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24/03/2024

Anteponer la dignidad al miedo: la historia de un estudiante secuestrado en la Malharro

Guillermo Cángaro es uno de los cinco jóvenes que fue secuestrado en julio de 1976. Con 19 años, sobrevivió a la Base Naval y fue liberado en 1978. “Mi pelea es la palabra, el testimonio”, sostiene.

Anteponer la dignidad al miedo: la historia de un estudiante secuestrado en la Malharro
(Fotos: Qué digital)
Alina Rodríguez Martín

Por: Alina Rodríguez Martín

Guillermo Cángaro es uno de los sobrevivientes de la última y sangrienta dictadura cívico militar. En 1976, y tan solo con 19 años, fue secuestrado -a meses de recibirse- de la Escuela de Artes Visuales Martín Malharro por un grupo de tareas de la Marina y fue torturado en la Base Naval de Mar del Plata. Su liberación se dio recién después de un año y medio, período durante el cual estuvo detenido en la comisaría segunda de Mar del Plata, en Azul y en las cárceles de Sierra Chica y Caseros. Después de 32 años, y previo a declarar en la causa Base Naval II, finalmente pudo obtener el anhelado título y de esa manera antepuso la dignidad al miedo. 

Julio de 1976. Cinco estudiantes de la Escuela de Artes Visuales Martín Malharro fueron secuestrados en diferentes operativos por grupos de tareas de la Marina y trasladados a la Base Naval, que paradójicamente apadrinaba a la institución artística. Pero solo a Guillermo y a su compañera de curso, Patricia Molinari, los secuestraron en horario de clase, frente a la directora y a un grupo de secretarias. 

“Mi pelea es la palabra, el testimonio”, comparte Guillermo Cángaro en una entrevista íntima con Qué digital en la puerta del edificio que supo ser sede de la Escuela de Artes Visuales Martín Malharro y que ahora está ocupada por personas que viven allí. Se sienta en los mismos escalones en los cuales se sentó por primera vez para anotarse tras haber terminado la primaria. Observa las puertas altas que siguen intactas y en su nivel de detalle recuerda que la que está más a la derecha, sobre Funes, era la Dirección y la Secretaría, la misma de la cual hace casi 48 años fue secuestrado junto a Patricia Molinari. Sin darles explicaciones, los subieron a ambos un Ford Falcon verde y los llevaron directamente a la Base Naval. Casi dos años después, después de un extenso e incierto proceso judicial, en 1978 recuperó la libertad.

Previo al secuestro, las y los estudiantes no sufrieron ningún tipo de amenazas ni persecución. “Había militado, fue una investigación sistemática para el aniquilamiento de la oposición que estaba encarnada en dirigentes estudiantiles, sindicales, docentes. Lo hicieron predeterminadamente. Pero en mi caso, hacía un año que no militaba, ellos me catalogaban de pendejo, de perejil, no era un militante activo ni estaba en la lucha armada”, advierte.

Hoy, y a pesar de los discursos negacionistas que incluso reivindican la dictadura, Guillermo reafirma sus convicciones y por eso da su testimonio. “Creo que nosotros, como mis compañeros y compañeras damos testimonio, lo hacemos en nombre propio pero también por los que no pueden hablar porque los mataron. En momentos como estos es difícil procesar y da mucha impotencia, pero la indiferencia no es un camino para mí”, sostiene. 

ESTUDIANTES DE ARTES VISUALES SECUESTRADOS EN MAR DEL PLATA

Al terminar la primaria, las y los estudiantes interesados en dibujo, diseño o grabado se anotaban para continuar la formación en la Escuela de Artes Visuales Martín Malharro que funcionaba en Funes entre 9 de Julio y 3 de Febrero. “Nosotros hacíamos cuatro años, era como un secundario especializado, porque además teníamos dibujo, pintura, escultura, grabado, educación visual, psicología e historia de la cultura. Y después a partir de quinto año seguías la especialización”, evoca. 

