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15/06/2024

Malvinas: sobrevivir al ataque del Crucero Belgrano y escribir para sembrar memoria

Carlos Waispek es uno de los sobrevivientes del ataque que ordenó Margaret Thatcher que provocó 323 muertes, casi la mitad del total durante la guerra. Su relato e historia.

Malvinas: sobrevivir al ataque del Crucero Belgrano y escribir para sembrar memoria
(Fotos: Qué digital)
Celeste Verdicchio

Por: Celeste Verdicchio

“(La guerra) es un fantasma que lo vamos a llevar de por vida. No queremos sacarlo, porque es la única manera que tenemos de malvinizar para dejar en la memoria que hay héroes que no se deben olvidar”, 
Carlos Waispek.

El ataque al Crucero ARA “General Belgrano” sucedido el 2 de mayo de 1982, su hundimiento fuera de la zona de exclusión y el número de víctimas que se cobró −casi la mitad del total de los caídos durante la Guerra de Malvinas− es, sin dudas, una de las marcas más dolorosas que dejó el conflicto del Atlántico Sur.

El ataque del submarino “Conqueror” ordenado por Margaret Thatcher, dejó un saldo de 323 víctimas de los 1.093 tripulantes que llevaba el Belgrano. Y Carlos Waispek es uno de los sobrevivientes: tenía 19 años cuando recibió la carta que le informaba que debía sumarse a la tripulación. Hoy tiene 61 años y vive en Mar del Plata desde el 2004.

Su diario de guerra −el único de ese tipo respecto al Belgrano−, en el que narra su vivencia personal desde la embarcación hasta el día del hundimiento, terminó plasmado en el libro “Balsa 44” y en una entrevista con Qué digital repasa no sólo esos momentos sino también cómo fueron las horas cruciales a la espera del rescate y, lo más duro, el regreso: entre la “desmalvinización”, torturas de sus superiores, un intento de suicidio y las secuelas físicas y psicológicas que dejó a cientos de jóvenes la Guerra de Malvinas.

EL SORTEO 

Carlos estaba en la pinturería “La industrial” con su compañero de trabajo en Santa Rosa, La Pampa, cuando escuchó por radio la combinación de los números “9/17” y supo que había salido sorteado para ingresar a la Marina. Pero nunca imaginó que, poco tiempo después, estaría por primera vez arriba de un buque en el mar, precisamente en el Crucero ARA “General Belgrano”, uno de los más importantes de la flota nacional. 

La llegada a la Base Naval Puerto Belgrano ubicada en Punta Alta −al sur de la Provincia de Buenos Aires−, devino después de meses de instrucción en el “Campo Sarmiento” en donde, fiel al propósito del servicio militar obligatorio instrumentado desde 1901 hasta 1994, miles de jóvenes vivieron en primera persona la disciplina que se instrumentó, en muchos casos, a través de la coerción.

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“¿Qué aprendimos? Valores. A extrañar a nuestros viejos. A recibir órdenes, a no poder decir que no. A acatar. A lavarte la ropa, a levantarte con el toque de diana o con el grito de ‘¡Arriba!’. A acostarse temprano. Era algo muy estricto con los horarios, pero yo no me quejo de eso”, relata Carlos.

En su libro, además de recuperar el diario de guerra que sobrevivió en la balsa e incluso a su caída al mar, narra lo que vivió en la época de entrenamiento, previo a la partida del Belgrano, en lo que fue también su paso por el Centro de Instrucción y Adiestramiento en Técnicas y Tácticas Navales. 

DE LA “ALGARABÍA” A SUBIRSE AL BELGRANO

El estallido en los medios de comunicación por el desembarco del 2 de abril en las Islas Malvinas diseñado por el entonces gobierno de facto provocó una total “algarabía” entre los jóvenes de la Marina aunque “nadie se imaginó qué más iba a suceder. ¿Qué otra cosa podía pasar?”, recuerda Carlos. 

En principio y extrañamente, el 7 de abril sus superiores le concedieron a Carlos un permiso especial para ir a visitar a su familia, días antes de Semana Santa: “Nunca nos imaginamos por qué. Llegué y la vi llorando a mi mamá. ‘¿Qué pasa viejita?’, le pregunté. Hijo, sé que te van a llevar a la guerra y si no volvés yo me muero, dijo. ‘No vieja, ya mandaron gente. Tranquila, no va a pasar nada’, le contesté”. 

