Viernes 26 de abril | Mar del Plata
08/03/2022

Lulú, la imprentera que apostó por la contracara de las relaciones laborales

#8M | Mujeres cooperativistas

Lulú, la imprentera que apostó por la contracara de las relaciones laborales
(Fotos: Qué digital)
Celeste Verdicchio

Por: Celeste Verdicchio

Entre el olor a tinta y a fotocopia recién hecha, las maquinarias imprimiendo a toda velocidad y el pañuelo violeta que se asoma en su espacio de trabajo -casi como marcando su identidad y lucha feminista- se encuentra ella, la referente de la cooperativa Contratapa del Centro Cultural América Libre: Lucía Ayelén o “Lulú”, como la llaman todos los que la conocen. Y aunque el rubro de la imprenta estuvo -históricamente- asociado a los varones, hoy la cooperativa gráfica la llevan adelante cuatro mujeres trabajadoras, quienes, bajo el cuestionamiento del modelo de producción de capitalista, crean productos contrahegemónicos como la “no agenda”. 

La historia de Lulú como cooperativista comienza con el sentimiento que atraviesa a muchas mujeres: mamá reciente y con el hastío constante de un sistema laboral explotador con jornadas de hasta catorce horas por día. En aquel momento -año 2008-, comenzaba a estudiar la carrera de Sociología, luego de su reapertura tras la última dictadura cívico militar en el país. A la par, decidió introducirse en el mundo de la militancia estudiantil.

Pero fue al poco tiempo de comenzar a militar que fue mamá. Y, como dice Lulú, estudiar y ser mamá soltera es prácticamente imposible. Sin embargo, hay algo a lo que nunca pudo renunciar del todo: su militancia, que se fue transformando a lo largo del tiempo. En una nueva apuesta, Lulú comenzó a estudiar diseño en la Escuela de Artes Visuales Martín Malharro, pero no pudo finalizar por la demanda de tiempo que conllevaba ser madre, trabajar y estudiar, todo al mismo tiempo. 

A su gusto por el diseño tampoco lo abandonó, pero revela que “al no tener un título nunca se me ocurrió pensar que trabajar de eso que me gustaba era posible”. Su paso por la Malharro y su forma de ser tan autodidacta fue lo que la llevó del Paint al Corel y de los volantes y afiches a los murales para la organización en la que militaba: “Me empecé a interiorizar cada vez más en cómo funcionaba. Me gustó y le metí”, cuenta. 

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Después de haber trabajado en distintos rubros como kioscos, hoteles y comercios de la ciudad, Lulú consiguió un puesto laboral como secretaria administrativa: “Tenía que mantener a un niñe y comprar pañales”, admite. Y aunque reconoce que el trabajo era “bueno”, no era lo que le gustaba: “Terminé sin el apéndice y con ataques de pánico. Era un trabajo muy desgastante y tampoco era algo que me interesaba”.  A eso, Lulú le suma la problemática del rol de la mujer: “El secretariado administrativo es un rol que está muy ligado a la mujer, porque las mujeres ‘cuidamos’ las cosas y podemos hacer varias cosas a la vez, llevar la carrera mental de la gente”.

Mientras tanto, en 2014 nacía la semilla que luego se transformaría por completo y daría sus frutos para lo que hoy es Contratapa, una cooperativa gráfica liderada por mujeres trabajadoras y cooperativistas. En ese momento, uno de los compañeros de militancia de Lulú, docente, en el afán de sumar una “changa” más a fin de mes, comenzó con un emprendimiento de fotocopias, módulos y notas, ofreciendo a sus colegas un servicio de impresión. 

Además de la necesidad de sumar un poco más de dinero a fin de mes, Lulú contextualiza la situación que atravesaban muchos sus compañeros y compañeras de militancia: “Muches militábamos y a la vez éramos -somos- marplatenses. Sabemos que la temporada es romperse catorce horas de trabajo, ser negreado en todas sus formas”. En respuesta a ello, apareció el espacio que hoy consideran su casa: el Centro Cultural América Libre “que siempre fue un tubo de ensayo para pensar alternativas”. 

