Domingo 05 de mayo | Mar del Plata
08/03/2024

El impulso de las mujeres del cordón frutihortícola por la igualdad de género

En el Día Internacional de la Mujer Trabajadora, productoras organizadas en la Unión de Trabajadores de la Tierra relatan cómo incorporaron su perspectiva en el sector.

El impulso de las mujeres del cordón frutihortícola por la igualdad de género
(Fotos: Qué digital)
Celeste Verdicchio

Por: Celeste Verdicchio

“Tenés que ser quintera, ser mamá o a veces ser mamá y papá.
Tenés que entregar la mercadería, darte maña para cocinar,
trabajar y no descuidar a los hijos,
ni a la quinta”, Belén.

Romper patrones de violencia y combatir las desigualdades de género que se dan al interior del cordón frutihortícola de General Pueyrredon fue el camino que emprendieron en los últimos años un grupo de mujeres productoras organizadas en la Unión de Trabajadores de la Tierra (UTT) de Mar del Plata. En el Día Internacional de la Mujer Trabajadora, los relatos de quienes incluyeron una perspectiva de empoderamiento a su lucha diaria.

Las palabras de Belén, una de las que le pone el cuerpo al trabajo, al mandato y a la organización, resumen eso que se conoce como triple jornada laboral: no solo están de “sol a sol” trabajando a “la par” de sus compañeros varones en el campo, sino que también se ocupan de las tareas del hogar como la crianza y el cuidado de sus hijos e hijas y, al igual que Ivana, Juana y doña Carmen, de la militancia y participación en la UTT.

A nivel nacional, la UTT agrupa a más de 22 mil familias de pequeños productores que están distribuidas en 20 provincias y dedicadas principal aunque no exclusivamente a la actividad frutihortícola. En General Pueyrredon, la organización nuclea a alrededor de 3 mil familias.

Entre sus líneas de trabajo, la organización busca pelear por el acceso a la tierra a la vez que acercar a las familias campesinas distintas herramientas para alcanzar una “vida digna”. Para lograrlo se dividen en diferentes comisiones como la de comercialización o género e incluso un “área social” para las necesidades más básicas en las que “el Estado se hace ausente”

En Mar del Plata, a raíz del impulso de referentes nacionales, hace cinco años empezaron a trabajar desde una línea de género y al menos una vez al mes realizan talleres para discutir sobre su rol como mujeres trabajadoras de la tierra y “poder tomar las riendas de su propia vida”. 

Si bien su fuerza de trabajo fue históricamente invisibilizada e incluso romantizada, algo está cambiando para las mujeres del sector: “La unión hace la fuerza”, afirman.

En esos encuentros, además de problematizar las condiciones en las que viven las y los pequeños productores −principalmente de la comunidad boliviana− sin acceso a la tierra propia ni políticas públicas para el sector que, en su mayoría, alquila para producir o van a porcentaje con los dueños que concentran la posesión de la tierra, se trata de momentos claves para reflexionar las desigualdades que atraviesan por su género y que en muchos casos llegan incluso a la violencia física por parte de sus parejas.

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Todo ello, mientras en paralelo impulsan formas de producir alimentos agroecológicos, en busca de la soberanía alimentaria y el cuidado de la salud de sus hijos e hijas pero también de la comunidad en general, considerando que son los alimentos que mayormente se consume en el mercado interno. 

TAREAS COMPARTIDAS

En el frente de la UTT en Mar del Plata predominan las mujeres porque −afirman entre risas− tienen más “plasticidad” y capacidad de “hacer muchas cosas al mismo tiempo”. Los varones, afirman, generalmente solo se dedican a trabajar en el campo y “tienen más tiempo (libre) para ellos”. 

Pero esa plasticidad no es gratuita. “Tienes que tener mucha responsabilidad y compromiso para hacer las cosas. A veces te da un golpe, te estresas. Siempre tienes que estar de pie, firme, pero te cansa a veces. Tendría que haber un poquito más del hombre”, reflexiona Carmen en diálogo con Qué digital

De todos modos, esos roles −asegura− fueron cambiando en los últimos años dentro de su círculo a partir del trabajo de “liberación” que se realiza en el área de género de la UTT. 

“Yo antes vivía en el trabajo, en la quinta. Todo era trabajar y trabajar. Desde que estoy en la UTT me dicen ¿cómo hace tantas cosas? No me da el tiempo para decir me aburro o estoy mal. Los chicos, la quinta, la casa, la limpieza. ¿Cómo hace?, me preguntan. Pero estás todos los días (trabajando)”, relata. 

 

Carmen llegó hace casi tres décadas a la Argentina desde Bolivia, a sus 15 años, y desde ese entonces trabaja la tierra. En 2019, se instaló en una quinta ubicada en el barrio Santa Paula, a pocos kilómetros de Sierra de los Padres.