Pero el instinto de su mamá no falló. Para su regreso a la base, a Carlos lo esperaba la carta que decía que tenía que subirse al crucero Belgrano el martes 13 de abril. “Lo primero que se me cruzó fue mi vieja. Fui a ver a un tío mío que era jefe ahí y me dijo que no iba a pasar nada. Van a ir al sur, ¿vos no querías navegar?, me decía. Pero él tampoco se imaginaba nada”, relata.

La historia de Carlos Waispek, sobreviviente del Crucero Belgrano.

Con 1.093 tripulantes, el 16 de abril de 1982 el Belgrano zarpó desde la Base Naval Puerto Belgrano rumbo a Tierra del Fuego. Llegaron, recuerda Carlos, el 22 de abril al puerto de Ushuaia para encarar un entrenamiento intensivo de pocos días. 

“Yo buscaba una oficina que había en donde va el papel. Fui y pregunté dónde me tocaba de furriel (término utilizado por las fuerzas armadas para referirse a los cabos que tienen bajo su responsabilidad la distribución de suministros). No, ¿qué furriel?, me dijeron. Fijate allá el disparador de cañón. Bueno fui y me fijé en el listado y sí, me tocaba el cañón”, narra y asegura que en ese instante no sintió miedo y que, más allá de su corta preparación e inexperiencia, aprovechó esos días para aprender lo que pudo.

Con la bandera “puesta en el pecho”, describe, aprendieron a limpiar, cargar y descargar cañones, en paralelo a los simulacros que realizaban: “Nos fueron organizando. Gracias a eso nos salvamos tantos. Si no, no se salvaba ni la mitad”. 

Carlos Waispek junto a otros sobrevivientes de La Pampa en Casa Amarilla, la sede central de la Asociación Amigos del Crucero Ara “General Belgrano”.

2 DE MAYO: LA ORDEN DE ATAQUE

El crucero Belgrano, junto a los destructores ARA “Piedra Buena”, el “Bouchard” y el buque petrolero YPF “Puerto Rosales” conformaron durante la Guerra de Malvinas el grupo de tareas “GT 79.3”. La misión del Belgrano, puntualmente, era mantenerse fuera de la zona de exclusión de 200 millas impuesta por los británicos para delimitar las acciones bélicas, vigilando las intenciones de las fuerzas enemigas. 

Pero el 1° de mayo, en paralelo al bombardeo de aviones británicos a la pista de Puerto Argentino, el submarino británico HMS “Conqueror” detectó al Belgrano y lo persiguió desde cerca. El Belgrano, según denuncia Carlos −como parte de un capítulo que luego terminaría en torturas y amenazas−, no logró detectarlo “porque el sonar estaba roto”.

Fue la ex primer ministro británica, Margaret Thatcher −admirada y elogiada por el presidente Javier Milei−, quien “orgullosamentedio la orden del ataque al Belgrano, a pesar de encontrarse fuera de la zona de exclusión, sin previo aviso o ultimátum.

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“Habíamos entrado el primero, pero el 2 ya habíamos salido de la zona de exclusión. Estábamos 10 millas afuera. Años después, el comandante me dijo que la misión era dar la vuelta y llegar a las Islas Georgias del Sur para recuperarlas”, relata Carlos.

¿Cuál fue el inconveniente? No poder detectar al Conqueror porque el sonar estaba roto

A las 15:57 nos dispararon. Después nos enteramos que de tres torpedos, dos pegaron y uno pasó de largo y quedó incrustado en el Bouchard, aunque no explotó. Ellos vieron que esto (el conflicto) se les estaba yendo de las manos y que también se venía el invierno”, analiza y agrega: “Ellos mismos, después, halagaban a los soldados argentinos que sin tener nada combatían y aguantaban el frío. Nosotros peleamos contra potencias”, sostiene.

La historia de Carlos Waispek, sobreviviente del Crucero Belgrano.

El Crucero ARA “General Belgrano”.