Así fue que -según cuenta Lulú- nació naturalmente un espacio para pensar alternativas de trabajo y cómo son las relaciones laborales dentro de este sistema capitalista. “La idea de una cooperativa nos fue seductora, cómo podría ser eso”, cuenta. Además, suma una característica sumamente relevante: muchas y muchos de ellos se organizaban típicamente a partir de asambleas, de ahí que quisieron “un tipo de trabajo que tuviera una forma asamblearia”. 

Aquel compañero docente, que comenzaba con su emprendimiento de fotocopias en 2014, supo que “más que para zafar, tenía potencial para otra cosa”. Y, a partir de ese convencimiento, invitó a sumarse a otro compañero. Finalmente, un poco más tarde, se sumaría Lulú en 2015, con sus dos trabajos en paralelo: el secretariado administrativo y la imprenta. 

“En ese momento funcionábamos en el entrepiso del América y éramos Cartuchocho (2014), como si fuera un cartucho feliz. Pero al poquito tiempo mutamos al nombre C8 [bajo la influencia de Lulú]. Después nos mudamos al piso de acá abajo, que fue el primer paso grande y cuando se decidió armar la cooperativa. Tenía otra proyección con nosotres tres”, revela la imprentera. En sus comienzos, el emprendimiento funcionaba con la impresora que compró el docente que inició el proyecto. Luego se sumó el insumo de una computadora que “algún conocido donó”. 

EL SURGIMIENTO DE CONTRATAPA, UNA COOPERATIVA CON MIRADA FEMINISTA 

Aunque la cooperativa nació originalmente con diversidad de géneros entre sus miembros, hoy la componen solo mujeres, algo que “fue sucediendo, se dio naturalmente”. Hoy, las cuatro compañeras que constituyen Contratapa no se piensan de otra forma que no sea bajo los cristales violetas. Según ellas, la configuración de mujeres en una cooperativa “tiene un potencial enorme”

“Tenemos mucha vinculación con la Universidad Nacional y trabajamos con estudiantes de Ciencias Económicas y Sociales que realizan sus prácticas. También trabajamos con la tesis de una trabajadora social y actualmente con la tesis de una estudiante de ingeniería”, cuenta Lulú. Pero además de organizar sus sistemas de gestión y lograr un mayor control sobre sus números, fue con la tesina de la trabajadora social que se sintieron interpeladas por la configuración de ser todas mujeres.

“Con la tesis de la trabajadora social hicimos una sistematización de experiencias que era sobre feminismos. La compañera nos hizo, en aquel momento, la pregunta de si sentíamos alguna diferencia al haber quedado todas mujeres”, explica Lulú. 

Y agrega: “En ese momento le dije que no, que no sentía una diferencia. Pero después me quedó resonando la pregunta y empecé a ver ciertas cosas como ‘ah, mirá, siempre era yo la que barría’ o, por ejemplo, el hecho de que siempre hablaba yo con los proveedores y tenía buen trato mientras que mi compañero varón siempre se terminaba peleando”.

Según la imprentera, que la cooperativa esté compuesta por mujeres lo transforma en algo más, con una mayor potencialidad, “se conforma un espacio de contención, que es diferente estando con varones, no por la conflictividad en sí sino porque se crean y se configuran otros vínculos que en este momento nos resuenan muchísimo”.

Aunque ser todas miembros mujeres de la cooperativa no haya sido una decisión previa sino “todo lo contrario”, aseguran que tener una perspectiva feminista en sus relaciones laborales está en su impronta. De algo -afirman- están completamente conscientes: saben de su potencial y lo que las diferencia de una empresa. “También nos parece interesante sumar diversidad, dar la discusión del cupo laboral trans y poder ser un espacio que abra puertas”, revela Lulú.

“Somos una cooperativa, entonces la relación con el trabajo y con nuestro hacer también es un valor del producto, que la persona que nos compra sepa que lo que hacemos se hizo sin que ninguna haya sido denigrada, de forma consciente. Esto nos parece súper valioso y es parte de lo que elegimos, porque elegimos cooperativizarnos, no tener un emprendimiento. Nos cuestionamos nuestras formas de decir las cosas y de hacerlas, y eso se ve reflejado en nuestros productos”, afirma la referente de Contratapa. 