Esos tres últimos años, Guillermo eligió especializarse en grabado, y eso fue de lo que se terminó recibiendo -después de mucha insistencia- en el 2008, ya con más de 50 años.

El 24 de marzo de 1976, en Argentina comenzó el denominado Proceso de Reorganización Nacional por parte de las tres fuerzas armadas. Cuatro meses después, en pleno invierno y tras un operativo de inteligencia, cinco estudiantes de la Malharro fueron secuestrados de manera clandestina. Los une tanto el horror de lo vivido como el haberse mantenido en silencio durante 40 años hasta que declararon en el juicio Base Naval II (2013)

El 5 de julio de 1976, entre las 16 y 17, Guillermo recuerda que estaba en el salón con sus compañeros. Era el último año de la carrera y una preceptora los llamó a él y a Patricia, ambos tenían 19 años. “Nos vino a decir que había unas personas que nos querían hacer unas preguntas y fuimos a la Dirección; vimos que había tres con sobretodos largos pasando la rodilla, de pelo corto, bigote, no tenían identificación”, describe. 

Y agrega: “La directora dijo: estas son las personas y nosotros dijimos: que nos pregunten lo que quieran. Pero nos dicen de llevarnos a un lugar. Ahí, cuando nosotros dudamos, nos agarraron del hombro, nos arrastraron y yo me acuerdo que me agarré en el borde de la puerta, me pegaron un tirón y (en la calle por Funes) había estacionados dos Falcon verde”. 

Como señala el libro “Mar del Plata ‘70: violencias, justicia y derechos humanos” (Editorial EUDEM) el 6 de julio de 1976 fue secuestrado Miguel en la esquina de Luro y San Juan y llevado a la Base Naval en un Chevrolet 400 de color verde. El 7, Ricardo, que ya había dejado los estudios a principios de año, lo secuestran en su casa. El sábado 24, siguieron con Graciela y su marido Héctor. Estos últimos, como la mayoría de los secuestrados por la FT6, fueron alojados en el edificio de la Agrupación de Buzos Tácticos.

Tras el secuestro, una compañera avisó a las familias. “Ella fue a mi casa porque vivía con mis viejos y les dijo lo que había pasado, así que eso fue lo que dio aviso a los demás de que había pasado algo raro”, sostiene.

Tiempo después, sus familiares lograron averiguar cuál era su situación. “Era todo nuevo, mi familia se enteró dónde estaba por el jefe del GADA 601, el coronel (Carlos Alberto) Barda que era el que estaba al mando de la zona que se llamaba Subzona 15. Todos éramos medio inconscientes, mi vieja entre valiente e inconsciente fue a verlo y eso contribuyó a todo el trámite legal”, dice. 

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De esa visita, la madre de Guillermo obtuvo una carta con sello del GADA que confirma su ubicación en la Base Naval. “Lo presenté como una prueba en el juicio (Base Naval II) y los fiscales decían que sería un pase de factura por algo que habría pasado interno porque los mandó al frente”, reconoce. 

DEL SECUESTRO CLANDESTINO A SER “BLANQUEADO” EN LA CÁRCEL

Desde la Escuela de Artes Visuales Martín Malharro hasta la Base Naval, Guillermo recuerda cómo fue el primer traslado: “Íbamos en el piso y nos habían atado las manos en la espalda, íbamos doblados, lo más chiquito que podía y un tipo nos tenía la rodilla sobre la espalda, era muy difícil respirar”.

A pesar de que nos habían puesto capucha cuando nos hicieron levantar nos dimos cuenta de que era la Base Naval. Los dos nacimos en Mar del Plata”, describe.

Apenas llegaron, los dejaron en carpas que del balneario Club Naútico, era pleno invierno frente al mar y los días continuaron a base de “torturas y golpes”. Como parte de los tormentos, Guillermo recuerda también cómo violaban a otras detenidas al lado suyo. “A mí, en general, me preguntaban por los demás que habíamos militado en la Juventud Universitaria Peronista (JUP)”, admite. 