En 2023, al igual que otras mujeres del cordón, terminó la primaria y ahora −cuenta con alegría− “puede enseñarle a los chicos”. También aprendió a manejar para llevar a uno de sus hijos a los partidos de fútbol y también es una de las referentes a la hora de ayudar a “empoderar” a sus compañeras.

“Ellos dicen las mujeres con esto de la UTT y con esto del género como que se han liberado, ahora salen más, no las podés controlar. Es que ahora tienen que compartir las tareas. ¿Qué pasa? No, papito. Tienes manos, tienes pies. Tienes que hacer. ¿No está hecho? Bueno, tienes que hacerlo. Eso cambió mucho para la mujer, ahora es tarea compartida. La mujer que trabaja en el campo está a la par del hombre”, cuenta Carmen y expone una de las frases que más se repite en sus encuentros: “No solamente son hijos nuestros”.

CRIANZA EN LAS QUINTAS

Generalmente, las infancias son criadas en el cordón frutihortícola por sus madres que, ante la falta de posibilidades y las particularidades de las grandes extensiones de tierra, tienen que elegir entre llevarlos a la quinta o dejarlos solos en sus hogares −que suelen ser de los mismos dueños de las tierras−, a pesar de la angustia y el miedo que eso genera.  

“Sufren. Sufren un montón. Cuando son chiquitos se quedan en casa, tienes que dejarlos con llave sí o sí. Hay mamás que los llevan con su carrito al orillito, donde hay sombra. O quedan en la casa encerrados y tienes que venir a hacerles el té. Hay mamás que no tienen con quien dejarlos y se crían así, en las orillas, en la punta de los surcos”, relata Carmen.

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Si bien todo se aligera cuando empiezan a crecer y a ir a la escuela, también aparecen dificultades como “sacarlos a la ruta y esperar el colectivo”. La crianza a menudo implica, cuentan, darse maña para que no sufran. De la quinta a la casa y de la casa a la quinta, aún con la tristeza de tener que dejar a los hijos e hijas solos, incluso cuando todavía son chicos.

“Después cuando crecen te reclaman. En mi caso los domingos no trabajo más. Para nadie. Sí o sí tengo que sacarlos, si no te hacen una huelga. Hay que llevarlos a donde sea que haya chicos a jugar. El domingo es para ellos, los días de semana no. Todos los días estás trabajando, nunca estás con nosotros, te dicen”, cuenta. 

Carmen, Ivana y Modesta, algunas de las mujeres de la UTT.

Pero también, las mujeres de la UTT aseguran que las nuevas generaciones se están criando “con otra mentalidad”, rompiendo con esos patrones “viejos” que, aseguran, trae la mayoría de la comunidad boliviana como parte de una sociedad capitalista y machista.

“Eso no quita que cuando tenemos que salir a trabajar se crían en la punta del surco, pero están más informados en cuanto a las desigualdades de género. Yo nunca le inculco a mi hija que se tiene que quedar toda la vida en la cocina. A mi hijo le enseño a ser compañero, autosuficiente, a cocinarse. Con 5 años me decía yo no voy a hacer la cama, que la haga mi hermana porque es mujer. No mi amor, su cama es su responsabilidad. Usted tiene que aprender porque el día de mañana tiene que tener una compañera, no una sirvienta”, recuerda Belén. 

EL LAZO PODEROSO ENTRE MUJERES

No hay dudas de lo poderoso que puede ser el lazo comunitario entre mujeres y, en especial, de las mujeres del cordón frutihortícola de la UTT. Así como cuidan los detalles para presentar la mesa −el mate recién hecho, las flores, unos tomates agroecológicos recién cosechados−, también se cuidan y abrazan entre ellas. 

Para Carmen, aún hay “muchas mujeres sumisas” a las que el hombre “maneja”, por eso la lucha contra la violencia patriarcal se renueva día a día, desde los casos en los que la organización interviene e incluso llega a la Justicia por violencia de género, hasta en los micromachismos que aparecen en la cotidianeidad: “El hombre tiene que dejar que la mujer salga”, ejemplifican. 

“Hay mucha mujer a la que le cuesta. No es discriminarla, es ayudarla. Ella también te dice yo no voy a ir porque mi marido se enoja, después llego y las peleas… Pero no tiene que ser así. Vamos, salgamos, le digo. Muchas mujeres se abren, siempre tiene que ser así. No criticando, sino acompañando. Hacer que ella salga, que tenga ese momento de poder salir. No todo es el trabajo”, plantea Carmen alrededor de lo que define como hombres “mal pensados” o “muy celosos” que no permiten que sus parejas salgan por fuera del hogar y de la quinta.

En los casos más graves, relatan, son pocas las mujeres que se animan a plantear su situación por el hecho de “tenerle miedo al marido” o por la “vergüenza” a la que se someten luego: “Las mujeres no quieren andar en boca de nadie o que apunten mal a su marido aunque sea un borracho o golpeador”, dice Belén y asegura que en los casos más extremos, como parte de la violencia a la que están sometidas, llegan a “sobreprotegerlos”.