LA BÚSQUEDA DE LA IDENTIDAD 

De Cartuchocho a Contratapa no solo pasaron diferentes personas con sus historias particulares y la necesidad concreta de trabajar, sino también su búsqueda por la identidad colectiva y la lucha incansable por otras formas de trabajo más dignas y solidarias. Pero, como al resto de las cooperativas de la ciudad y del mundo, también las alcanzó la pandemia y su resabio. 

“La pandemia fue un momento súper crudo para nosotras. Ya veníamos de un momento económicamente difícil, aún bajo el nombre de C8 haciendo impresión y diseño, y en medio de la pandemia nos surgió un momento de ‘oportuncrisis’ donde nos preguntamos si cerrábamos y nos poníamos a vender cada una por su lado lo que sea para sobrevivir a la pandemia como hizo mucha gente, o bien aprovechábamos el momento para hacer un proceso de reestructuración y debatir qué queríamos”, cuenta Lulú. 

Pero un golpe de suerte dio un giro positivo en su historia cuando lograron gestionar el subsidio que ofrecía el Ministerio de Desarrollo Social, “Manos a la Obra”, que apuntaba justamente a las cooperativas y otras actividades de la economía social y solidaria, para que pudieran renovar su equipamiento y fortalecer su proyecto a través de máquinas e insumos. 

“Tuvimos mucha suerte porque estuvimos a nada de cerrar. Con el subsidio Manos a la Obra compramos nuestras propias máquinas y ahora somos dueñas de los medios de producción. También dejamos de alquilar y al tener mayor influencia sobre el costo de las cosas ampliamos la discusión de qué queríamos como cooperativa, hacia dónde nos proyectamos”, recuerda la referente. 

La “oportuncrisis”, como les gusta llamar al difícil momento que atravesaron en la pandemia, les brindó la oportunidad de debatir, puertas adentro, cuál era su identidad, qué querían de la cooperativa y hacia dónde se proyectaban.

Nos dimos cuenta que queríamos cambiar el nombre, la estética. Porque nos resultaba irónico, trabajamos con emprendedores y sabemos lo importante de que el logo transmita o resuene. Y en casa de herrero cuchillo de palo: nosotras no teníamos ningún vínculo emocional con el nombre o los colores. No transmitía nada del potencial de la cooperativa.

Fue así que las integrantes de la cooperativa se dieron un tiempo para ese “proceso de identidad” que a su vez repercutió en que comenzaran a elaborar sus propios productos: “Una de las cosas que se transformó -muy del feminismo-, fue pensar en el deseo, qué es lo que deseamos. Porque nosotras nos comparábamos con otras imprentas grandes de la ciudad y pensábamos ‘cómo hacen para tener la copia más barata’. Pero después de debatirlo y pensarlo nos dimos cuenta que no nos interesa ser como esas gráficas. Sencillamente no queremos”.

“Al ser una ciudad turística hay un montón de gráficas relacionadas al marketing y a la publicidad. Y eso también lo problematizamos, pensar qué rol tenemos nosotras respecto al consumo de ciertas cosas y a la contaminación visual. ‘¿Queremos, realmente, que vengan a imprimirse metros y metros de lona de banner que van a estar colgados dos minutos para una fecha? ¿Realmente lo queremos hacer?’”, se cuestiona Lulú junto a sus tres compañeras. 

LA ELECCIÓN DEL NOMBRE

Después de meses de debatir, las imprenteras llegaron al mejor y máximo acuerdo posible ya que “elegir un nombre nunca es fácil”. Pero minutos previos a la impresión de la tapa de uno de sus productos, que saldría con el logo y el nombre nuevo que ya habían consensuado, Lulú exclamó lo que daría una vuelta de tuerca a su identidad: “¡Esperen que imprimo la contratapa!”

“En ese momento [silencio] las miré a mis compañeras y dije ‘Contratapa cooperativa’ y una de las chicas me dijo ‘no, no, me encanta’, y bueno, después de meses de discutir el nombre, lo terminamos definiendo por audio y quedó ese”. 

¿Por qué “Contratapa”?

