Lunes 29 de abril | Mar del Plata
01/05/2016

PROvócame, el café del oro

Por Gonzalo Gobbi | Redactor de QUÉ

PROvócame, el café del oro

Coqueteando junto a él. Coqueteando junto a él, te encontré en aquel café. Le ponías piscas de sal a escondidas a su infusión en jarrita para amargarle la mañana. Más que coquetear, buscabas seducirlo. Más que seducirlo, intentabas convencerlo. Más que convencerlo, pretendías comprarlo. Más que comprarlo, intentabas apropiarte de su apoyo para beneficio propio. Más que intentarlo, ya lo habías logrado. Pero te volviste a equivocar y le pusiste edulcorante.

Pero tus ojos se clavaron en mí. Tus ojos se clavaron en mí, te miré y te hice sonreír. Supiste entonces que sabía bien lo que estabas haciendo. No tenías el pin radical abrochado. No tenías un sol asomándose sobre un óvalo rojo sostenido por una pluma ni un martillo. Tampoco había un apretón de manos entre laureles. Él, ni siquiera tenía símbolo más que la tecla de darle play a una vieja videocasetera.

Te noto tras sus pasos. Te escondes en su sombra. La oficina montada en el café de oro abre por las mañanas y los representantes con o sin escudo se reúnen en él entre miradas ajenas de sospecha, bajo la propia con expresión de estar haciendo lo que no corresponde.

Y no comprendo la razón. La política a veces tiene razones que el corazón no entiende. El café de oro funciona como escenario de reuniones tan útiles como innecesarias. Pero a veces la factura dulce llega salada a la mesa. Y no hay servilleta que alcance. Y la cuchara está manchada. Y la sal no sala y el azúcar no endulza. Y la propina atravesada por la confianza resulta por demás escasa. Él se va y vos no, porque en media hora hay otra reunión.

PROvócame. PROvócame, mujer, PROvócame. Decile que lo estas engañando. Decile que pensás pagar una medialuna menos. Avisale que es el décimo café de esa mañana, que antes hubo otros del lado opuesto de la misma mesa. Contale lo que hablaste con los tuyos, si los hay. Confesale lo que en realidad pretendés, si de verdad lo sabés.

PROvócame, a ver, atrévete. PROvócame, a mí, acércate. PROvócame, aquí, de piel a piel. Hacele saber que ese café es solo para vos y no para todos. Confesale que ya se te derramó el azúcar y que se te está estrujando el estómago por tanta cafeína por día en esa fuente sin oro. Decile sin miedo que no fuiste al barrio al que te necesitan, que los cortados te enjaularon las ideas y que a la reunión la cambiaste por ese otro café en la misma esquina. Y que te gustaría que te lo cobren más barato aunque la factura no llegue tibia.

Libérate de una vez. Ten valor y enfréntate. PROvócame. Pagá la cuenta, dejá propina y salí a la calle. Tendrás a pocos metros y a la vuelta historias más reales que el recuerdo y la nostalgia de viejas anécdotas enarboladas por el paso del tiempo. Habrá cerca alguien que duerme en la calle y te espera. Habrá ahí nomas una madre que pide ayuda para sus hijos. Tendrás a alguien que se encadenó, que montó una carpa, que vende lo que tiene a mano para subsistir. Encontrarás a alguien que no tuvo educación, pero podría tenerla. Verás a un trabajador disconforme, y charlas de café sin mesa, ni fuente, ni oro. Y revolver esa taza hasta enfriarla será tu mejor propina. PROvócame.

Me escribes y no firmas jamás. Llamas y no quieres hablar. Pero podés hacer un ejercicio. Difícil pero útil. Solo tenés que escuchar a quienes están del otro lado del vidrio. Mirá la mesa, mirá a quien tenés enfrente y pensá: “¿A quién estás ayudando?” Segundo paso. Pedí la cuenta, pagá lo que debés, dejá una propina acorde a tu sueldo a quien te sirvió, que al que no te sirvió igual le va a servir que te vayas. Tercero, tomá impulso y levantate. Retirá la silla y caminá hacia la puerta de salida. No, esperá. Te olvidaste el gracias y el saludo de despedida. El que quieras, no hay reglas en ese sentido. Si dice empuje empujá. Si dice tire, tirá. Y salí a la calle. Y caminá. Y observá.

PROvócame, al fin, enfréntate. PROvócame, mujer, excítame. Seguro te vas a ahorrar el próximo café y la mesa más poblada será una calle que se volverá de oro. Avanzá, mirá, hablá, preguntá, recorré, conocé. Pensá como digerirás esa infusión descafeinada. Es fácil. Del otro lado del vidrio del café de oro, al piso lo verás lleno de migajas. Y los demás que antes tomaron café podrán ayudarte a pasar el trapo sin esconder la mugre bajo la alfombra.

PROvocame, libérate de una vez. Ten valor, enfréntate. PROvócame y conquista mi amor.

Ver más: , , , ,

01/05/2016