Hacía un año aproximadamente que él ya no estaba militando activamente, pero en su momento junto a sus compañeros y compañeras, propiciaron tener un centro de estudiantes, para el que realizaban actividades artísticas y estudiantiles con el objetivo de conseguir diferentes materiales o calefacción para modelos vivos. “Luchábamos por cosas que hoy parecen básicas y lo eran. También teníamos actividades en la ciudad”, observa.

“Era una época de mucha ebullición, la militancia y el compromiso social eran muy comunes, por eso es que hubo 30.000 desaparecidos, porque frenar ese impulso era una cosa un poco difícil, salvo con lo que pasó con las fuerzas armadas con las torturas, la desaparición y la muerte, pero si no no hubiera sido tan fácil”, analiza el sobreviviente. 

Guillermo permaneció detenido clandestinamente más de un mes en la Base Naval: “Estuvimos 46 días secuestrados, yo tenía un jean y una campera Lee. Además del secuestro, la tortura, me hicieron tres simulacros de fusilamiento. Te buscaban a cualquier hora de la madrugada, te tiraban al piso y te martillaban con el arma y escuchabas que decían: ‘¿Qué pasa sargento, no le puso a la bala? ¡Uy, otra vez el servidor!’, un símbolo del sadismo”, relata. 

A sus 19 años, Guillermo pasó sus días entre el miedo y el desconcierto, sin “mucho preámbulo” por parte de quienes fueron sus captores. “En el mismo predio nos trasladaban de un lugar a otro en camiones, del Ejército, de la Marina. Dos tipos nos agarraban esposados y nos tiraban a la caja del camión, caías como caías. Un día de esos recorridos me llevaron a un lugar y me levantaron la capucha: ahí había un juez, un secretario y me dijeron que venían a tomarme declaración”, recuerda. 

Décadas más tarde, cuando declaró en la causa Base Naval II, los fiscales les explicaron a los testigos que este accionar era como “matar a alguien y en el lugar del hecho dejar las huellas marcadas en la pared”. “Es insólito que en el lugar donde estábamos secuestrados, la Justicia Federal nos tomó declaración porque eso consta en el expediente. Uno de los fiscales me dijo que nuestra causa la estudiaron en la facultad porque es paradigmática, es una cosa insólita”, resalta.  

“A nadie se le ocurriría si hace algo clandestino, totalmente ilegal en un gobierno de facto -que ya de por sí es algo ilegal- dejar las huellas de lo que hicieron”

En su primera declaración, dentro de la clandestinidad, Guillermo miró al juez y al secretario y soltó: “‘Yo no tengo nada que contarles. Ustedes me tienen que explicar a mí. ¿Qué hago yo acá? ¿Por qué me tienen secuestrado?’ Por supuesto que solo pusieron ‘el declarante se niega a declarar’, no puso lo que yo dije y firmé. Cuando te torturan firmás lo que te dicen. Otros se la aguantaron y murieron”.

Después de 46 largos días, finalmente los subieron a un colectivo del tipo escolar (un dibujante no pasa nada por alto y Guillermo conserva cada detalle como un tesoro). Cuando lo trasladaron, reconfirmó dónde se encontraban. “Nos hicieron subir a un colectivo, nos sacaron la capucha, estábamos esposados y vimos que era la Base Naval. No había dudas”, asegura. 

Guillermo continúa relatando cómo fue pasar de estar clandestino a ser “blanqueado”, es decir, pasar a ser un preso político, por lo cual dejó los centros de secuestro y tortura ilegales para pasar a dependencias oficiales como comisarías y cárceles, en el marco del estado de sitio.