— Contratapa nos pareció que justamente reflejaba eso a lo que estábamos queriendo poner en valor. Nosotras como trabajadoras somos la contratapa del proceso productivo, lo que no vas a ver pero que es lo que lo sostiene y lo hace posible. Lo que complementa eso que vas a usar. Y también Contratapa porque de alguna forma define esta nueva etapa que tiene que ver con querer hablar más del proceso que está detrás y generar un debate de lo que hacemos, hacer que te cuestiones por qué necesitarías este producto. Dentro de nuestros productos hicimos las agendas docentes en las que trabajamos un concepto, eso nos lleva todo un trabajo de investigación que está detrás. Las agendas de María Elena Walsh no solo tienen poemas, también reivindicamos su papel como artista, su personaje en la cultura popular, ella como lesbiana en un mundo que era súper binario en aquel momento. Con las agendas de Paulo Freire lo mismo. Se cumplieron 100 años de su nacimiento y su legado en la educación y no sacamos un cuaderno con su cara simplemente. Trabajamos en un concepto y lo reivindicamos.

DE LA REFLEXIÓN A LOS PRODUCTOS “CONTRAHEGEMÓNICOS”

Durante la pandemia, la “oportuncrisis” que atravesó Contratapa no solo las ayudó a descubrir cuál era su identidad y dónde estaba el foco de su deseo, sino también sus líneas de trabajo. Además de los servicios típicos de imprenta -fotocopias, impresiones, diseño, librería, anillados, plotter, plastificados y laminados- la cooperativa encontró otras alternativas de trabajo posibles basadas en el ambientalismo popular y la economía circular.

Así surgió la “no agenda”, el primer producto propio hecho durante la pandemia: “La pregunta fue ¿hacemos una agenda en mitad de una pandemia?, ¿cómo se planifica en tiempos de incertidumbre? Esa reflexión estuvo buenísima porque también nos llevó a pensar en que hay una especie de mandato de la organización del tiempo en el capitalismo”, explica Lulú.

“Y un mandato de la productividad: el ser ordenado, eficaz y planificar de acá a un año todo lo que vas a hacer. Entonces uno iba y se compraba una agenda, con la idea de organizarse y ser un ‘adulto productivo’, y a mí me pasaba que tenía súper organizadas las dos primeras semanas, después me colgaba y no la miraba más. Te encontrás todo el año sosteniendo un producto que lo que hace es generarte culpa y desperdicio de papel”. 

Fue a partir de esa reflexión y luego de identificar que a muchas personas les sucedía lo mismo, que nació el producto de la “no agenda”: “La vas a usar al 100% porque es atemporal. De hecho, tiene más de 60 semanas, o sea más de un año. La podés arrancar en mayo, agosto, cuando vos quieras”. 

Al igual que las agendas docentes de María Elena Walsh y Paulo Freire, las no agendas también trabajan en un concepto. Para “este año”, por ejemplo, las cooperativistas eligieron trabajar en un diseño de carpinchos que además de tener stickers y ser atractivo visualmente, pone en discusión la Ley de Humedales con información en sus hojas, algo que “a la gente le resonó muchísimo”. 

“Otra de nuestras líneas de trabajo es la línea reciclar. A partir del concepto de economía circular hacemos cuadernos y anotadores chiquitos con recortes de las hojas de las agendas, sobrantes de los anillados y retazos que nos da una cooperativa textil. Funcionaron muy bien y no generamos residuos”, explica Lulú. 

En la misma sintonía, se focalizaron por el ambientalismo popular aunque -aseguran- es un gran desafío dentro del rubro y más al pensar en los dueños del papel: “Si mirás nuestros productos te encontrás con que no es papel reciclado sino papel de caña de azúcar, un papel beige que no tiene fibra de árbol ni blanqueadores. Se utiliza el residuo del azúcar y no se talan árboles. Pero ¿quién hace el papel?, Ledesma. Entonces es una alternativa que encontramos pero que nos pone en otra discusión”, se cuestiona.

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Otra de sus líneas de trabajo es la producción híbrida en la que sellan sus productos y combinan la máquina y lo manual: “Si queremos tener un determinado material y este material grueso rompe la máquina, entonces lo sellamos nosotras. Hacemos un proceso de diseño, después lo intervenimos y eso nos da también la posibilidad de hacer todos productos diferentes, sellados por nosotras y sin depender tanto del canon”. 