LAS HORAS EN EL MAR

De origen estadounidense −había sobrevivido al ataque a Pearl Harbor en la Segunda Guerra Mundial−, el Belgrano tenía unos 185 metros imponentes de largo y al momento del impacto, narra Carlos, el buque “se levantó como un metro en el aire”. En ese momento, él estaba junto a sus compañeros de guardia escuchando el clásico Boca−River con una radio en la que apenas encontraba algo de señal: “Se empezó a mover y a explotar todo. El depósito de combustible de petróleo explotó, me cayó un poco”.

Los 15 metros de la proa del buque, producto del ataque, “desaparecieron”. Los superiores, recuerda Carlos, pedían ayuda para “los que salían de la parte de abajo” del Belgrano: “Obviamente verlos era impactante. A algunos les faltaban pedazos de cuerpo, otros estaban lastimados o quemados. Todo lo peor que se pueda imaginar. Eran alrededor de 700 los que estaban en la parte de abajo, arriba solamente nos habíamos quedado los que estábamos de guardia, unos 390”.

A las 16:23, el comandante del crucero Belgrano, el capitán de navío Héctor Bonzo, dio la orden de abandonar el buque que había comenzado a irse a pique. Las inclemencias climáticas y el mar bravío, recuerda Carlos, complicaron las maniobras con las balsas porque “las olas medían de 8 a 12 metros y la temperatura del agua estaba a 20 grados bajo cero, con viento de más de 100 kilómetros por hora”.

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Bajo ese panorama, la tripulación del Belgrano no tuvo más opción que tirarse de un salto a las balsas, aunque en un mar en esas condiciones, muchos no alcanzaron a lograrlo: “La primera balsa se infló y fueron como 10 o 15. A mí el agua me llegaba cada vez más arriba y escuchaba el ruido por las tuberías, como en las películas”. 

Pero tenía miedo de tirarme. Ahí comprendí lo que era el miedo. Cuando la balsa hace el movimiento, tenés un segundo. Si le errabas, fuiste 

“Tenía un compañero, Piedrabuena, con el que compartía la taquilla donde uno guarda sus pertenencias. Él tenía fotos de la mamá, del papá, un hermano, los perros. Y lloraba. Un día le dije ‘Che loco, pero ¿por qué llorás?’, porque nos va a pasar algo, dijo como un presentimiento. Ese día (2 de mayo), pasó corriendo y me dijo ¡Viste!, ya nos habíamos hecho amigos. Andá andá a la balsa, después nos vemos, me dijo. Yo tenía más miedo que él. Y en la balsa 42 en la que fue él, murieron todos”, relata.

La historia de Carlos Waispek, sobreviviente del Crucero Belgrano.

Cuando decidí arrojarme a la 44, no me di cuenta que alguno que había perdido su balsa, vio esta y venía corriendo. Cuando saltamos chocamos, nuestros cuerpos rebotaron. Caímos afuera de la balsa, pero alcanzamos a agarrarnos de las cuerdas. Recién ahí me di cuenta que el salvavidas lo tenía en la mano, a tal punto era mi miedo

Empujar y empezar a remar con los propios brazos, bajo la orden del segundo comandante que “no estaba destinado a esa balsa, pero perdió la de él y se arrojó a la nuestra”, sumado al movimiento que provocó el ancla del buque cuando cayó mientras el mar “los absorbía” por el propio hundimiento, fue lo que mantuvo la balsa a flote.

“Cuando estábamos a 50 metros, el segundo comandante dijo que entonemos el himno. Vimos al crucero hundirse lentamente y lo último que se vio fue la bandera argentina, como despidiéndose”, rememora Carlos. 

Pero, con la ilusión de que ya había pasado lo peor, comenzó un nuevo capítulo: un rescate que tardó más de 20 horas y en algunos casos, hasta 43. 

EL RESCATE 

Según datos oficiales, el operativo de búsqueda y rescate de los posibles sobrevivientes inició a 6 horas del naufragio. Las aeronaves “Neptune” partieron desde Río Grande y volaron por 9 horas, a muy baja altitud, pero sin lograr detectar indicios del crucero. Luego, se sumaron el “Piedrabuena” y el “Bouchard”, que patrullaban el área.

Pero el mal tiempo, la poca visibilidad, las bajas temperaturas y un fuerte temporal entorpecieron la exploración área. Las balsas, para ese entonces, se habían alejado unos 80 kilómetros al sureste del lugar del hundimiento del Belgrano.