“A los varones nos llevaron a la comisaría segunda, estuvimos un mes ahí. Vino la defensora oficial, ella quería buscar información que en realidad nos perjudicaba. Volví a decir que no entendía por qué me habían secuestrado y que no tenía nada que decir. La cuestión es que después nos dictaron prisión preventiva. Con esas declaraciones se inició una causa que justamente se llama ‘Cángaro y otros’ porque fui el primero que secuestraron”, refiere. 

Posteriormente, los estudiantes de la Malharro fueron trasladados a una cárcel de Azul en la cual estuvieron unos seis meses. Se acercaba fin de año y Guillermo fue trasladado nuevamente, pero esta vez el destino fue Sierra Chica, donde permaneció detenido un año. “En mi caso yo pedí ampliar la declaración, porque un compañero que era bastante mayor que yo me dijo: ‘Vos tenés que pedir la ampliación indagatoria y negar todo porque te estás autoincriminando’”, menciona. 

Luego de esa apelación, el secretario Leónidas Fiore volvió a tomarle declaración: “Le dije que era falso lo anterior, que me habían torturado y que no sabía ni lo que decía ni lo que había firmado”. 

“… libertad era un asunto mal manejado por tres
libertad era almirante, general o brigadier…”

La cúpula militar tenía la intención de concentrar a las personas detenidas “blanqueadas” en un mismo lugar para demostrar cierta “legalidad” ante la prensa y organismos de derechos humanos a nivel internacional que comenzaban a cuestionar los mecanismos utilizados.

Entonces, en 1977, de manera pública y a través de los diarios se publicaba qué presos políticos quedaban a disposición del Poder Ejecutivo como parte de las facultades impuestas ante el dictado del estado de sitio. En el caso de Guillermo, la Justicia lo absolvió y así fue que se enteró a través de un comunicado que “quedaba libre”. “Entonces a mí me declara libre la Justicia, pero no el Poder Ejecutivo”, sintetiza Guillermo. 

Sin embargo, previamente usó un recurso más para salir de la cárcel: “Me enteré que había un artículo de la Constitución que habilitaba pedir la opción para irme del país; no quería estar más preso porque no era garantía de nada: un compañero que me encontré un día en el patio me contó que a él lo llevaron secuestrado de la cárcel de Sierra Chica a un cuartel de Azul, ahí lo torturaron preguntándole por alguien que querían averiguar y lo volvieron a llevar de nuevo detenido ahí y el tipo estaba blanqueado ¿Qué garantía había? Ninguna, era al arbitrio de quienes tenían el poder”.

En 2021, la ex Unidad Penal de Caseros fue señalizada como un Espacio de Memoria. Según anunciaron en el acto, ahí fueron encarcelados militantes políticos, sociales y sindicales en diversos golpes de Estado, como el período de proscripción del peronismo y la implementación del Plan Conintes en la década del ’60. Según estimaciones oficiales, por dicha dependencia pasaron al menos 1.029 presos políticos.

Una vez más sin darle explicaciones, Guillermo recuerda su cuarto traslado. “Un día me dicen que prepare el mono, que era agarrar una frazada y poner todas las pertenencias adentro. Me subieron a un camión celular, me bajan y uno me dice ‘agachá la cabeza’ y subo por una escalerita y me di cuenta que era un avión y me llevan a Buenos Aires. Después me enteré que era la cárcel de Caseros, que ahí alojaban a las personas que habían pedido la opción para irse del país y yo me quedé esperando que mis viejos hicieran el trámite de pasaporte y junten la plata”, expone.

FINALMENTE, RECUPERAR LA LIBERTAD 

“En medio de la oscuridad, alguien pronunció mi nombre. Eran las 3 de la mañana del 21 de enero de 1978 (…) Cuando me abrieron el portón me sorprendió lo gigante que era el cielo”. Fragmento de un escrito de Guillermo Cángaro. 