Todos estos productos vieron su éxito tanto en las ventas de su espacio en el América Libre como en la feria de emprendedores del Unzué, donde “fidelizaron” a muchos y muchas compradores que luego han pasado el “boca en boca” y que “nos han buscado redes, preguntándonos si hacíamos envíos a otras ciudades, algo que está buenísimo”. 

LOS DESAFÍOS DEL TRABAJO COOPERATIVO 

De algo están seguras las imprenteras y es que, lejos de todo romanticismo, no se puede idealizar al proceso cooperativo porque está inserto dentro de un sistema que no lo es. A eso, hay que sumarle la historia patriarcal que ha definido a lo largo de todos estos años qué puestos de trabajo son de hombres y cuáles de mujeres: “El rubro de la gráfica es muy de varón”, aseguran. 

¿Cuál es el mayor desafío del trabajo cooperativo? 

— Para mí tiene que ver con el cambio cultural. Creo que hay una visión respecto al emprendedurismo y al cooperativismo muy aniñada, muy de lo solidario, esta idea de ‘gente buena que hace cosas artesanales, cosas chiquititas’. Y para nosotras el trabajo cooperativo tiene otra potencialidad. Estamos hablando de otro paradigma de trabajo completamente diferente y posible. El problema es que estos paradigmas no se asumen, no se les ponen fichas por una cuestión política. Es una batalla cultural que aún no está dada, que quizás empezó a tener mejores condiciones con la pandemia con mucha gente que replegó. Y digo que se trata de algo cultural porque tiene que ver con volver al tejido, a la idea de comunidad. Me parece que el gran desafío es ese, hacer carne de que se puede trabajar de otra forma con la dificultad de estar haciéndolo dentro de este otro paradigma. Y también está la persona consumidora, que tiene que hacer una apuesta al pensar en qué productos compra.

Otro de los grandes desafíos tiene que ver con que el gremio gráfico “es muy de varón”. Y no solo por el aprendizaje del oficio en sí mismo, sino por la compra de bienes e insumos y la cadena de producción. Allí aparece el papel del proveedor y un conocimiento sobre las maquinarias que, como con una suerte de recelo, se lo ocultan a las mujeres cooperativistas.

“Tenemos muchos problemas con las máquinas que compramos porque no nos dan bola. No te dicen nada. Todo este mundo de las máquinas está súper controlado. Compré la máquina pero aunque sea mía no tengo acceso a todo. Hay una parte de la máquina que requiere la contraseña del técnico que está autorizado por y solo él te la puede dar. Es un sistema en el que solo hay varones y en el que muchas veces te tenés que pelear. Pedís un papel y te traen otro y así sucesivamente. Nos ven que somos mujeres y les molesta”, afirma.

Ante estos desafíos, Lulú pone énfasis en que trabajar en una cooperativa no es como un “puesto de trabajo” más. “La persona que entra a trabajar tiene que tomar la decisión de cooperativizarse, de ponerle cabeza. Es toda una decisión”, afirma. Se trata, entonces, de un ejercicio constante de pensar y de ser “consciente en tu hacer”, algo que funciona solo si se piensa integralmente: “si la piensan entre todes, no entre dos personas”. 

Shakira, una de las miembros más recientes de Contratapa que se sumó a principios de la pandemia, se interiorizó en el aprendizaje del funcionamiento de las maquinarias durante los meses en los que la cooperativa estuvo cerrada al público por la situación sanitaria. Sin embargo, advierte que le llevó mucho tiempo, “meses y meses de aprender a usar a las máquinas y el Corel”. 

Para ella, “la cooperativa no tiene comparación con ningún otro trabajo”. “Es tener la posibilidad de organizar tus horarios, de hablar con tus compañeras sobre cómo te sentís, de que todas cumplamos la misma cantidad de horas de trabajo, que tengamos el mismo sueldo y que no dependamos de un jefe. A veces se vuelve difícil porque hay cuentas y muchas cosas que pagar, hay que sostenerlo y todo eso recae sobre nosotras. Pero al mismo tiempo es eso mismo lo que nos da la posibilidad de seguir creciendo, tratando de dar siempre un paso más hacia adelante”.

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08/03/2022