Para Ivana, el trabajo de género de la UTT en esos casos se resume en acompañar y resguardar a la víctima desde un lugar solidario porque, entienden, otro gran tipo de violencia que también se genera es “cuando no te quieren tomar la denuncia”.

“Los hombres no tienen que pegarnos. No tenemos que andar con nuestros ojos coloridos. Sí por maquillarnos bonitas, pero no por los golpes que nos dan los hombres. Ya se acabó la etapa de la esclavitud”, asegura Carmen junto al resto de la mirada segura de sus compañeras.

EL PATRÓN

En una sociedad capitalista, pero que se rige en algunos casos aún por estructuras más vetustas, a la hora de migrar en busca de mejores condiciones de vida, llegar al campo con un hombre al lado es una “garantía” para las mujeres del cordón frutihortícola. Los sesgos de género, que discriminan socialmente qué tipo de trabajos son para mujeres y cuáles para hombres, siguen presentes y −aseguran− si llegás sola, el patrón “no te ve capaz”.

“El hombre todavía te da esa garantía para que puedas entrar a trabajar una quinta, porque a la mujer sola no la creen capaz cuando en realidad muchísimas veces las mujeres del cordón frutihortícola trabajan inclusive más que los hombres”, sostiene Belén.

Belén y su puño en alto.

Al hecho de ser quintera, mamá, a veces mamá y papá a la vez, llevar a los hijos a la escuela, que no les falte nada e incluso “que no se muera uno porque los tenés que dejar solos en tu casa”, también se suma cocinar, trabajar, estar pendiente de “quién te puede llevar la verdura (al mercado)” o de verificar si la verdura vale o no y en el peor de los casos “ver de dónde sacás plata para darle de comer a tus hijos”. Son cuestiones que, afirman, no son reconocidas y que el patrón “no lo ve”

“Él solo ve si le va a rendir. Si una mujer llega sola dice esta no me va a rendir, no me va a trabajar porque es mujer”, cuestiona Belén. Por eso, la figura del varón como proveedor de familia entra en juego a modo de “garantía” para la subsistencia de muchas mujeres. 

De todas maneras, Carmen asegura que esa visión de a poco “está cambiando” y además, de todo el trabajo invisibilizado y no reconocido que realizan, pone sobre la mesa la responsabilidad que suele tener la mujer a la hora de encarar el trabajo de producción. Eso, afirma, llevó a que en los últimos años muchos patrones comiencen a buscar mujeres quinteras

Juana, por ejemplo, trabajó buena parte de su vida en la quinta e incluso logró lo que pocas mujeres: tener su propia tierra. Pero el camino fue largo: “Yo en la quinta nunca mandé”, aclara. Hoy tiene su propia verdulería, aunque durante años salió a vender en su bicicleta. Al igual que el resto de sus compañeras, tiene hijos que trabajan a la par de ella. Hoy decide qué sembrar y reconoce que liberarse de la figura del patrón fue tomar mucha responsabilidad, pero también ganar autonomía y libertad, eso que tanto se contrapone a lo que deslizan entre sus relatos: la “esclavitud” que se vive en la quinta.

Juana y su experiencia.

DERECHOS E IGUALDAD

El espíritu de la UTT, relata Ivana, fue “juntar” a, en sus orígenes, un par de productores para que “sepan que tenían derechos”. Derechos que, considera, fueron y son negados principalmente a las personas migrantes y más aún si se trata de mujeres: así, por ejemplo, en General Pueyrredon el Censo Nacional Agropecuario 2018 indicó que solo el 20% de las explotaciones agropecuarias están a cargo de las mujeres

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“Como dice doña Carmen, muchos trabajamos para alguien, pero nos estafan. O porque dicen que no se vende o porque te mienten, no te pagan o te estafan con los precios. Por eso nos juntamos los productores, para decir que tenemos derechos y juntos tratar de conseguir cosas”, plantea. 

Hacia adentro, reconoce, también hubo que luchar mucho para empezar a resquebrajar esas estructuras porque “la comunidad de Bolivia es muy cerrada” y el machismo tampoco escapa a las mujeres, sobre todo en términos generacionales: “Mi mamá todavía cree que hay que servirle al hombre como si fuese tu hijo”, ejemplifica Ivana y defiende: “Meter esas ideas (en la organización) fue ir en contra de todo ese pensamiento. Y no son ideas malas, son ideas de liberación, de empoderamiento, de tomar las riendas de tu vida. Son ideas grosas, importantes”.

Y, en busca de conquistar esos derechos para vivir una vida digna, lejos del trabajo “esclavo” que también vivió en carne propia, Ivana celebra que hoy hombres y mujeres comienzan a reconocerse de a poco como “personas iguales” que “pueden hacer las mismas cosas” y que, por lo tanto, las tareas “se tienen que compartir, porque justamente de eso se trata la igualdad”.

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