Las denuncias a nivel internacional por violación a los derechos humanos era exponenciales, en el invierno de 1978 Argentina sería sede del Mundial de Fútbol y la mirada extranjera presionaba a las autoridades que querían mostrar una buena imagen del país. “Un año y medio después de mi secuestro me llaman y me dicen que prepare el mono; de nuevo me llevaron en un (camión) celular hasta la Coordinación General y sin explicarme, me abrieron la puerta”, recuerda Guillermo. 

“El policía me dio plata para tomar un colectivo para ir a la casa de mi tía en el barrio de Flores en Capital Federal. Cuando salí, atrás mío había otro policía armado y como era la Ley de la Selva, aunque no me alcanzaba el dinero, doblé y me tomé un taxi”, cuenta. 

Según su relato, eran las 7 de la mañana y hacía calor, unos 30°C. “Acostumbrado a los traslados y los golpes, me había puesto toda la ropa aunque era verano. Cuando subí, el taxista que iba con las ventanas abiertas me dice ‘qué calor’. Entonces me saqué la ropa hasta quedar en remera”, describe. 

Al llegar a destino, Guillermo bajó y tocó timbre para que le dieran más plata, pero como no salía nadie atravesó la reja por un hueco de cartas (30 x 40 centímetros). “Abrieron la puerta mi tía y mi vieja”, revive y así rememora cómo fue cerrar ese capítulo oscuro de su vida, tras haber estado 500 días detenido

Su libertad se dio en 1978, en plena dictadura. Con 21 años no pudo exiliarse por falta de recursos económicos, en una época en la que la comunicación no era tan directa como lo es ahora. “Mis viejos estaban averiguando en España pero no teníamos parientes directos, no había mail ni WhatsApp; primero te comunicabas con una operadora que te volvía a llamar si encontraba con quien comunicarte”, explica. 

OBTENER EL TÍTULO: UNA CUESTIÓN PERSONAL

Quedar libre en plena dictadura con 21 años y tras haber estado secuestrado y detenido sin una justificación razonable, pesa. La mente y el cuerpo quedan enajenados, cargados de culpa, de alivio, pero también con el peso de la persecución. Lo único seguro es la necesidad de supervivencia. “Seguía la dictadura. Se seguía secuestrando, torturando, matando, tirando gente al río y al mar, pero a mí no me pasó nada”, expone. 

No pude terminar la carrera, ni quise en ese momento. Mi viejo me consiguió un laburo en una agencia de publicidad que era de uno de los de hijos del periodista Elmer Uranga, tenía que bocetar avisos para los diarios. Se trabajaba de una manera totalmente analógica, así que como era un dibujante bastante bueno y casi terminaba una carrera, les pareció que podía andar, después fui haciendo otras cosas”, enuncia. 

Luego de esa experiencia, Guillermo trabajó en Canal 10, diagramando diapositivas que después salían al aire anticipando la programación. Así, pasó por diferentes trabajos porque toda su vida se dedicó al diseño gráfico. Sin embargo tenía una materia pendiente: recibirse en la Escuela de Artes Visuales Martín Malharro

Con la vuelta de la democracia, en la década del ’90 quiso finalizar la carrera. “En ese momento, la directora era Yolanda Finamore y le dije: ‘Sabés cómo fue la cosa, a mí me secuestraron, yo no abandoné la carrera, es más y no lo digo por pedantería, pero era abanderado, o sea no es la típica que venden estos no estudiaban o eran puro bardo’. No me pueden achacar que era mal estudiante, me estaba por recibir y quería buscarle la vuelta para poder terminar”, manifiesta. 

Sin embargo, la negativa por parte de las diferentes directoras -que habían sido sus docentes- continuó por décadas. Ya con 50 años, Guillermo se cansó, pero tenía una asignatura pendiente que “quería terminar” para así “sacarse esa espina clavada”. “Redacté una carta y la llevé al Consejo Escolar dirigida al área de artística de la Provincia. También fui a hablar personalmente y les sugerí que no busquen dentro de las normas, porque lo mío había sido una excepción. No dejé la carrera para irme de joda, a mí me secuestraron y en esta escuela fue la única vez que pasó y yo fui uno del grupo”, resalta. 