“No sabía quién hablaba porque en ese momento estás en shock. Decíamos nuestro nombre y apellido y un número para saber cuántos éramos. Íbamos 32 arriba de la balsa, con 3 quemados muy graves. Todo lo que hizo el segundo comandante fue invaluable, nos calmó a todos”, muchos de los cuales, años después, se fueron reencontrando a partir de la conformación de los centros de excombatientes.

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Las primeras balsas fueron localizadas al mediodía del 3 de mayo por uno de los Neptune que, a punto de quedarse sin combustible para su regreso al continente, realizó “una pasada más”. Al rescate, también se sumó el ARA “Gurruchaga” y el “Bahía Paraíso”. “Ninguno claudicó ni escatimó esfuerzos para salvar a sus pares”, sostiene la versión oficial de la Armada Argentina. 

A más de 20 horas del hundimiento del Belgrano, el “Gurruchaga” rescató 3 balsas con 40 sobrevivientes, el “Bouchard” otras 2 con 41 sobrevivientes y el “Piedrabuena” rescató 5 (una vacía), con 42 sobrevivientes. Pero luego, encontraron decenas más de balsas a partir del apoyo aéreo. El “Bahía Paraíso” rescató a los últimos 18 tripulantes vivos del Belgrano, a 100 kilómetros del punto de hundimiento y 43 horas después del doloroso hecho.

En total, fueron 793 los tripulantes rescatados aunque el operativo continuó hasta el 9 de mayo recuperando balsas vacías o con tripulantes sin vida.

La historia de Carlos Waispek, sobreviviente del Crucero Belgrano.

“Nos la pasamos rezando, contando anécdotas o chistes, hablando de la familia. Cada hora que pasaba, el corazón se nos paralizaba. Como chocan las dos corrientes, todo el tiempo tenés oleaje y cuando se hizo la noche uno no sabía qué esperar, con poca edad y sin experiencia en el mar”, recuerda Carlos sobre las horas más difíciles arriba de la balsa.

“Fueron 32 horas en total, un día y medio, que es toda una vida. En un momento dejé de rezar porque se me cruzó la imagen de mi vieja, de mi viejo, de mi hermano. Y en vez de rezar lo que hacía era pedirle a él, hacia adentro, que los cuide, que los proteja, que estén bien. Que si me pasaba algo que no sufran, pero le pedí un milagro: necesito volver a verlos para abrazarlos y pedirles perdón por no haberles dicho que me tocaba ir y después sí, llevame, pero tengo que volver porque sé que mi viejita me va a querer ver”, rememora.

EL REENCUENTRO

¿Cómo podía ser la vuelta después de la muerte?, se preguntaba Carlos. La noche en la que llegó a Santa Rosa a las 4 de la mañana golpeó en la puerta de su casa: “Viejita, ¿me abrís que vengo congelado del sur?”. El encuentro fue “soñado” para Carlos mientras su mamá lloraba y le tocaba el cuerpo “para ver si estaba entero”. 

“Mi vieja lloraba, casi se desvanece. Estuvo como cuatro horas conmigo y no me soltaba. Me tiré en el sillón y le dije ‘mañana te cuento todo, voy a descansar porque hace como tres días que no duermo’. No sé ni qué hora era que empezó a dar justo el sol y siento que abre la puerta y dice pase, pase”, recuerda.

Entre “lágrimas de felicidad” y la “sonrisa de oreja a oreja” de su mamá, Carlos empezó a recibir a los vecinos de su barrio que “hacían cola” para verlo en su casa. Pero la figura de “héroe” rápidamente se desvaneció y quedó opacada por el proceso que califica como “desmalvinización”.

LAS TORTURAS, EL PRIMER INTENTO DE SUICIDIO Y LAS SECUELAS

El regreso obligatorio a la base terminó, al poco tiempo, con Carlos escapándose no solo porque su padrastro se enfermó y no le permitían salir a verlo, sino también porque sus superiores le cuestionaban “para qué” utilizaría su diario escrito en los días de guerra arriba del Belgrano y que llevaba consigo desde el momento en que saltó del buque. 

