia, integrante del Movimiento Teresa Rodríguez (MTR), que vive hace 18 años en ese mismo sector del barrio, la realidad es la misma. Cuenta con su medidor de luz pero el abastecimiento de gas es exclusivamente con garrafas y el agua proviene de conexiones clandestinas. “Es lo más esencial, pero hay veces que ni agua tenemos”, expresa.

Y en torno a los servicios, las dos vecinas coinciden en otra problemática a la vista: la falta de luminarias suficientes en las calles, lo que hace que las noches sean absolutamente a oscuras a lo largo de diversas cuadras. “Acá de noche no podés caminar, si no pasa un auto y te alumbra no se ve, literal”, aseguran.

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Un informe municipal elaborado en 2015 sobre el barrio Villa Lourdes da cuenta que al igual que en el barrio lindero, Puerto, la presencia de diversas congregaciones religiosas desde mediados de la primera década del siglo XX colaboró con el desarrollo del sector y signó el perfil del barrio. Ese perfil de barrio de trabajadores vinculados con la industria pesquera, describe, se afianzó sobre mitad del siglo y se mantiene como una característica definitoria.

Por su parte, el trabajo de campo realizado por Atajo en ese mismo año relata que el asentamiento se fue formando desde sus orígenes “con familias que venían a buscar trabajo, hacían temporada y se quedaban, o marplatenses nacidos en la ciudad que perdían sus empleos y no podían sostener un alquiler”.

Y repara en que en el caso de Villa Vértiz muchas de las personas entrevistadas tenían como actividad laboral principal el fileteo de pescado en pequeñas plantas cercanas a sus domicilios, en base a precariedad e inestabilidad laboral, una realidad extendida en el tiempo y sin soluciones con la proliferación de cooperativas “truchas” que utilizan la mano de obra precarizada para grandes empresas y frigoríficos exportadores.

Guido relata que esa realidad se mantiene en la actualidad y estima, al igual que esos informes elaborados años atrás, que un 70% de las familias de la zona viven de tareas en torno al Puerto. La temporalidad en el trabajo y la falta de continuidad derivan en una realidad compleja para esas familias, incluso para aquellas personas que llegan a desempeñarse de manera formal.

“Hay veces que llaman a trabajos temporarios en el Puerto y se pagan bastante bien, pero hay familias que pierden el programa social con el que cuentan. Entonces tienen que elegir entre dos meses de ese trabajo o tener el programa social con continuidad”, señala.

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La conflictividad en la zona es otro de los aspectos sobresalientes: años atrás esa situación fue analizada en un estudio del Centro Municipal de Análisis Estratégico del Delito (Cemaed) denominado Índice de Vulnerabilidad Delictual, que ubicó a Villa Lourdes hacia 2015 como uno de los barrios de la ciudad con mayor extensión de la problemática con predominio de delitos contra la propiedad, entre múltiples aspectos. A su vez, en los informes mensuales del Cemead de fines de 2022 y principios de 2023 el sector aparece referenciado como una de las “zonas calientes” al presentar un “nivel de delitos o eventos superior al número promedio”.

Por otro lado, la proliferación de la venta de drogas es una realidad que emerge en el barrio y que algunos vecinos y vecinas intentan hacer frente con contención e inclusión de aquellas personas, generalmente jóvenes, atravesadas por consumos problemáticos ante la ausencia de dispositivos del Estado que resulten eficientes, según exponen.

La realidad, definen quienes viven y trabajan en la zona y que genera temor y preocupación, puede palparse “a plena luz del día, no importa día, el horario”. Esa realidad es la de ver pasar a personas “con televisores, con puertas, con lo que sea” para conseguir drogas.

Existe, ante ese cuadro de situación, escasez de voces que quieran explayarse sobre la temática y la propia perspectiva desde el barrio.

Liliana, mientras tanto, ofrece la mirada de una mamá que ayudó a sus hijos a dejar atrás esa realidad y que también intenta hacerlo con el resto de los pibes del barrio. “La contención de los amigos, de los compañeros, la contención de saber que sirven y que son útiles para algo”, plantea como eje y pone como ejemplo el trabajo de las cuadrillas de obras de la organización social que sirve para ir en busca de ese objetivo.

“Hoy hay chicos que están pegando ladrillos y que estaban parados en la esquina drogándose”, destaca y plantea que otra de las opciones pasa por la difusión de cursos y capacitaciones. “Eso es lo que ellos quieren, sentirse útiles, que son capaces de hacer algo”, define.

Una de esas obras que llevan adelante las cuadrillas del FOL tiene que ver con la construcción de una casa para una integrante de la asamblea vecinal ya que su situación habitacional era por demás crítica. “¿Por qué no venís a mi casa, porque es pobre?”, llegó a preguntarle uno de los hijos de la mujer a Liliana.

Así, a través de la recaudación de fondos en base a la venta de comidas, pudieron empezar con las paredes y comprar los materiales para el techo: solidaridad vecinal ante situaciones urgentes desatendidas por el Estado.