(Trabajo final de Guillermo Cángaro para la materia Grabado)

A la semana lo llamaron para poder concluir el año con tutores de diferentes materias, sin presencialidad, y así fue que tuvo que rendir cuatro materias. Para el examen final de la especialidad –grabado– Cángaro realizó un trabajo que actualmente continúa en la Malharro, cuenta su historia y permanece así en la memoria de las y los estudiantes.

“Hice un tótem cuadrangular como si fuera una pirámide truncada, con una ventana con un signo de interrogación todo pintado en negro con una plataforma y con ruedas. Una especie de caballo de Troya, como algo incómodo que no se lo pudieran sacar encima y que mientras no lo destruyan o lo rompan, eso va a estar ahí”, comenta. 

“MI PELEA ES LA PALABRA, EL TESTIMONIO”

Llegó la democracia, el Nunca Más de la Conadep y los Juicios de la Verdad, pero Guillermo y sus compañeros recién brindaron su testimonio en octubre del 2011, en la novena audiencia del segundo juicio contra los represores de la Base Naval de Mar del Plata. “Primero se hizo el Juicio de la Verdad pero no era vinculante. La gente iba, declaraba como pasó con la Conadep. Después me enteré que se estaba armando la causa y ahí me presenté y fui”, recapitula. 

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Recién en el 2019, como parte del juicio “Subzona 15 I”, la Justicia citó a algunos testigos y quienes querían podían hacer un “reconocimiento” en la Base Naval. “Ahí fuimos con el juez y había un abogado de derechos humanos. Entre algunas personas estaba Patricia, Ricardo (Valente) y me acuerdo que había un conscripto que había estado haciendo la colimba ahí”, apunta. Ese día pudieron recorrer todo el predio y decir qué recordaban, si las cosas que declararon estaban en el mismo lugar que antes y si les parecía que eran los espacios donde habían estado. “Fue eso, nada más, y ahí terminó”, indica. 

A 48 años del golpe de Estado, Guillermo comparte su historia porque lo que le pasó a él, a sus compañeros y compañeras “no se puede borrar de un plumazo”. Además, lamenta que el gobierno de Javier Milei, elegido democráticamente, tome medidas “contra el pueblo”.  “El sistema de ellos está basado en el odio y además en el egoísmo, en querer todo para ellos, en querer parar un pequeño círculo, entonces tiene una vigencia terrible lo nuestro porque es como volver a vivir la misma historia, por eso es tan triste después de tantos años”, lamenta.

Siento bronca e impotencia. Nos tenemos que refugiar en los pares que por suerte existen y somos muchos, pero claro, nosotros no tenemos poder ni plata. Es una debilidad tremenda

(Ilustración de Cángaro para el trabajo final, en 2008)

En el Día Nacional de la Memoria por la Verdad y Justicia, Guillermo reafirma sus convicciones, por su historia de vida y por las vidas de quienes ya no están. A pesar de lo atravesado, comparte su opinión sobre el contexto actual, porque si no siente que sería como “estar ante el pelotón de fusilamiento y aplaudir al que te está fusilando; sea como sea yo por lo menos me voy a rebelar”.

Guillermo no conoce otra forma de vivir más que siendo fiel a la palabra y la acción. Por eso, donde lo citen va y da su testimonio. Pero también distingue el peligro que hay detrás de los discursos de funcionarios y gobernantes que reivindican la última dictadura cívico militar, que “es mucho peor que el negacionismo”. Porque para quienes sobrevivieron al secuestro y la tortura “dar la cara cuesta mucho”. “Nosotros estuvimos 40 años en silencio”, repite como un mantra y parafraseando a Atahualpa Yupanqui, cierra “la rebelión es mi ciencia”.

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