Domingo 05 de mayo | Mar del Plata
30/10/2015

Trampa para ratas

La vieja carpintería de mi abuelo fue sellada con un enorme candado hace ya muchos años. Dentro descansan sus instrumentos de trabajo, y también una trampera para ratas que él mismo fabricó. Es una caja de forma rectangular con una sola abertura. La puerta se levanta gracias al peso del queso que atado a un…

 

La vieja carpintería de mi abuelo fue sellada con un enorme candado hace ya muchos años. Dentro descansan sus instrumentos de trabajo, y también una trampera para ratas que él mismo fabricó. Es una caja de forma rectangular con una sola abertura. La puerta se levanta gracias al peso del queso que atado a un hilo termina adentro y al fondo de la trampa. De modo que las mismas ratas, a pesar de su astucia, se condenaban a sí mismas con cada mordisco. El sistema era muy ingenioso, un vicio de la curiosidad.

Bajo el gran parral del fondo y en jaulas colgadas de las paredes, mi abuelo también tenía una colección de reinas moras y canarios que resaltaban por la delicia de sus colores y el brillo de su plumaje. El trinar de los pájaros generaba una alegría instantánea. Solo se rompía por la huida apenas perceptible de las ratas en medio de los canteros, yendo de un lado a otro, o quedándose quietas para burlar la presencia humana.

– Estas cosas pueden traer enfermedades – me dijo mi abuelo mientras señalaba el lugar exacto donde uno de los roedores intentaba esconderse

– Ya es hora de que sepas qué ocurre con las ratas – dijo, y no entendí del todo el porqué de hacerme espectador de semejante ritual.

Las ratas quedaban atrapadas pero vivas. La trampa no excluía la tarea de tener que sacarlas de allí para darles muerte. Yo miraba con los ojos grandes como huevos fritos. Mi abuelo había sacado una lata de aceite Cocinero y le había quitado la parte de arriba, de modo que quedaba como un gran tarro al que agregó agua hasta el tope. Tomó la trampa y la ladeó para que la rata no pudiera escapar. La sujetó del cuello con una horqueta prevista para tal fin y sin preámbulos la sumergió dentro del tarro. La rata comenzó a contorsionarse de todas las formas posibles, hasta que le quedó la pose que guarda la parca para cada uno de los seres vivientes. Durante esos segundos de lucha que parecieron eternos, sentí una lástima indecible. Ese bicho asqueroso y escurridizo, me afectaba sin que hubiera podido preverlo. El abuelo permaneció imperturbable.

– Y así es la forma en que me encargo de las ratas – la sacó de adentro y la llevó chorreando hasta el tacho de la basura.

En ese momento recordé que yo mismo le había preguntado qué hacía con las ratas que iba atrapando. La forma de desasnarme me dejó perplejo. Ahora sabía que cada cosa tenía un valor intrínseco, que la vida bien mirada era un asunto precioso, aun cuando se tratara de estos pequeños y repugnantes roedores. Lo que aparentaba tener de divertido había mutado hacia algo espantoso y triste. No era gratuito presenciar la agonía de la muerte.

Esa noche me fui a dormir y me quedé mirando el techo y pensando en lo que había pasado. Al siguiente día me levanté muy temprano, como alentado por un designio.El abuelo dormía y sus ronquidos retumbaban en todos los espacios de la casa. Por primera vez me fui descalzo al fondo, algo que tenía prohibido. No me importó. El silencio reflexivo de la noche bastó para que hiciera algo sin saber bien porqué. Luego volví a la cama. Al rato la fuerte voz del abuelo me sacó del sueño mientras abría la ventana para que entrasen las primeras luces de la mañana.

– Fuiste vos ¿No?

– Cómo va a ser él – dijo mi abuela respondiendo en mi nombre.

-Sabés qué -siguió diciéndome el abuelo esta vez con indulgencia-, te salva el hecho de que los pájaros hayan vuelto solos y estén de nuevo en sus jaulas.

Los pájaros estaban de vuelta. Los pájaros que había soltado no habían sabido qué hacer. Entonces me di cuenta que la libertad se parecía bastante a una lata de aceite. 

30/10/2015