“Yo comenté lo del diario sin darme cuenta que podía ser algo tan perjudicial contra los militares. Había algunas falencias, como que el sonar no andaba o que había parcas de abrigo que no nos dieron nunca. Me lo empezaron a pedir y les dije que lo tenía en La Pampa, en la casa de mi vieja, que lo había dejado ahí”, cuenta.

La historia de Carlos Waispek, sobreviviente del Crucero Belgrano.

La intención clara de esconder toda evidencia, provocó que Carlos tuviera pasajes gratis para ir a su casa. ¿El objetivo? Que recuperara el diario y lo llevara a la base: “A la tercera semana se dieron cuenta. Me habían abierto la taquilla y me habían sacado el diario. No guardo rencor ni odio porque los que lo ejecutaron no son los culpables, pero me hicieron una especie de tortura”, asegura. 

En un cuarto de la torre de control de meteorología, Carlos recuerda que lo encerraron, lo empujaron hacia un silla: “Manos atrás, atadas. Y con una cosa me pegaban. Me decían para qué era eso, qué pensaba hacer con eso. Aparte de orinarme, les dije que era para mis hijos, para mis nietos. Por qué contás eso acá de que no había (en referencia al sonar). Con la voz entrecortada y terrible miedo, les dije que no era para ningún medio, que era para guardar lo que viví en la guerra. Entró un oficial, yo no lo quería ni mirar, escuché que le dijeron ‘Señor’. Preguntó qué respuesta había dado y les dijo que me avisen que ‘sabemos dónde vive, dónde viven los padres, los hermanos que tiene, dónde trabaja el padre. Nada más con eso, ya sabe lo que tiene que hacer’. Me dejaron todo desparramado. Con mucho miedo, junté las hojas y abrí la puerta, con pánico, porque capaz me estaban esperando del otro lado para pegarme un tiro”. 

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Con ese antecedente, Carlos volvió “a la sociedad” en la que comenzaba un proceso de “desmalvinización” entrada en la democracia en el que −describe− “todos caímos en la misma bolsa, militares y colimbas, que eran los que daban la cara”. Es decir, para Carlos, los conscriptos empezaron a ser equiparados a los responsables del terrorismo de Estado, y por eso se los ocultó, se los marginó y no se los atendió como correspondía, con todo lo que eso implica para alguien que atravesó situaciones tan traumáticas como una guerra, sin experiencia y siendo un joven.

El estigma del loquito de la guerra, la dificultad para conseguir trabajo, la discriminación, pero también el fallecimiento de su mamá marcaron uno de los más momentos más difíciles de su vida.

“Después de lo de mi vieja, intenté el primer suicidio”, relata como parte de un común denominador a muchos de los jóvenes que fueron a Malvinas −según cifras extraoficiales, las secuelas de la guerra derivaron en más de 300 suicidios−. Solo por la intervención de un patrullero, le impidieron tomar la decisión de saltar.

Ese punto de inflexión, asegura, lo llevó, al igual que muchos otros, a buscar tratamientos pero la desmalvinización lo “atormentaba”: “Lloraba a la noche bajo la almohada, me preguntaba qué hice mal”.

EL MOTIVO, “NUESTROS HÉROES”

Fue en la terapia pero también en el baile, en el descubrir en la salsa algo que lo ayudaba a “a estar mejor”, que encontró un espacio de cuidado, de refugio, aunque considera a la Guerra de Malvinas como “un fantasma que lo vamos a llevar de por vida, que no queremos sacarlo porque es la única manera que tenemos de seguir malvinizando para dejar en la memoria que hay héroes que no se deben olvidar”. 

Con secuelas físicas, pero también psicológicas, fue el reconocimiento del gobierno de Néstor Kirchner con parte de las pensiones a excombatientes lo que también marcó un antes y un después en la historia de Malvinas como un “granito de arena” para “comenzar a subsanar”. 

“Hay días que no me puedo ni levantar por mi desgaste de la hernia. Tengo un nervio que está aplastado dos milímetros de la médula y no se puede operar. Prácticamente todos tenemos problemas físicos pero también de angustia, de dolor o de tristeza. Si aprendimos a soportar el dolor allá, con más razón ¿cómo no lo vamos a hacer el resto de nuestras vidas? El motivo son nuestros héroes, para seguir haciendo memoria y malvinizando”, cierra.

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