Sábado 04 de mayo | Mar del Plata
08/03/2015

Día de la Mujer: una cooperativa para sobrevivir a la adversidad

Organizadas en una cooperativa que produce prendas que se venden bajo la marca “Mandarinas”, compartieron su historia y remarcaron que la experiencia les permitió construir valiosos lazos de amistad y compañerismo.

Día de la Mujer: una cooperativa para sobrevivir a la adversidad
(Fotos: Kito Mendes)

Las verdaderas cooperativas surgen a partir de una necesidad. Están integradas por personas y cada una de ellas guarda un pasado, una historia y un recorrido que tuvo como destino el trabajo autogestionado, que merece ser difundido. Las hay de todo tipo, pero en el Día de la Mujer, QUÉ eligió contar la historia de las mujeres organizadas en la cooperativa “8 de Marzo”, quienes con sus manos y en pequeños talleres textiles barriales, le dan vida a distintos productos que comercializan bajo la marca “Mandarinas”.

Hace un poco más de tres años Graciela se fue de Corrientes y se instaló en Mar del Plata. Es madre de tres hijos y se define con la frente en alto como “una luchadora de toda la vida”. Al llegar a la ciudad, una conocida le contó acerca de un grupo de mujeres que había emprendido un proyecto cooperativo textil. Se acercó, le gustó, comenzó a trabajar y debido a su experiencia con la costura y el manejo de telas, es quien hoy en parte guía a sus compañeras a la hora de encender las máquinas y ponerse a trabajar.

Dentro de la cooperativa que coordina Ángeles Vismara -con el respaldo de Libres del Sur-, Graciela encontró trabajo y un sustento para vivir. Pero ella afirma que lo más importante es el grupo que se creó y las amistades que fueron naciendo.

En los talleres de Mar del Plata donde estas mujeres producen la indumentaria “Mandarinas”, suele haber pocas máquinas. Las que hay, se compraron a través de un subsidio que otorgó el Municipio. Pero necesitan más y naturalmente más espacio.

Ángeles Vismara explicó que el proyecto nació hace poco más de tres años de la mano del Programa de Trabajo Autogestionado. La iniciativa creció en este tiempo y ya cuenta con más de una veintena de mujeres organizadas. Pero los objetivos siguen: “Nuestra idea es poder encontrar algún otro lugar que sea más grande y cómodo para trabajar mejor. Y charlamos también con la Municipalidad la posibilidad de poder hacer sábanas para los hospitales y centros de salud”.

ETHEL

Junto a la máquina encendida que Graciela maneja con gran habilidad, está Ethel, que ya pasó los 50 años y afirma que pese a haber estudiado distintas carreras, “pareciera que tenemos un sello de caducidad en la frente que dice que por tener más de 40 o 50 ya no servís”.

Ethel llegó hace varios años a Mar del Plata. Nació en Buenos Aires, tiene dos hijas y cuatro hijos. A diferencia de Graciela, ella aprendió a trabajar entre hilos y telas “gracias a las chicas”. Recuerda que cuando era pequeña lloraba cuando su madre le enseñaba a coser, porque no le gustaba, aunque entendía que “gracias a lo que cosía nos daba de comer”.

A su alrededor se lucen en el taller de “Mandarinas” algunas de las prendas que allí se producen. Cuenta Ethel que en general una de las mayores dificultades pasa por encontrar la materia prima. “Todo depende del material que conseguimos. Dentro de lo que hay se ve para qué sirve. El material viene de donaciones que conseguimos”, explicó.

Al llegar a un cierto quiebre en su vida, dijo que tenía dos opciones: “O me muero de hambre, o me la rebusco como puedo. Opté por lo segundo”. Hace dos años va unas tres veces por semana a la cooperativa a trabajar, a luchar, a sobrevivir.

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Ethel tiene una mirada absolutamente crítica de la realidad social y política. Dice estar segura de que “las cosas en el país no van a cambiar”, aunque admite que le encantaría que sus hijos y nietos “vivan ese cambio”. Por lo pronto, no confía. La misma vida le trajo desilusiones y una adversidad constante a la que lamentablemente se acostumbró. “Me gustaría que mis hijos disfruten y puedan vivir, y no sobrevivir como nosotras”, agregó.

Graciela y Ethel comparten la idea de que, tal vez, lo que más se desarrolla dentro de la cooperativa textil a la que pertenecen, es la creatividad. Sobre todo para ver cómo hacer para que alcance la tela y qué hacer con los pocos materiales y el dinero que ingresa.

GIORGINA

Afortunadamente, también Giorgina forma parte de la cooperativa. Es la mayor, llegó de Miramar hace unos años y vive, al igual que Ethel, en el barrio Parque Hermoso. Tiene cinco hijos y 13 nietos. Ella cuenta que ser mujeres les juega a favor, ya que “somos las que estiramos el dinero como buenas administradoras para que dure más”.

Giorgina carga en la mirada una historia por la que luchó. La vida nunca le resultó fácil y al día de hoy, sigue “peleándola para vivir”. Por lo pronto, en su humildad, está orgullosa de pertenecer a esta cooperativa textil, más que nada porque la experiencia le permitió “conocer mucha gente y dar una mano importante”.

Pero por sobre todo, cuenta que el compartir el trabajo con mujeres como Graciela, Ethel y Ángeles, le permitió “valorar más a la gente”. Y eso, a ella, le hace bien, como si fuera un respiro en medio de una vida que se le presentó siempre con adversidades.

TRABAJO EN GRUPO

Mientras algunas mujeres cortan, otras hilvanan y el resto cose. En parte, la cooperativa está organizada así para agilizar el trabajo, pero también por las pocas máquinas de coser con las que cuentan.

Para dividir mejor el trabajo, Ángeles Vismara contó que hace ya algún tiempo la cooperativa se descentralizó a través de sedes en diferentes barrios de la ciudad. “Es un aprendizaje constante y tenemos ganas de que esto crezca, de que vaya bien”, comentó.

Las “Mandarinas” sueñan con tener un local propio, aquel que les permita comercializar las prendas que producen, ya que hoy se las arreglan con venta en la calle, de boca en boca, a través de conocidos y en algunas ferias, a precios muy económicos.

También les gustaría producir más y mejores prendas, aunque para eso necesitan más máquinas, una capacitación mayor y más espacios de trabajo. Hace un tiempo Ethel terminó un curso de serigrafía y dice que le gustaría poder incorporar ese conocimiento, ya que “no es lo mismo vender una prenda lisa que una con buena estampa”.

A su vez, el obtener las telas sigue siendo un obstáculo. La mayoría llega a través de donaciones. Graciela guía a sus compañeras y cuenta que “de los retazos sacamos lo que podemos”.

Graciela dice que tener más máquinas sería ideal. Ethel acompaña el pedido, Giorgina lanza una sonrisa y Ángeles asiente. Sin embargo, cuentan que la materia prima es casi tan importante como sumar más compañeras con quienes seguir forjando lazos de amistad. Esos vínculos que las mujeres de la cooperativa “8 de Marzo” saben valorar. Ese calor humano que en muchas empresas se perdió hace tiempo. Ese compañerismo en extinción que les permite hoy sentirse un poco más incluidas y seguir luchando día a día contra la adversidad.

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08/03/2015